Artículo publicado en el periódico Ideal, octubre 2024
Los lectores – yo también- no acabamos de asimilar la guerra entre los
Poderes del Estado. Llama la atención el conflicto interno entre magistrados y
fiscales que nace de la discutida dependencia de éstos del Poder Ejecutivo.
Dejemos de lado las anécdotas que fluyen hora tras hora del periodismo
de investigación, de los informes policiales y de los sumarios de los procesos
en marcha.
El meollo del asunto, por abreviar y no remontarnos al infinito, se desarrolla
en función de dos concepciones del Derecho, una liberal y otra socialista o con
mayor precisión, social-comunista.
Paradoja, los lemas de la revolución liberal: libertad, igualdad y
fraternidad son los mismos de la concepción socialista.
El socialismo marxista parte de la sencilla idea de que todo el montaje
social es una mentira, cargada de ilusión. “Todos los hombres somos iguales”,
dicen las éticas y las religiones. Si volvemos los ojos a la realidad social
bien palpable, no hay dos personas iguales ni en psicología, ni en género ni
económicamente.
Ese desajuste entre la teoría y la práctica social, hace pensar en una
injusticia radical, un crimen cósmico que la conciencia honesta se ve impulsada
a reparar.
El poder sobre la tierra hizo a nobles y vasallos, el poder sobre las
leyes, hizo a ricos y pobres. La clase de los juriconsultos hicieron al Estado
burgués para eternizar el dominio del capital sobre el trabajo.
La persona, la propiedad, la legalidad, tienen un significado nada
metafísico: persona no es cualquier persona sino el que tiene papeles de la
renta, la propiedad es el castillo que compró el que tenía dinero y la
legalidad proporciona la seguridad jurídica que garantiza que todo va a
permanecer igual.
Partiendo de este credo luminoso, se aclara por qué el socialismo suele
ir unido a la corrupción desde las oligarquías post-soviéticas hasta las
imitaciones suramericanas. La razón es simple: si los multimillonarios robando
al pobre disfrutan de los grandes y pequeños lujos de la vida ¿Por qué no,
también nosotros iguales en derechos a ellos? Si allanamos la propiedad, okupamos
lo que siempre nos fue negado. Si desviamos fondos públicos y los repartimos a
la clientela de los nuestros, redistribuimos la renta de un modo más correcto
según la conciencia. ¿Por qué otro igual que yo puede “poner” pisos a su amante
y yo no?
La argumentación se refuerza con la realidad de la corrupción de las
derechas que, además, es para lucro personal y no para nuestra labor solidaria.
Todo lo simple que pueda parecer este análisis, lo explica todo.
A eso debemos añadir que la revolución liberal, rompió con la moral básica
bueno/malo de modo que la apropiación de las tierras del Antiguo Régimen, no
fuera ya considerado como robo puesto que ellas eran producto de un robo.
Cuando emerja la revolución social, partirá del axioma: “la propiedad es un robo”.
Cuando dice el Sr. Bolaños que “nunca ha sido delito decir la verdad”,
manifiesta a las claras que el derecho formal, la legalidad que protege la
intimidad, le importa un bledo. Lo que importa a este socialista, no es ni
siquiera la eficacia sino el “efecto”.
La Providencia, que no se equivoca, ha permitido que las minorías
coaligadas de la izquierda más los independentistas, sostengan por un puñado de
votos a este Gobierno.
Advirtamos:
El mundo está rearmándose, sufriendo una crisis bélica y para-bélica,
las derechas crecen y se encierran en sus castillos y aquí puede estallar la
“intemerata”
¿Qué pensará la Historia de Pedro Sánchez?
Sospecho que, cuando toque, estaremos en otras cosas.