domingo, 12 de junio de 2016

La madurez en política

Artículo publicado por el periódico Ideal de Granada, 12 de junio de 2016

A finales del siglo XX y en lo que va de siglo XXI, en el mundo occidental se ha perdido la memoria. No lo digo en sentido figurado sino muy en serio.
Un alumno que se está doctorando en Michigan me dice “Aquí no interesa la historia”
Este es el punto de llegada de una larga narración de relatos y cuentos escritos por los vencedores.

La pérdida de memoria es en realidad un trueque de la memoria por el instante y este asunto nos lleva a campos truculentos de la psicología y la psiquiatría. Sin memoria, hay que vivir al día, al momento y las relaciones sociales que fundan su legitimidad en la historia. Los ancianos las cuentan a los niños y eso hace la familia, la tribu y el estado.
La vida a corto plazo, apurando el instante, supone una regresión del cerebro humano a cerebros menos evolucionados. Los chimpancés, los delfines, son los más listos con tres veces menos cerebro que nosotros.
Convertir la memoria en un instante prolongado es regresar a la adolescencia y en eso estamos. La mielina que envuelve las terminales nerviosas no está aun bien formada. No hay madurez biológica. Si el Sistema nervioso central aun no ha pasado la selectividad, podemos explicarnos los problemas de Occidente
   Alguien dijo entre nosotros que los políticos deberían tener menos de cuarenta años. Esta es la conclusión.
Tanto los pedagogos como los psicólogos, los que han tenido alguna experiencia en las aulas piensan que los niveles de comprensión son cada vez menores y que la tecnología no hace más que incrementar el retraso.
Debe unirse la prolongación de la adolescencia por lo menos hasta los treinta y cinco años. Papa Francisco la prolonga hasta los cuarenta.
Esto lleva a sugerir que los políticos que visten de adolescentes con camisas muy blancas, informales, coletas y mucho amor nos preparan un porvenir de inseguridad, inestabilidad e improvisación. Siempre bajo la común opinión de que “todo el mundo es bueno”, “todos somos iguales” y  cambiemos el modelo productivo y esto se arregla en un instante”. Una tesis que condena a los disidentes en retrasados mentales.

Son ideales muy bellos para contemplar estéticamente pero no, para trabajar. Un ideal imposible no tiene nada de ideal.
Si a esto añadimos que los jóvenes políticos son en buena parte hijos de un sistema educativo facilón, sin  exigencias y en donde era peligroso suspender, tenemos un perfil de político sin mucho crédito. No importa su titulación, doctores o graduados  superiores, ni si tienen dos o tres máster, porque esto no suele servir ni para encontrar un puesto de trabajo.
A las personas se les debe juzgar por lo que hacen o por lo que no hacen pero no sobre lo que aparentan. Este problema es desgraciadamente propio de los países desarrollados.
Numerosos grupos pertenecientes a las nuevas generaciones quieren el poder sin historia. La democracia asamblearia, por ejemplo, decide todo absolutamente, por un voto de mayoría. Nada de lo que se hizo antes debe prevalecer sobre la voluntad del pueblo que surge en un instante, de una mayoría simple. Un solo voto y lo blanco es legalmente, negro.
Todos no somos iguales y las personas, los políticos también se clasifican por el coeficiente intelectual y por el coeficiente moral. O sea, los hay más listos.
En una asamblea la libertad convive con el miedo porque como todo es posible y todo vale no caben límites que marquen la historia, la Constitución o la buena educación.
Cuando uno está enfermo, le interesa el mejor médico no el que tenga más votos.
Los jóvenes políticos van a tener que aprender a gobernar sobre la base del cambio total, más o menos lento, como si en estas cuatro décadas nos hubiera ido muy mal.  Cuando nos ha ido mal, les ha ido mal a todo el mundo y cuando se ha tratado de remontar hemos sido los primeros.
España es el país más atractivo para todo el mundo. Su mayor seguridad, sus tradiciones, su calidad de vida, la Seguridad social y la sanidad pública y más cosas.
Me tendrían que explicar eso del cambio porque no parece que sepan muchos a qué quieren cambiar.
¿Mejor un estado federal? Más competencias que las autonomías no tendrían. Tendrían nuevos títulos “estado, “ministerios”, cánticos y rosas.
 ¿Cambio de modelo productivo? Lo ponen muy fácil. Al no tener la paciencia de la historia creen que el cambio de modelo productivo se hace de la noche a la mañana y sin contar con Europa.  Subir los impuestos a los ricos. Se recaudaría poco
¿Suprimir el ejército? Ahí es nada.
Un cambio es deseable sin duda: el ejercicio de la autoridad, el cumplimiento de las leyes y la devolución de miles de millones volados “por errores contables”.
Creo que la agilidad mental de algún político no ha llegado a entender el secreto del póker y del mus. No hay que decidir deprisa, pensando en un golpe de fortuna, sino silenciosamente, con el freno puesto.

El mal menor es, en ocasiones, el mayor bien posible.