martes, 24 de diciembre de 2019

La gran orfandad


Artículo publicado por el periódico Ideal el 18 de diciembre de 2019

La manifestación se ha convertido desde hace dos siglos en la alternativa a la Constitución. Hay algo en la naturaleza humana tal como se presenta en los dos últimos siglos que necesita romper-temporalmente- con todos los vínculos y compromisos siquiera sea por unas horas  y mostrarse desnuda en su verdad.
La gente quiere gritar su verdad pero no en confidencia sino en masa, donde todos somos unos, todos hermanos, nadie es más que nadie: todo verdad.
Desde la Revolución francesa las Constituciones han previsto la necesidad que tiene la masa de romper protocolos, legalidades y manifestar en directo y con faltas de ortografía “la voz del pueblo”
No importan los contenidos cualquiera es bueno porque no es lo esencial lo que se manifiesta sino la manifestación misma. Será la subida de pensiones, los trasvases, el orgullo gay, el aborto, la inmigración o la corrupción. Todas las grietas del sistema necesitan salir fuera como la pus de las heridas.
Hay en todo este fenómeno un halo romántico, de juventud eterna, de verdades reprimidas de incomprensiones acumuladas, tímidamente rencorosas.
Una explicación fácil del fenómeno es que en la calle saltan los agujeros del sistema. Se siente y el sentimiento es una evidencia inmediata que todo hace aguas y cuanto más aguas hace, más se percibe la ausencia de un sistema justo, es decir, bello, ajustado, armónico.
La masa con la juventud en la vanguardia dicen que todo va mal, sea el clima, sea el modelo productivo, sea el estilo de vida y los congresistas y senadores demuestran con su comportamiento desmadejado y maleducado que realmente todo va mal.
Esa sensación de presente inmediato es una luz cegadora que impide entender que el problema no es que aquí y ahora todo vaya mal sino que desde los socialistas utópicos Saint--Simon, Proudhon etc., más de dos siglos, la sociedad balancea entre la estructura política del Estado, y la antiestructura de la calle.
La estructura política quiere ser  razonada, articulada, con un estudio de los modos de representación para que las necesidades y las opiniones de la gente  se vean representadas en unos delegados, diputados y senadores, elegidos por sufragio universal por un período  de tiempo establecido.
La antiestructura tiene como método la acción directa, la fiesta, los globos y serpentinas. Esto cuando lo que se quiere es no asustar y dar la impresión de que los manifestantes son buenos y pacíficos.
Porque no siempre es así como desde el motín de Esquilache, pasando por el dos de Mayo en Malasaña hasta las manifestaciones que llenan todo el siglo XIX español, hubo de todo: quema de conventos, expulsar curas y violar monjas que es una constante desde mucho “antes de la guerra”, período que entonces se llamaba como “tiempo normal”.
Siempre ha sido “tiempo normal”, siempre ha habido estructuras políticas corruptas salvo cuando los puritanos imponen por la fuerza el estado justo. Me refiero al caballero Robespierre y la legión de salvadores que después han sido, los Hitler, Lenin, Stalin que depuran la corrupción, estableciendo las instituciones más corruptas que sus predecesoras.
No nos extrañemos de nada porque el asunto del pecado original es de sentido común.
Esta idea del pecado original le sienta a cuerno quemado a los que marean las manifestaciones. No les falta alguna razón porque supone la creencia de que “esto no tiene arreglo” o “esto es lo que hay”.
La estructura se corrompe y se llena de falsa modestia como de dama ofendida cuando se ha repartido cantidad de millones entre los “amiguetes”. No importa demasiado. Veremos a la antiestructura encaramarse a la estructura y hacer del Congreso una fiesta o un circo según en que lado de la bancada se esté.
Esa novedad, el que la antiestructura y la estructura de confundan ocupando el mismo espacio legislativo, a medio plazo-si es que hubiera medio plazo- es un síntoma de que los “buenos” van a civilizar a los “malos.”.
Como no podía ser  de otro modo, los educados toman las maneras de los maleducados y los maleducados ponen de moda el horror de la turba, la masa o la chusma.
La marea sube alegre sin remordimientos y con exigencias de moralidad colectiva, concepto bastante contradictorio porque la moral es por definición personal.
Las estructuras son incapaces de salvar a los que no quieren ser salvados. Viene a ser  como el padre que le han salido los hijos rebeldes y que intenta “enderezarlos” ligándolos al negocio familiar.
Y esto los hijos lo notan. Sienten que la gente decente se corrompa como el que ha perdido a un padre.
Cuántas veces se ha dicho que la moralidad es la represión interiorizada, algo así como que uno acaba siendo el policía de sí mismo y cuantas veces la masa se lo ha creído.
La fraternidad universal sin padre tiene una gran ventaja: todo está permitido y nos suprime los remordimientos de conciencia, mediante la extirpación de la conciencia y el implante de una conciencia colectiva en donde las personas no progresan, sólo son las colectividades las que progresan.
La lucha interior personal por ser mejor se cambia por la lucha global por implantar la justicia socialista cuya corrupción no hace más que imitar la corrupción de los padres fundadores. No se puede aspirar a menos.
No hay más que un modo de progreso moral, el personal: uno a uno.


