jueves, 31 de agosto de 2017

¿Puede y debe el hombre hacerse a sí mismo por ingeniería genética?

Artículo publicado en el periódico Ideal el 30 de agosto de 2017

Los avances tecnológicos, en el campo de la manipulación genética, nos producen admiración y entusiasmo a la vez que representan un desafío a nuestra capacidad moral de decisión libre.
A nadie se le oculta que conseguir mediante la simple inyección de un gen sano, corregir enfermedades terribles, incurables y degenerativas es un objetivo que puede y debe estar en la mente de cualquier investigador o equipo y sin duda en la de los consorcios y corporaciones farmacéuticas que las financian.
Si la moral  tuviera como único tema la obtención de fines, sería una maravillosa actividad lindante con la poesía que según Aristóteles, está muy cercana a la ciencia. Ambas facultades de la mente humana, hablan de posibilidades.
La moral y por supuesto, su objetivación ética, tienen su mayor calvario, no en los fines sino en los medios.
A todos nos interesa vivir siempre, en plena forma física y mental. Lo difícil es como conseguirlo.
Hace pocos años, pensar en un trasplante doble de pulmón parecía imposible. Ahora se hacen todos los días y a nadie se nos ocurre poner objeciones morales. Si tal progreso da ocasión al tráfico de órganos es un “daño colateral” que no culpabiliza a nadie más que a los traficantes.
Lamentablemente la manipulación genética es otra cosa.
Primero: Hay qué ver que entendemos por embrión y que respeto nos merece.
Segundo. Hay que ver si una persona, un equipo o un estado pueden decidir lo que es bueno y justo y
lo que no.
Tercero. Se debe aclarar si el consenso alcanza al bien, al mal y a la vida.
Cuarto. Se debe establecer si la decisión moral tiene como titular a la conciencia individual o a un colectivo o un funcionario.
Quinto. Presuponiendo la buena voluntad de todos, hay que dilucidar si la manipulación genética tiene algo que ver con los Derechos Humanos.  
Sexto Hay que considerar la moralidad de la fabricación genética de niños de diseño (eugenesia)
Podríamos seguir indefinidamente.
A mi parecer, el tema fundamental es quién es el titular o “propietario” de su conciencia. Podemos verlo en dos direcciones:
1)En las decisiones personales que afectan al libre desarrollo de la vida ordinaria. Será imprescindible determinar el titular que decida-en el caso de que se encuentre y además pueda hacerlo- el destino de la Humanidad. Como es verosímil, las Naciones Unidas, las grandes organizaciones, las Ongs, las multinacionales etc.
2) La manipulación genética (en lo positivo y en lo negativo) incide no sólo en el embrión corregido sino en el futuro de la humanidad, de las generaciones que vendrán. No es lo mismo una Humanidad que se confía en lo que le proporciona la Naturaleza -o Dios- y una Humanidad en donde todo está previsto, todo sea tecnológicamente mejorable.
¿Quién será responsable de decidir por la Humanidad y de poner límites a un futuro en donde, probablemente, la autosuficiencia personal y colectiva, potencie los conflictos que nacen de la soberbia y de la voluntad de poder?
No encuentro ese titular responsable.
A no ser que demos a la democracia un sentido metafísico y transcendental: qué el titular sea la mitad +1. En otros términos quizá menos remilgados, determinemos lo bueno y lo malo a peso o por  encuestas. 
Todos sabemos ya, de sobras, como funciona la democracia y que las Asambleas son un mercado de intereses en donde el poder y el dinero son los que priman.
¿Cabe pensar en un consenso mundial, en una entidad colectiva permanente  a quién le demos toda nuestra confianza y que nos aclare en cada caso lo que debemos hacer?
La moral, sea cristiana o laica tiene un elemento esencial de autonomía por el que la persona se da a sí misma la norma o bien,  acepta libremente la que viene de fuera.  Al asumirla, la norma pasa a ser autónoma.
Los sistemas comunistas son el resultado de la evolución de un régimen asambleario anterior. Este último por su dinámica interna necesita una élite de doctos, los intelectuales orgánicos, que establecen un principio de orden o jerarquía. Ese órgano deriva en un comité del que resulta un líder que con el tiempo pasa de carismático a dictador. Todos lo dan por aceptable. Anclados en el carisma pasan por alto la dictadura.
Si estos mecanismos se quedan retenidos en sus primeras fases, el sistema se disuelve.
Esta sería la descripción de lo que ocurrió en Rusia hace cien años, luego en Cuba, en Camboya. Una revolución para triunfar necesita de la unidad y hasta de la uniformidad para consolidarse.
La II República en España es un modelo de lo que no se debe hacer si se quiere ganar una guerra o gobernar monolíticamente un país. Venezuela, en mi opinión, está rozando esa disyuntiva.
No vamos a encontrar autoridad moral en una Europa laicista, en donde las macro-estructuras
políticas y económicas eluden toda responsabilidad moral sobre unas cuantas cuestiones entre las que hoy destaca la miserable condición de los refugiados.
Al calor de los problemas que genera la ingeniería genética y social, el ser humano añora una autoridad moral que nos sugiera lo bueno y lo malo para que lo asumamos libremente con todas sus consecuencias.
¿Acaso la producción industrial de niños nos deja indiferentes? ¿Asistiremos a un conflicto futuro entre la conciencia y el progreso científico?
En su resolución, nos jugamos la libertad.

