viernes, 21 de julio de 2017

Lutero en perspectiva

Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 16 de julio de 2017

Es reciente el acuerdo entre católicos y protestantes, por el cual ambos grupos cristianos confirman su unidad respecto de la doctrina clave sobre la justificación por la fe. El Papa Francisco en una catequesis afirmó   que la doctrina de Lutero, bien entendida, es verdadera.
Cinco siglos después, es tiempo suficiente para poner las cosas en su sitio y analizar con serenidad qué ocurrió en 1517 para que Europa se dividiera  en dos bloques irreconciliables hasta el Tratado de Westfalia en 1648.

Conviene recordar que Lutero era un fraile agustino muy observante. Precisamente por ello, intentó recabar de Roma, la reforma de algunos conventos de su Orden. Para conseguirlo, hizo un viaje a la Roma del  Renacimiento.
Los papas de la época, Julio II, Alejandro VI, y en este caso, León X, estaban entregados a la labor de defender el territorio de los Estados pontificios y dedicar grandes sumas para construir la basílica de San Pedro y adquirir   obras de arte que hoy en día podemos contemplar.
En otro orden de cosas, tampoco eran modelos en su vida privada.
Era la época de los grandes descubrimientos e inventos: América, la imprenta, la brújula. En las repúblicas italianas de Venecia, Florencia, Génova, creció la prosperidad económica gracias al comercio como también ocurrió algo parecido los Países Bajos. El gusto por la vida, la añoranza del paganismo, la emancipación de la burguesía etc. hacían posible en Europa, un ambiente de libertad, de cultura y de crítica a los aspectos negativos de la Iglesia.
En esa misma línea, aparecen místicos y fundadores, Teresa de Jesús e Ignacio de Loyola. Este período en el que escribieron Santo Tomás Moro, Erasmo y Juan Luis Vives,  duró sólo, medio siglo.
Lutero y sus aspiraciones religiosas tenían, en principio, un origen   tardo-medieval. No era un personaje renacentista y se le enfrentaron los personajes que sí eran humanistas, como Erasmo, Tomás Moro y Enrique VIII,  en su primera época.
El Papa no aprobó la " pequeña" reforma que Lutero pretendía. Esta negativa  le hizo poner en tela de juicio a la misma Iglesia Católica.
En su Comentario a la carta de San Pablo a los romanos, subraya que la salvación del hombre no procede de sus buenas obras sino de su fe.
 A cinco siglos de distancia, vemos como los términos que se emplean en una y otra parte tienen un sentido y una intención que va variando con el tiempo. No porque alguien los tergiverse, como ocurre hoy en día sino que, con el paso del tiempo, van adquiriendo matices que se van acumulando y establecen un muro entre dos interlocutores que, empleando los mismos términos, les dan un sentido distinto. La política y la economía tienen que ver con estos cambios.
La doctrina correcta que hoy aceptan todos los  católicos, protestantes, y ortodoxos, es que nadie se salva por ser bueno, sino paradójicamente, por ser malos, puesto que todos somos pecadores.
Si nos salvamos a nosotros mismos por nuestras buenas obras, no podemos ser salvados por Jesucristo. La fe en Jesucristo, es la que salva y las buenas obras son una consecuencia de esa fe. Todo está en dar crédito a Dios que nos asegura el perdón.
 La doctrina de las indulgencias afirma que todo pecado conlleva una culpa que es borrada por los méritos de Jesucristo para siempre y una pena que debe pagarse en esta vida o en el purgatorio. La Iglesia tiene el poder conferido por Jesucristo, de perdonar no sólo de perdonar los pecados sino también de saldar total o parcialmente la pena.
La penitencia es en su esencia el cambio de vida con todo lo negativo que supone: A un estafador o un asesino en serie le va a costar cambiar de vida. Nosotros mismos cuando comenzamos y recomenzamos cada día, nos cuesta hacer lo que no querríamos hacer.
Las imágenes populares de los penitentes arrastrando cadenas o, en algunos lugares, dándose latigazos oscurecen la idea central: cambiar de vida, conversión.
En vista de los abusos y de la picaresca inevitable, Lutero recuerda que nadie se salva por sus obras si no recibe la gracia de la fe,  por la cual, estas obras valen para la justificación es decir,  para salvarse.
A partir de aquí,  se va enredando la madeja: se añaden intereses económicos y políticos como la expropiación o desamortización de los bienes de la Iglesia que eran ingentes.
La España de Carlos V encarnaba la doctrina católica, inmersos en   esa confusión entre política y religión. Los enemigos políticos de España, que eran casi todos, menos Francia, asumen el protestantismo como una ideología que consolidaba los nuevos reinos nacionales, centralizados.    Estos estados independientes no querían vincularse a la Iglesia y al Imperio.
   Holanda y los príncipes alemanes que, de un solo golpe, se liberaban de tutela imperial y eclesiástica. A la vez, se enriquecían con sus bienes.  
Las indulgencias, si no son un medio recaudatorio son una participación en los méritos de Jesucristo, único Salvador. La Iglesia los administra, por el poder de las llaves.
Aquellos “buleros” que atravesaban Alemania en sus mulas no sabían que su recaudación estaba asentando la nueva Europa.