lunes, 6 de abril de 2020

El miedo a lo peor

Artículo publicado en el periódico Ideal, 6 de abril de 2020

 El miedo admite modalidades muy diversas: el temor a un mal presente en
general e inminente para nosotros mismos. También el miedo toma la forma de
temor. El temor, del griego timao es más bien respeto que se tiene a quien
tiene un valor o una dignidad indiscutible y que va unido al reconocimiento. Así
el temor de Dios que aparece en el Antiguo Testamento en forma de terror ante lo transcendente, lo convierte Jesús en el reconocimiento por el Hijo, del poder
y dignidad de su Padre que revierte en su propia dignidad de heredero.
El miedo no es lo mismo que la angustia, también se distingue del pánico
psicológico y del horror.
El miedo es una reacción, incluso fisiológica, que viene causado por un
motivo concreto. Así los jóvenes tienen miedo al paro. La angustia es el miedo
a un mal desconocido a “un no sé qué” que oscurece la mente, paraliza toda
actividad y que se perfila en los conocidos “ataques de pánico”.
El horror es una variante contemplativa del miedo: Ante una situación
horrible y que no podemos cambiar, surge el horror que al ser contemplativo
nos impulsa a salir corriendo. Eso se puede sentir ante las escenas de las
cámaras de gas de la época nazi.

En la actual pandemia, el motivo del miedo es muy concreto: la infección por
el Covid-19 que por el desconocimiento relativo de su naturaleza y de sus
efectos, da miedo, temor, angustia, terror y en algunos, pánico.
Es sorprendente la eficacia psicosocial de este virus. Rompe de un solo impacto todas nuestras seguridades. El relativismo y la frivolidad cuando por
boca de los “expertos” nos ocultan su rostro, ya no convencen a nadie.
El temor es un recurso de la Naturaleza dicho en lenguaje antiguo y nos
pone a todos en vilo. Sitúa en primer plano la religión y la TV, la farmacia y el
Supermercado, que pasan de ser una rutina diaria a una batalla por la vida.
Ese efecto psicosocial no se combate con cortisona ni con cloroquina, viejo
y barato remedio contra la malaria.
No se trata del miedo individual que naturalmente, todos tenemos sino de la
situación de pánico colectivo que es peor que la insuficiencia respiratoria y el
desmoronamiento físico. Ya, poco se cura con mentiras que al ser descubiertas
al momento, aumentan la incertidumbre que genera la desinformación.
El virus puede con el futbol, con los Juegos Olímpicos, con el Parlamento,
con el cierre de empresas y con el chorro diario de muertos entre los que
destacan, junto a los mayores, los médicos y sanitarios, las fuerzas de
seguridad. Puede ocurrir que salga, si Dios quiere, la vacuna o el coktail de
fármacos que frene su réplica, pero eso tan deseable, todavía no cura a nadie.
 
Dice Enrique Rojas que esta pandemia señalará un antes y un después.
No lo creo porque la naturaleza humana es un elemente resistente a todos
los virus. Pueden caer los individuos pero en cuanto quede un resto,
volveremos a las andadas.

Volveremos a creer en que la cibernética nos hará superhombres o que los
remordimientos sobre lo verdadero y la culpa se calmarán con drogas y así
volverá la Ligas, la Copa y la Champions, volverá la “selectividad”, las
oposiciones y los enganches que mantienen las plantaciones.
Todo volverá como en eterno retorno.
Porque lo único que elimina de verdad, el miedo, es la fe que mueve
montañas.
Podemos, sí, pero no de cualquier manera.
El círculo infernal del eterno retorno se rompe como el nudo gordiano: Es
necesario “sentir lo que se dice y decir lo que se siente”.