El progreso tecnológico sin un criterio moral desemboca en un automatismo robótico.


jueves, 17 de agosto de 2017

La familia y la supervivencia de Europa

Desde los antiguos egipcios, 3000 años a. C., el afán de inmortalidad se materializa  primero en piedra, luego, cerámica, en papiros o en papel. 10.000 años antes de nuestra era, no había civilización, o sea cultura de ciudad,  sólo campos y ganado, propios del Neolítico. También fósiles, huesos petrificados que más tarde, alegrarán la vida  a los científicos.
Antes de inventarse la escritura antes de cualquier signo inscrito en piedra, el afán de inmortalidad pasaba de padres a hijos, de ancestros a nietos, por transmisión oral. Si todo ser vivo tiene en su ADN la memoria del pasado y el programa del futuro, los humanos, además, necesitan un código cultural que no se limita al azar de seguir respirando, seguir comiendo, bebiendo y holgando. Necesitamos transmitir vida, no sólo biológica sino sobre todo, espiritual. Es ley de vida.
Todo es cuestión de memoria que en muchos planos se confunde con la vida misma. Ningún chimpancé nos dejó su diario porque no concede importancia a lo que puedan pensar sus hermanos de su rutina diaria: comer, beber, rascarse, siempre igual, siempre repitiendo los mismos ciclos.


Los seres humanos no nos conformamos con eso. La satisfacción de nuestras necesidades primarias no tiene como fin último, quedarse en ellas.
Esas migraciones actuales, tan semejantes a las prehistóricas, en donde millones de hombres y mujeres, de niños y niñas caminan miles de kilómetros en busca de pan y algo, siempre tienen la esperanza de que después de haber satisfecho esos mínimos que exige su metabolismo podrán, subir más alto, tener papeles no para tener papeles sino para tener residencia y trabajo. Y esto, para empezar.
Sus hijos podrían tener una enseñanza adecuada e ir a la universidad,: tener el nivel humano del europeo medio y del norteamericano medio, pero sólo para ir más lejos y más rápido.
Los medios de comunicación que por un mismo azar o hechizo están en todas partes, los móviles que están en los bolsillos, incluso de los muchachos de Corea del Norte, de Somalia,  les muestran un
mundo de infinitas posibilidades que sólo están al alcance de su vista y de su oído pero no de sus personas.
Es interesante conocer la opinión de Karl Marx, si pudiera comprobar que los niños hambrientos que forman parte con sus padres, del “ejército de reserva”, es decir, en espera de un puesto de trabajo, tienen su móvil, precisamente gracias a que cobran el paro.
Precisamos con urgencia una política familiar, no sólo económica sino sobre todo cultural. El individualismo es el virus más grave para la sociedad de cualquier cultura porque la sociabilidad forma parte de nuestro código genético.
El afán de supervivencia es la ley suprema de toda  realidad. La economía no está excluida del cumplimiento de esa ley y los juegos del capital y trabajo las oscilaciones de la oferta y la demanda acaban siempre en nuevos motivos de adaptación
A pesar de los profetas de calamidades, los que viven bien cada vez viven mejor y los que malviven tienen una esperanza de vivir por lo menos, como los pobres del mundo desarrollado.

En ese paraíso imaginado, muy pronto se pierde el gusto por la vida. Así ocurre en los países más ricos y cultos.
En España, la tasa de asesinatos por violencia de género alcanza una cifra cercana a 60 personas. Los asesinos, especialmente los yihadistas, prefieren morir matando. El número de muertos en accidentes de tráfico, por ir los conductores “colocados”, se cuentan por miles y la tasa de suicidios en gente joven es la primera causa de mortalidad en esa edad.
Ahí queda clara la diferencia de sexos. Las mujeres, en general, están hechas para reservarse, para conservar y reproducir y los varones instintivamente están hechos para arriesgar y en ocasiones, insatisfechos de sus vidas para hacer mutis por el foro. Es una cuestión entre moral y hormonal.
Podemos extraer una enseñanza de todo ese listado oscuro:  el instinto de  supervivencia de la especie, es mucho más poderoso que la de los individuos. Esto sucede, de modo parecido en los animales aunque no circulen por autopistas.
En los humanos, si el individuo está inserto en su ecosistema social y natural, la supervivencia es mayor. Un ser humano acogido en una familia, en una tribu, en  un clan o en un estado no tiene en general muchas ganas de morirse. Las excepciones que todos conocemos confirman la regla. Si aquellas tienden a ser más numerosas que las regularidades, podemos pensar que estamos ante una especie en peligro de extinción.
Las políticas de los estados procuran fomentar el individualismo y el relativismo, apoyándose en ideologías como la de género, Al mismo tiempo quieren frenar las migraciones. ¿Es razonable, biológica y socialmente hablando, un país poblado por hombres y mujeres sólos y solitarios? ¿Es pensable una civilización narcisista en donde los individuos tienen “libertad de golosina” (sexo, droga- y el Estado retiene la verdadera libertad y el  poder absoluto?
Si queremos que Europa y su cultura sobrevivan, habrá que sustituir la lista de suicidios por las  actas de nacimiento como se espera del  buen amor.