Artículo del periódico Ideal, 29 de enero de 2020
En el marco de la revolución semántico-política que estamos
presenciando, el concepto de Bien común es sustituido sistemáticamente por el
de interés general.
El deslizamiento desde el Bien al beneficio entendido como
interés es una de las claves del paso de Occidente a la Edad Moderna.
El caso de Francis Bacon, ilustre pensador del bienestar
social nos puede servir de metáfora ejemplar.
Nació siendo hijo del portero de una gran Abadía. La Reforma
de Enrique VIII trajo la desamortización de los bienes de los monasterios.
Claro está que el portero “heredó” el monasterio y sus tierras y el pequeño
Francis llegó a ser el gran canciller, favorito de Isabel Tudor. Esto ha
ocurrido muchas veces. Así en Francia se creó la sólida burguesía terrateniente
en el célebre “año del pánico” en donde los aparceros ocuparon los castillos y
tierras de los nobles por miedo a una invasión de los austriacos lo que además,
era verdad.
Así se desplegó en Occidente la filosofía del bienestar
dejando el concepto de Bien común y adoptando el de beneficio.
Ambos conceptos no son incompatibles pero entre ellos existe
una diferencia de calidad. El Bien hace referencia al don de sí a los demás y el beneficio es a
costa de los demás.
Nadie puede sobrevivir sólo. No obstante el estatalismo de
toda orientación hace de paraguas de modo que el estado satisface las
necesidades sin mediaciones intermedias como la familia, la sociedad civil y
las instituciones intermedias.
Esa condición del estado-nodriza potenciado por la
tecnología va en detrimento de los dos pilares de la sociedad humana: la
familia y el trabajo.
El desplazamiento de la función natural de la mujer en favor
de la función profesional tiene dos efectos demoledores:
1) El
incremento del paro, puesto que de modo progresivo los puestos de trabajo se
reducen a la mitad.
2) La enorme dificultad para comprometerse en
una familia estable con el consiguiente descenso de la natalidad.
A estos dos efectos negativos se añade un tercero, el
derivado necesariamente del progreso tecnológico y la robótica que conducen a
convertir el trabajo en el privilegio de unos pocos siendo la mayoría regalados
con una larga vida de ocio y diversión.
Es la concepción del estado-granja, la simple
“administración de las cosas”
Las actuales tendencias se justifican ideológica y
psicológicamente con los conceptos de emancipación libertad y la de rescatar al
hombre del trabajo entendido como una maldición.
El trabajo es, por el contrario, el principal medio de
realización de la persona.
La persona, es por definición no un simple individuo sino
que hace relación comprometida con el otro en la familia, el trabajo y la
sociedad.
El instinto de conservación individual y el de conservación
social son los componentes de cuyo equilibrio y armonía, depende el bien común.
El ideal romántico rousseauniano del “bon sauvage” explica
el espíritu anarquista de los tres últimos
siglos como reacción contra los excesos de la revolución industrial,
tiene hoy su análogo en el actual individualismo relativista del “single man”.
Paradójicamente, el progreso de la ciencia y la tecnología
permite a los individuos vivir en un caparazón digital entubado y controlado
recibiendo todos los suministros “on line”.
El nexo del hombre con el hombre es sustituido con el nexo
del hombre con el todo. No existe una relación real de compromiso, de
satisfacción de necesidades, de empatía y colaboración entre personas porque
éstas han sido sustituidas por individuos atómicos que sólo intercambian
perfiles y sólo comparten información más que comunicación.
Todo este contexto tecnológico deja de ser medial para
convertirse en el fin final del individuo: un absoluto, fuera del cual no se
concibe la vida.
Hemos iniciado la ruta hacia un socialismo tecnológico en
donde la identidad personal es sustituida por la identidad virtual de los
identificadores y sus contraseñas.
Es la forma postrera
del socialismo en donde la relación real entre personas es sustituida por la
administración de las cosas a través del administrador de los medios.
En estas circunstancias el bien común queda desnaturalizado
en favor de “la gran vaca” tecnológica cuyos pezones son los móviles, los
Iphone de 5ª generación que tratan de duplicar la realidad natural, en realidad
virtual más atractiva y confortable.
Precisamente el sentido ecológico de la vida, el naturalismo,
el animalismo son respuestas naturales a la invasiva artificialización de la
vida e introduce una contradicción más: salimos de la burbuja tecnológica para
salvar a los peces y a los perros, nuestros mejores amigos, con los que
desgraciadamente no nos podemos comunicar por whatsApp. Carencia que nos
proporciona un respiro fuera del mundo artificial y descubrimos el valor de los
sentimientos animales que sólo es posible en su naturalidad.
Aun no hemos descubierto a las personas, porque éstas
requieren la exigencia de prescindir del beneficio en favor de la generosidad.
El bien común necesita la naturaleza como plataforma y el
lenguaje natural en vez del lenguaje digital y de la relación con ellos depende
nuestra felicidad.
La felicidad real y permanente es la meta última del bien
común.
Esto requiere la convicción de que las personas deben ser
cada vez más personas mediante el trabajo sobre sí mismos que es la virtud.
Para el compromiso familiar y laboral.
Entonces se oye en el interior una voz que dice: “no tengo
ganas” y surge la “okupofilosofía”.
Es la desgana como paradigma
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