jueves, 18 de junio de 2015

El interés general es desinteresado

 Artículo publicado en el periódico Ideal,18 de Junio de 2015


Con esta Constitución y está Ley electoral, esto es, “lo que hay”.
El Destino es uno de los nombres de la ignorancia. Creer que todo está resuelto de antemano sin contar con nosotros, es una forma de suicidio. Esto es válido si miramos a lo que está por venir. Si miramos en cambio, no a lo que puede ocurrir sino a lo que efectivamente ocurre, “lo que hay”, se asemeja, al bloque de granito, que es, el Destino de lo presente. Con acierto, la situación actual de España, se denomina hoy, llena de incertidumbre,

 La información se define, en términos de Comunicación, como reducción de incertidumbre. Esto hace pensar que nos falta información, no sólo de lo que va a pasar sino de lo que está pasando. Aunque estemos pendientes de cantidad ingente de noticias, esas noticias no anuncian nada, no reducen incertidumbre sino que la producen.

A primera vista, la libertad tiene su eslabón más débil en que, ella misma, es indeterminación. De suyo, no genera información. Necesita que los hechos no la condicionen. Nos muestra posibilidades y nos asegura que podemos optar por unas u otras. Luego, los fantásticos posibles, habrá que recortarlo con el cernidor de lo factible.  Así hasta llegar a esto: “lo que hay”...


España tiene un problema mayúsculo. No es económico ni migratorio: la falta de conciencia de patria. Hasta el nombre está borrado de la memoria. Borrados también, los símbolos que acompañan, necesariamente a la conciencia de patria: la bandera, el himno, el respeto a la autoridad. Se acompaña esta desmemoria, de la burla de “todo aquello que pretenda ser y que pretenda valer”.

En Estados Unidos, la bandera nacional está por todas partes, la Marsellesa, impone gran respeto en Francia, no digamos el emblema de la Unión Jack en Inglaterra.

No es una cuestión de nombres o de carteles y pegatinas sino de sustancia. Ningún organismo vivo sobrevive sin la conciencia de la propia unidad, sin la idea de que la supervivencia del todo es la constitución no escrita y previa a cualquier proclamación de los Parlamentos.

Tanto por el lado de las autonomías, como por el de los partidos políticos, se sustituye la unidad del todo, el interés general, por el interés de las partes.
Aun, si se tratase de sustituir la unidad de un todo por la unidad de unas partes (que dejarían de ser partes, para ser pequeños todos)  la situación sería más comprensible. No es eso.
España siempre ha tenido un superávit de anarquismo libertario. Un ideal de democracia directa, asamblearia, en el que las instituciones están al servicio de las personas y no al revés.
Nos va mucho, el individualismo sin compromisos ni vinculaciones.

Los libertarios suponen que la mayoría es lo más racional del mundo, que nunca se equivoca y si lo hace, se salva, por lo menos, la conciencia de unidad, pues, todos y cada uno, mayorías y minorías se han comprometido a respetar la voluntad de la mayoría.

No tienen en cuenta que la razón, la igualdad y la justicia y otras grandes palabras no se deciden en los papeles y en las tertulias sino en el día a día.
Si en el fondo de cada español, el interés particular pasa por encima del de los demás, ni siquiera eso se puede llamar liberalismo. Para ser liberal hay que respetar el derecho del otro. Sería el anarquismo en estado puro.

Se ve ahora más que nunca como el interés de fulanito se cubre de ideología, de nuevas banderas, de nuevos himnos y de cantidades industriales de igualdad y justicia. Por desgracia, la mayoría de los que no saben trabajar, lo único que quieren es más dinero, más coches, más poder. El concepto de interés general, la forma actual del bien común, brilla por su ausencia.
Luis XIV, dicen que decía: “El Estado soy yo”, el individualismo vigente invierte la fórmula: “Yo, soy el Estado. No tendrás otro Estado que yo”. Ese yo, es una monarquía absoluta con 46 millones de cabezas coronadas.

La corrupción es un malentendido. No queremos ver que es una cuestión de identidad y de soberanía.
¿Por qué España (“que no se sabe qué es”) va a pasar por encima de mí, limitando mi libertad a una irrisoria votación cuatrienal, en una mañana de domingo?

Ese mal de fondo que Spinoza y Rousseau, creían superar por la obediencia de todos a la ley de la mayoría, en España, funciona desde antiguo de otra manera: “Las leyes se acatan pero no se obedecen”. Eso parece que ocurrió cuando Colón aparejó sus veleros con gente de presidio, cosa más bien ilegal.

Hay que volver, en mi opinión mínima, a desplazar el individuo animal que llevamos dentro por la persona que se constituye en sus compromisos y vinculaciones. En su fidelidad a la palabra dada. Esto empieza en la familia, sigue en la escuela y en la Universidad. Pasa por la sanación de esa carnicería diaria del libre mercado en estado puro, cuyo balance de cuentas, enriquece a muy pocos.
Los demás, si subsisten, sean ejecutivos, ingenieros, policías, hosteleros o científicos, lo hacen, en régimen de explotación en horarios y en merma de salarios.

Convertir un individuo en persona, no es cosa de leyes sino de entrenamiento dirigido, que los griegos antiguos, llamaban “virtud”.