Artículo publicado en el periódico Ideal, marzo 2017
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Lo
sorprendente es que cuando se cambia el sentido del término por necesidades
ideológicas, lo que antes era simplemente verdad aceptada por todos se
convierte, de pronto, en banderín de enganche de una verdad absoluta que es
defendida como el Santo Grial de los templarios.
El
término “género” por imperativo de la revolución cultural y sus derivaciones,
se convirtió en tema de debate científico en las universidades norteamericanas.
El género, ya no era una categoría gramatical que reflejaba el sexo de una
palabra sino algo mucho más complejo y filosófico: la opción libre de una
persona sobre el sentido de ese término concreto.
En
nuestra infancia, decíamos que había un género masculino, otro femenino, otro
el neutro y aún otro llamado epiceno. “Buho”, pertenece indistintamente, a los
dos géneros.
Había
términos ambivalentes que por la presión de la rutina que te han en el cerebro toda la vida: así
decía el libro, “el puente y la puente, el color y la color, y algunos otros.
No se
nos había ocurrido, todavía. a dónde podía llevar estas inocentes variables.
En
tiempos no tan remotos, sabíamos que, en gramática, y en lógica, el género conjuntaba
un número indeterminado de especies. De modo que las especies de un género, no
podían pasar a ser especies de otro. Por ejemplo todas las especies del género
animal, son animales y ni por amistad, se podía admitir que la especie de los
pulpos que determina el género animal, pasase a ser una especie del género “motores
de explosión interna”.. Y otros términos como el de igualdad, que tiene raíces
históricas profundas, especialmente a partir de la Revolución francesa.
La libertad
y la igualdad tienen un nivel distinto en nuestra jerarquía de valores. Siempre
se ha considerado que la libertad, el poder de elegir o no elegir, de elegir
esto o lo otro, es más deseable que la igualdad. A no ser que, rizando el rizo,
postulemos que todos los iguales deben ser libres.
Desde
la revolución norteamericana y su Constitución todos somos iguales, tenemos los
mismos derechos y esto nos parece de sentido común. Si insertamos el concepto
religioso de libertad, la igualdad de todos ante Dios, estamos de acuerdo en
ello, aunque, al mismo tiempo, resulta que
estamos más convencidos todavía de que en la práctica, y de hecho, somos desiguales y que esto, es un gran
misterio.
Afirmamos
rotundamente lo que decimos, pensamos y no practicamos, porque, iguales,
iguales, sólo lo son los números de la tarjeta de Seguridad Social.
Hay una
derivada de estos cambios que se le había ocurrido a muy poca gente: decir que
el género no es genérico y que cada uno tiene el género que le venga en
gana. De modo que no hay dos géneros
iguales y como ocurre también en la teología de Los Ángeles cada individuo, por
su opción libre, se constituye en un género único: un género sin especies y que
por tanto no admite determinación lógica.
La
lógica y la semántica se les antoja algunos como materia prima que se puede
manejar caprichosamente y no pasa nada.
Un concepto
liberal del derecho consigue lo que no se le había ocurrido al fundador del
homo sapiens: que la especie biológica se reproduzca sin sexo ni género y no por un tipo de
partenogénesis sino por procedimientos de laboratorio. Es curioso que el
feminismo consiga que haya madres sin macho o macho sin madre y que una persona
pueda tener varias madres y, aún más frecuente varios padres.
Sólo el
ADN aclara las cosas y gracias a él, podemos saber quién fue mi progenitor que
no es lo mismo que mi padre porque muchos progenitores no hacen un padre ni
muchos padres consiguen hacer necesariamente una madre.
Sobre
el papel, estas cosas no hacen daño pero en la realidad fáctica genera una
inseguridad e incertidumbre que dura toda la vida de la víctima y que dicen los
economistas que es malo para los negocios.
Como
efecto de la costumbre y de la adopción
de un sentido de la libertad como real gana del instinto, sentimos la imperiosa
necesidad, de hacer que los círculos sean cuadrados y que los animales
domésticos como cualquier hijo de vecino, tengan sus derechos civiles puesto
que son criaturas de Dios y gozan de una igualdad, a la que tienen derecho
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