Bien común e interés general


 Artículo del periódico Ideal, 29 de enero de 2020

En el marco de la revolución semántico-política que estamos presenciando, el concepto de Bien común es sustituido sistemáticamente por el de interés general.
El deslizamiento desde el Bien al beneficio entendido como interés es una de las claves del paso de Occidente a la Edad Moderna.
El caso de Francis Bacon, ilustre pensador del bienestar social nos puede servir de metáfora ejemplar.
Nació siendo hijo del portero de una gran Abadía. La Reforma de Enrique VIII trajo la desamortización de los bienes de los monasterios. Claro está que el portero “heredó” el monasterio y sus tierras y el pequeño Francis llegó a ser el gran canciller, favorito de Isabel Tudor. Esto ha ocurrido muchas veces. Así en Francia se creó la sólida burguesía terrateniente en el célebre “año del pánico” en donde los aparceros ocuparon los castillos y tierras de los nobles por miedo a una invasión de los austriacos lo que además, era verdad.
Así se desplegó en Occidente la filosofía del bienestar dejando el concepto de Bien común y adoptando el de beneficio.
Ambos conceptos no son incompatibles pero entre ellos existe una diferencia de calidad. El Bien hace referencia  al don de sí a los demás y el beneficio es a costa de los demás.
 
Nadie puede sobrevivir sólo. No obstante el estatalismo de toda orientación hace de paraguas de modo que el estado satisface las necesidades sin mediaciones intermedias como la familia, la sociedad civil y las instituciones intermedias.
Esa condición del estado-nodriza potenciado por la tecnología va en detrimento de los dos pilares de la sociedad humana: la familia y el trabajo.
El desplazamiento de la función natural de la mujer en favor de la función profesional tiene dos efectos demoledores:
1)    El incremento del paro, puesto que de modo progresivo los puestos de trabajo se reducen a la mitad.
2)  La enorme dificultad para comprometerse en una familia estable con el consiguiente descenso de la natalidad.

A estos dos efectos negativos se añade un tercero, el derivado necesariamente del progreso tecnológico y la robótica que conducen a convertir el trabajo en el privilegio de unos pocos siendo la mayoría regalados con una larga vida de ocio y diversión.
Es la concepción del estado-granja, la simple “administración de las cosas”

Las actuales tendencias se justifican ideológica y psicológicamente con los conceptos de emancipación libertad y la de rescatar al hombre del trabajo entendido como una maldición.
El trabajo es, por el contrario, el principal medio de realización de la persona.
La persona, es por definición no un simple individuo sino que hace relación comprometida con el otro en la familia, el trabajo y la sociedad.
El instinto de conservación individual y el de conservación social son los componentes de cuyo equilibrio y armonía, depende el bien común.
El ideal romántico rousseauniano del “bon sauvage” explica el espíritu anarquista de los tres últimos  siglos como reacción contra los excesos de la revolución industrial, tiene hoy su análogo en el actual individualismo relativista del “single man”.
Paradójicamente, el progreso de la ciencia y la tecnología permite a los individuos vivir en un caparazón digital entubado y controlado recibiendo todos los suministros “on line”.
El nexo del hombre con el hombre es sustituido con el nexo del hombre con el todo. No existe una relación real de compromiso, de satisfacción de necesidades, de empatía y colaboración entre personas porque éstas han sido sustituidas por individuos atómicos que sólo intercambian perfiles y sólo comparten información más que comunicación.
Todo este contexto tecnológico deja de ser medial para convertirse en el fin final del individuo: un absoluto, fuera del cual no se concibe la vida.
Hemos iniciado la ruta hacia un socialismo tecnológico en donde la identidad personal es sustituida por la identidad virtual de los identificadores y sus contraseñas.
Es la forma postrera del socialismo en donde la relación real entre personas es sustituida por la administración de las cosas a través del administrador de los medios.
En estas circunstancias el bien común queda desnaturalizado en favor de “la gran vaca” tecnológica cuyos pezones son los móviles, los Iphone de 5ª generación que tratan de duplicar la realidad natural, en realidad virtual más atractiva y confortable.
Precisamente el sentido ecológico de la vida, el naturalismo, el animalismo son respuestas naturales a la invasiva artificialización de la vida e introduce una contradicción más: salimos de la burbuja tecnológica para salvar a los peces y a los perros, nuestros mejores amigos, con los que desgraciadamente no nos podemos comunicar por whatsApp. Carencia que nos proporciona un respiro fuera del mundo artificial y descubrimos el valor de los sentimientos animales que sólo es posible en su naturalidad.
Aun no hemos descubierto a las personas, porque éstas requieren la exigencia de prescindir del beneficio en  favor de la generosidad.
El bien común necesita la naturaleza como plataforma y el lenguaje natural en vez del lenguaje digital y de la relación con ellos depende nuestra felicidad.
La felicidad real y permanente es la meta última del bien común.
Esto requiere la convicción de que las personas deben ser cada vez más personas mediante el trabajo sobre sí mismos que es la virtud. Para el compromiso familiar y laboral.
Entonces se oye en el interior una voz que dice: “no tengo ganas” y surge la “okupofilosofía”.
Es la desgana como paradigma

