viernes, 30 de mayo de 2014

La sensibilidad inteligente

 Artículo publicado el el periódico Ideal de Granada, 30 de mayo de 2014


El término “sensibilidad” que goza de universal aceptación y está dotado de una gama de aplicaciones y usos. Llega hasta el punto de sustituir a otros términos clásicos como “verdad”, “bondad”, “generosidad”, “comprensión”...
Tener sensibilidad es sinónimo de ser “buena gente” y no tenerla, la de estar “fuera de onda”.

La Ética, que ya había sustituido a la Moral, hace mucho, deja ahora su lugar privilegiado a la Estética que quiere ser la “filosofía primera” de nuestra posmodernidad. Desviarse de este parecer ya significa un peligro social pues apostar por los viejos términos ligados a la ley y al orden, hacen temer la vuelta de esos movimientos emergentes que los periodistas han tenido el cuidado de denominar con eufemismo, “populismo”.

Entre los muchos significados de este término “sensibilidad”, hay uno que es necesario subrayar porque no es de uso corriente y tiene que ver poco con el nihilismo y la vida sentimental. También debe diferenciarse de otra expresión muy prestigiosa, “inteligencia emocional” que conteniendo aspectos válidos, no puede desplazar a la inteligencia propiamente dicha que precisa articularse racionalmente. Tampoco tiene nada que ver con la conocida expresión de Zubiri “inteligencia sentiente” que es un desarrollo del aristotelismo.


Lo que entiendo por “sensibilidad inteligente”, se refiere, fundamentalmente, a la investigación científica y a todas aquellas tareas que tratan de la innovación y la creatividad. Una gama de actividades que va desde la pura ciencia, matemáticas en primer lugar, e investigación experimental, hasta otro tipo de actividades de gran repercusión social: diseño, marketing, el periodismo de investigación, el arte en sus innumerables formas de expresión, pero también, la economía, los negocios, la política y muchas cosas más.


Generalmente los pensadores clásicos han defendido el carácter activo de la inteligencia, atribuyéndole una cierta libertad operativa. La  sensibilidad, piensan, es más bien receptiva, ·sensitiva”, pasiva. Sobre este esquema básico, con sus excepciones de rigor, se establece una cartografía mental en donde los admiradores del arte se sitúan en las regiones de la sensibilidad y los del intelecto, en las de la ciencia.

¿De qué estamos hablando?
Sirva de ejemplo, elegido al azar entre muchos, la historia de Philo Framsworth, quien tuvo la idea clave que hizo posible la televisión. Lo cuenta Leslie  A. Horvitz.

Philo soñaba con ser inventor desde los seis años, apasionándole, en especial, todo lo referente a la electricidad. Leyó cuanto se refería al tema. Un artículo de ciencia ficción titulado “El sueño de las imágenes voladoras”, le obsesionó y se propuso conseguir fabricar el dispositivo que permitiera esa locura imposible. Se informó de las dificultades aparentemente insuperables que tuvieron todos los que pretendieron lo mismo, desde mediados del siglo XIX: ¿Cómo transmitir imágenes y sonido, simultáneamente, a la velocidad de la luz?
A los 14 años, trabajaba en la granja de su familia y  montaba un caballo que arrastraba una cosechadora. La máquina iba pasando por los surcos como quien barre el campo, una y otra vez. De pronto “vio clara” la solución al problema. La imagen del terreno barrido por la cosechadora le sugirió que el ojo humano, para percibir las imágenes, hace una labor semejante de barrido. Era muy poco lo que tenía, pero fue la solución.

Ejemplos como éste, son habituales en los inventores y en los innovadores. Husserl recuerda que siguiendo el manual se consiguen productos mediocres y que hay siempre en los grandes científicos un momento artístico, una “chispa” estrictamente individual.
La “chispa, evidentemente, no basta. Es necesario articular la idea con la realidad de la naturaleza. El proceso va siempre de la inspiración a la formalización matemática y de ella, a la ingeniería, en este caso electrónica.


Para mí, este asunto es crucial porque supone una teoría del conocimiento y una nueva concepción de la realidad que partiendo de la ciencia y la técnica se eleve hasta su génesis en la mente.

  La mente es un receptor de mensajes, vengan o no de la Naturaleza. La Teoría de la Información, nos enseña que todo lo que existe, envía y recibe señales. La mente recibe la idea, la “chispa” y de ella, como quien tira del hilo de un ovillo, va desarrollando las implicaciones contenidas en él. Luego vendrá la matemática y la ingeniería (y la financiación y la política)

Cualquier idea se le puede ocurrir a cualquiera en cualquier momento, pero exige tenacidad, fe en la idea, y mucha disciplina científica y experimentación. La chispa no ilumina sin trabajo.
Puede observarse que no se trata de los “sueños de un visionario” sino de problemas reales de la vida real que el cálculo racional no suele resolver sin una previa idea brillante. Y eso, la “chispa”,  no se puede conseguir con estudio y voluntad, aunque una vez la semilla iluminada se posa en la mente, no crecerá sin esos dos factores insustituibles.