Artículo publicado en el periódico Ideal el 30 de agosto de 2017
Los avances tecnológicos, en el campo de la manipulación
genética, nos producen admiración y entusiasmo a la vez que representan un
desafío a nuestra capacidad moral de decisión libre.
A nadie se le oculta que conseguir mediante la simple
inyección de un gen sano, corregir enfermedades terribles, incurables y
degenerativas es un objetivo que puede y debe estar en la mente de cualquier
investigador o equipo y sin duda en la de los consorcios y corporaciones
farmacéuticas que las financian.
Si la moral tuviera
como único tema la obtención de fines, sería una maravillosa actividad lindante
con la poesía que según Aristóteles, está muy cercana a la ciencia. Ambas
facultades de la mente humana, hablan de posibilidades.
La moral y por supuesto, su objetivación ética, tienen su
mayor calvario, no en los fines sino en los medios.
A todos nos interesa vivir siempre, en plena forma física y
mental. Lo difícil es como conseguirlo.
Hace pocos años, pensar en un trasplante doble de pulmón
parecía imposible. Ahora se hacen todos los días y a nadie se nos ocurre poner
objeciones morales. Si tal progreso da ocasión al tráfico de órganos es un
“daño colateral” que no culpabiliza a nadie más que a los traficantes.
Lamentablemente la manipulación genética es otra cosa.
Segundo. Hay que ver si una persona, un equipo o un estado
pueden decidir lo que es bueno y justo y
lo que no.
Tercero. Se debe aclarar si el consenso alcanza al bien, al
mal y a la vida.
Cuarto. Se debe establecer si la decisión moral tiene como titular
a la conciencia individual o a un colectivo o un funcionario.
Quinto. Presuponiendo la buena voluntad de todos, hay que
dilucidar si la manipulación genética tiene algo que ver con los Derechos
Humanos.
Sexto Hay que considerar la moralidad de la fabricación genética
de niños de diseño (eugenesia)
Podríamos seguir indefinidamente.
A mi parecer, el tema fundamental es quién es el titular o
“propietario” de su conciencia. Podemos verlo en dos direcciones:
1)En las decisiones personales que afectan al libre desarrollo
de la vida ordinaria. Será imprescindible determinar el titular que decida-en
el caso de que se encuentre y además pueda hacerlo- el destino de la Humanidad.
Como es verosímil, las Naciones Unidas, las grandes organizaciones, las Ongs,
las multinacionales etc.
2) La manipulación genética (en lo positivo y en lo
negativo) incide no sólo en el embrión corregido sino en el futuro de la
humanidad, de las generaciones que vendrán. No es lo mismo una Humanidad que se
confía en lo que le proporciona la Naturaleza -o Dios- y una Humanidad en donde
todo está previsto, todo sea tecnológicamente mejorable.
¿Quién será responsable de decidir por la Humanidad y de poner
límites a un futuro en donde, probablemente, la autosuficiencia personal y
colectiva, potencie los conflictos que nacen de la soberbia y de la voluntad de
poder?
No encuentro ese titular responsable.
A no ser que demos a la democracia un sentido metafísico y
transcendental: qué el titular sea la mitad +1. En otros términos quizá menos
remilgados, determinemos lo bueno y lo malo a peso o por encuestas.
Todos sabemos ya, de sobras, como funciona la democracia y
que las Asambleas son un mercado de intereses en donde el poder y el dinero son
los que priman.
¿Cabe pensar en un consenso mundial, en una entidad colectiva
permanente a quién le demos toda nuestra
confianza y que nos aclare en cada caso lo que debemos hacer?
La moral, sea cristiana o laica tiene un elemento esencial
de autonomía por el que la persona se da a sí misma la norma o bien, acepta libremente la que viene de fuera. Al asumirla, la norma pasa a ser autónoma.
Los sistemas comunistas son el resultado de la evolución de
un régimen asambleario anterior. Este último por su dinámica interna necesita
una élite de doctos, los intelectuales orgánicos, que establecen un principio
de orden o jerarquía. Ese órgano deriva en un comité del que resulta un líder
que con el tiempo pasa de carismático a dictador. Todos lo dan por aceptable.
Anclados en el carisma pasan por alto la dictadura.
Si estos mecanismos se quedan retenidos en sus primeras
fases, el sistema se disuelve.
Esta sería la descripción de lo que ocurrió en Rusia hace
cien años, luego en Cuba, en Camboya. Una revolución para triunfar necesita de
la unidad y hasta de la uniformidad para consolidarse.
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No vamos a encontrar autoridad moral en una Europa laicista,
en donde las macro-estructuras
políticas y económicas eluden toda
responsabilidad moral sobre unas cuantas cuestiones entre las que hoy destaca
la miserable condición de los refugiados.
Al calor de los problemas que genera la ingeniería genética
y social, el ser humano añora una autoridad moral que nos sugiera lo bueno y lo
malo para que lo asumamos libremente con todas sus consecuencias.
¿Acaso la producción industrial de niños nos deja
indiferentes? ¿Asistiremos a un conflicto futuro entre la conciencia y el
progreso científico?
En su resolución, nos jugamos la libertad.
El progreso tecnológico sin un criterio moral desemboca en
un automatismo robótico.
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