viernes, 20 de noviembre de 2015

La pregunta por la verdad

Artículo publicado por el artículo Ideal el 19 de noviembre de 2015

El lenguaje que manejamos a diario y cualquier otro, tiene una estructura interior más profunda que la estructura lingüística, visible y aparente.
Todo mensaje transporta una intención y toda intención mide al Mundo.
Algunos consideran el lenguaje como una herramienta utilitaria de manipulación de la opinión. Decimos entonces que se habla con “mala intención o que la intención del mensaje es falsear la realidad o aun más allá, que el falsificador está construyendo un mundo artificial donde cree dominar al universo de los engañados por él. Esa pretensión es ilusoria, porque la gente no es tan tonta. El daño, no obstante, que se hace a la sociedad es inmenso, aunque, afortunadamente, pasajero. La verdad gana siempre porque nos dice lo que hay mientras la falsedad es sólo lo que parece.
Este entrar en la tarea de unir la verdad del corazón con la verdad del Cosmos, tiene un sendero relativamente fácil de entender aunque no tan fácil de seguir.
La verdad del corazón no se refiere ni al corazón de los cardiólogos cuyas palpitaciones reflejan estados del alma, ni el corazón de los poetas que creen escapar de la realidad del mundo, manejándose con fruición, en el mundo de las posibilidades meramente pensadas. Ambos modos de entender el corazón no son en absoluto despreciables porque el primero atiende a nuestra infraestructura y el segundo, despierta en nosotros la nostalgia de la permanencia en la vida plena.
El corazón de la verdad tiene que ver con el coraje en un sentido intermedio entre la noción hebrea que identifica el corazón con el ser total del hombre y el pensamiento griego que hace del coraje, el alma de los héroes.

Hay un momento fontanal en el interior del hombre que le permite entrar en contacto íntimo con la verdad. Es aquel lugar del tiempo en el que uno se encuentra sólo consigo mismo.  Siendo en el cuerpo la víscera cardiaca, el órgano más íntimo físicamente y siendo sus latidos lo más delicado, la soledad de uno consigo mismo es más íntima todavía.
Es así porque en ese interior sólo y vacío el hombre se encuentra pobre y desnudo. No lleva joyas, ni maquillaje ni le sirve para nada la tarjeta de crédito. No tiene nada, salvo a sí mismo.
Muchos, ante esta pobreza interior se asustan y se lanzan velozmente al “corteinglés”, a los grandes viajes en hoteles confortables del Tercer Mundo. Tal vez si salen a los barrios de la periferia se sienten por un momento, sumergidos en la falsedad. ¿Qué hago yo aquí? Tantos sufren y mueren injustamente, andan desnudos o están presos en sus infiernos. ¿Qué hago yo aquí: un miserable como yo en un lugar como éste?
La felicidad humana, el mayor éxito que el hombre puede alcanzar en esta vida es saber convivir consigo mismo, en ese cuarto destartalado  y sin muebles que a primera vista, da miedo.
En ese ecosistema que es nuestro interior no hay nada que pretender, nada que poseer, nada que intrigar ni manipular. No es del caso ponerse a manipular, uno a sí mismo. Sólo conmigo nada me limita, estamos disponibles para beber del manantial que no cesa de dar, gota a gota, el sabor de lo verdadero.
Sería un error creer que esa descripción responde a la de un callejón sin salida, un “cul-de-sac”.  El callejón sin salida donde nos metemos no es otra cosa que la sensación de vacío cuando volvemos de una expedición hacia la felicidad de los Wallstreet, los salvajes moteros de Putín o  los grandes cruceros a pagar en doce meses sin interés.
Si se ha puesto el corazón en esas cosas se ha engarzado el diamante del alma en el cuello de un mentiroso.
Al final se vuelve siempre porque el llamado mundo real está muy a la intemperie, no hay por donde cogerlo y si le das fe, te sepulta  en su irrespirable zulo.
En la pobreza de tu interior que se sabe, realmente pobre y sin muebles, habita la verdad. Esa experiencia interior es una verdad descomunal y por lo tanto es una unidad de medida que permite discernir el bien del mal, lo permanente, de lo fugaz.
No oirá el corazón, “la ovación sonrojarte de la muchedumbre”.  Sentirá cómo los altos directivos de la banca no le hagan ni caso. Su nombre ha sido raspado de las piedras públicas como hacían los faraones con los nombres de aquellos a  quienes depusieron. Es duro pero es verdadero.
Desde el corazón de la verdad ya se puede, cada día, salir al exterior y apreciar el valor de lo que vale y de lo que no vale.
¿Es tan fácil, entonces, “decir lo que se siente”, en vez de “sentir lo que se dice”?, Así leemos en el inmortal Quevedo.
En el corazón sin fronteras, uno tiene a la mano el poder decir lo que siente. Los que podrían torcer esa verdad no pueden entrar en ese recinto. No hay dinero, ni premios, ni reconocimiento que puedan evitar un juicio verdadero salido del corazón.
 La pregunta por la verdad no se responde desde la calle sino desde el interior. Una vez encontrada, torna a la calle o a las redes. Es una semilla, piedra  de contradicción. En ella,  tropiezan, unos para caer, otros para levantarse.