Estrategias impuras

Artículo publicado por el periódico Ideal el 28 de noviembre de 2019

La democracia, con todos sus defectos tiene el acierto de manifestar más pronto que tarde, el incumplimiento de sus programas, por parte de los políticos.  
No hay una correspondencia exacta entre el incumplimiento y la desafección del electorado porque existe una base de votantes incondicionales, inasequibles a los mayores incumplimientos.
La sensibilidad del elector no es tan estricta que no sea capaz de perdonar algunos incumplimientos. Lo que no suele perdonar es un incumplimiento que, de haberse conocido de antemano, hubiera determinado el cambio de voto en aquellos que se sienten defraudados.
Los partidos nacionalistas son muy rigurosos con lo suyo porque las ideas integradas en sentimientos profundos no tienen por qué cambiar. Son la verdad absoluta. El diálogo lo entienden como una deuda del adversario obligado a dialogar y a reconocer la pureza de los ideales independentistas.
Los grandes partidos ya es otra cosa.
La experiencia de gobierno les proporciona plasticidad, adaptabilidad. Sus programas son  lo que son pero el cumplimiento de los mismos por el Poder es harto discutible.
Felipe González nos llevó a la NATO y no hubo grandes desórdenes públicos porque al fin y al cabo, “no podía hacer otra cosa”.
Los incumplimientos graves, radicales, los trajo Zapatero que sin cambiar la letra del programa socialista, cambió no sólo la música sino el sentido de lo que es la socialdemocracia. Es cierto que el nuevo rostro del socialismo es la ideología de género, el feminismo y el progresismo que revíve la angustia de Carrillo teniendo a los sublevados a tiro de cañón desde la Casa de Campo.
A Zapatero se lo llevó la crisis y dejó el sabor de boca de que nos mintió en la Gran Crisis de 2008 por boca de Pedro Solbes y Salgado.
Mariano Rajoy, bien por ser gallego, hombre de paz o por el complejo de la superioridad moral de la izquierda  se cerró a nada que no fuese la solución a la crisis económica. La crisis, era, sin embargo una coyuntura muy grave pero el programa del partido no es coyuntural sino de principios y tras el temor a tocar los temas esenciales del país fue relegado primero por una moción de censura nefanda y luego por un hundimiento de su electorado.
La sensación del país en general es que los años que van de Rajoy a Sánchez no se ha hecho nada entre el temor y la inercia.
Pedro Sánchez retoma el zapaterismo, sin gran confianza de sus barones a los que vence pero no convence e inicia una estrategia que de triunfar conduciría a un modelo similar a la Primera República española y al cantonalismo de Pi Margall.
Su táctica es otra cosa. Como no ha tenido Presupuesto, ni mucho dinero, ni grandes adhesiones,
tiene que conformarse y aprovechar los aplausos vergonzantes de sus adversarios, los independentistas, tanto los pacientes como los impacientes.
La respuesta del electorado a los guiños, a la dejación y al estancamiento en el que se ha sumergido porque lo quiso desde un principio, ha sido claro: Ha sido la lista más votada pero con la boca pequeña y pérdida de votos porque Sánchez no convence a nadie empezando por los suyos. Es lo peor que puede hacer un presidente en funciones: No hacer sus deberes.
Albert  Rivera, cuyo funeral político ha sido el más concurrido, es la respuesta emblemática más estridente a su abandono de  su sentido fundamental: dar la batalla al independentismo, lo cual casi logró.
Las llamadas extremos, Podemos y Vox no engañan a nadie pero de una manera muy distinta.
Pablo Iglesias da una imagen que parece sacada del Pravda con una vocación de poder que le convierte en antagonista de Sánchez. Se ponga como se ponga, no se sale de su guion.
En cuanto a Vox, tampoco engaña, aunque ha demostrado flexibilidad en la política autonómica.
En buena parte VOX es una obra de ingeniería de Sánchez -como ha proclamado Ávalos: el triunfo de Sánchez ha sido frenar a “España- Suma”. Dividir al adversario es una operación de manual pero no da votos.
La Memoria histórica, la exhumación de Franco, la complicidad empática con el independentismo y la crisis han dado la victoria Santiago Abascal.
Y con todo Sánchez, ha perdido escaños.
¿Y ahora qué?
La situación no está ahora, mejor que antes del 10 N, más bien peor.
En un contexto mundial de estancamiento y en una parálisis europea muy acusada, Sánchez, necesita una investidura y un Presupuesto. Sólo Esquerra Republicana le puede hacer Presidente, el partido cuyos dirigentes están en la cárcel.
Gestionar el Presupuesto será aun más difícil contando con que Bruselas no le permitirá grandes alegrías en el gasto público y la Recaudación está como una vaca con las tetas secas por la sequía.
Aunque el paro es acuciante, el verdadero problema es Cataluña.
Si Sánchez no hace el papel de Sánchez, sino sigue su estrategia impura de no cumplir con la socialdemocracia a la que dice asumir, en las próximas y no lejanas elecciones, seguirá perdiendo.
La socialdemocracia ha dejado un vacío en Europa que ha  cubierto el conservadurismo nacionalista que en algunos países ronda la mitad del electorado.
La naturaleza “aborrece el vacío”.