La pregunta por la verdad

 Artículo publicado por el periódico Ideal, 3 de marzo 2020

Hay un momento fontanal en el interior del hombre que le permite entrar
en contacto íntimo con la verdad. Es aquel lugar del tiempo en el que uno se
encuentra sólo consigo mismo. Siendo en el cuerpo, la víscera cardiaca, el
órgano más íntimo físicamente y siendo sus latidos lo más delicado, la soledad
de uno consigo mismo es más íntima todavía.
Es así porque en ese interior sólo y vacío, el hombre se encuentra pobre
y desnudo. No lleva joyas, ni maquillaje ni le sirve para nada la tarjeta de
crédito. No tiene nada, salvo a sí mismo.
Muchos, ante esta pobreza interior, se asustan y se lanzan velozmente a
los grandes viajes, en hoteles confortables del Tercer Mundo. Tal vez si salen a
los barrios de la periferia se sienten por un momento, sumergidos en la
falsedad. ¿Qué hago yo aquí? Tantos sufren y mueren injustamente, andan
desnudos o están presos en sus infiernos. ¿Qué hago yo aquí, un miserable
como yo en un lugar como éste?
En ese ecosistema que es nuestro interior no hay nada que pretender,
nada que poseer, nada que intrigar ni manipular Sólo conmigo, nada me limita.
Estamos disponibles para beber del manantial que no cesa, de dar gota a gota,
el sabor de lo verdadero.
Sería un error creer que esa descripción responde a la de un callejón sin
salida. El callejón sin salida donde nos metemos no es otra cosa que la
sensación de vacío cuando volvemos de una expedición hacia la felicidad de
los “Wall Street”, los salvajes moteros de Putin o los grandes cruceros a pagar
en doce meses sin interés.
Si se ha puesto el corazón en esas cosas, se ha engarzado el
diamante del alma en el cuello de un mentiroso.
Al final se vuelve siempre, porque el llamado mundo real está muy a la
intemperie, no hay por donde cogerlo y si le das fe, te sepulta en su irrespirable
zulo.
En la pobreza de tu interior que se sabe, realmente pobre y sin muebles,
habita la verdad. Esa experiencia interior es una verdad descomunal y por lo
tanto es una unidad de medida que permite discernir el bien mal del mal, lo
permanente, de lo fugaz.
No oirá el corazón, “la ovación sonrojarte de la muchedumbre”. Sentirá
cómo los altos directivos de la banca no le hagan ni caso. Su nombre ha sido
raspado de las piedras públicas como hacían los faraones con los nombres de
aquellos a quienes depusieron. Es duro, pero es verdadero.
Desde el corazón de la verdad ya se puede, cada día, salir al exterior y
apreciar el peso de lo que vale y de lo que no vale.
¿Es tan fácil, entonces, “decir lo que se siente”, en vez de “sentir lo que
se dice”?, Así leemos en el inmortal Quevedo.
En el corazón sin fronteras, uno tiene a la mano el poder decir lo que
siente. Los que podrían torcer esa verdad, no pueden entrar en ese recinto. Nohay dinero, ni premios, ni reconocimiento que puedan evitar un juicio
verdadero, salido del corazón.
La pregunta por la verdad no se responde desde la calle sino desde el
interior. Una vez encontrada, torna a la calle o a las redes. Es una semilla,
piedra de contradicción. En ella, tropiezan, unos para caer, otros para
levantarse.