Artículo publicado en le periódico Ideal en Enero de 2022
sábado, 15 de enero de 2022
¿Qué es decadencia?
Georgia, Ucrania Bielorrusia,
las repúblicas de Asia Central, han saboreado la independencia.
Como ocurrió en la época del
califato de Córdoba, cuando el poder central se debilitó, los jefes de las
guarniciones militares se constituyeron en taifas independientes. No gozaban
del esplendor del califato y por eso suelen considerárseles “decadentes”.
Rusia, ahora mismo, se
siente asediada por países que tradicionalmente se han sentido y han sido
asediadas por ella: Polonia, Países bálticos, Ucrania y países caucásicos.
Desde la II Guerra mundial,
los países occidentales han creído que el poder económico y militar de los
Estados Unidos era casi infinito y como se demostró enseguida el del Imperio
Soviético también.
Después de la guerra fría
sólo es incontestable el potencial americano y la emergencia de China.
¿Estamos todos los demás en
decadencia? O ¿qué es decadencia?
El factor esencial de la
decadencia es el miedo a perder el propio estatus. Esta es la razón de la
capitulación de Francia ante los alemanes. En esa ocasión la decadencia de
Francia contrastó con la actitud de Inglaterra, dispuesta a luchar hasta el
final.
Rusia mueve ficha e invade
Crimea-su salida al mar- y estimula el independentismo de la llamada República
del Donetz, muy industrializada.
Simultáneamente los Estados
Unidos abandonan Afganistán y ese vacío lo ocupa, Rusia y el islamismo.
Parece claro que Putin no
tiene miedo y China tampoco. La pregunta que toca hacerse a Europa es si está
en condiciones de defender su estilo, sus libertades y su nivel de vida.
Las exigencias del
globalismo han empequeñecido a Europa de la que somos un apéndice cuyo valor
esencial para Occidente es el estratégico.
Cuando las civilizaciones
atardecen, suelen dar de sí renacimientos culturales y espirituales como fue la
Edad de Oro o la generación del 98.
No parece detectarse un
fresco espíritu que rejuvenezca a Occidente.
España no está en decadencia
sino lo siguiente.
Nuestra existencia como país
depende directamente, no de nosotros mismos, sino de la UE, la NATO, los pactos
con los americanos, de las grandes cantidades de sol y playa y de la benevolencia
de la pandemia.
Desde la muerte de Felipe II
escriben cronistas e historiadores su sentimiento por la decadencia española.
Puede parecer inapropiado, en
el principio del nuevo año, dejar aflorar estos sentimientos, pero el saber ver
nuestra situación en el mundo es lúcido más que inapropiado.
Medir la profundidad de nuestra
pobreza espiritual debe ser un revulsivo para revolver aquellos virus que están
en la raíz de nuestra decadencia:
El descenso demográfico
fruto del individualismo y del miedo ante la vida.
La legislación educativa
pensada para convertir la juventud en un rebaño sin pensamiento.
La autocomplacencia con
nuestra dependencia que lleva a vivir de la sopa boba de Europa y de la
beneficencia del BCE.
Los monopolios gigantes, las
multinacionales nos llevan de la mano y con la vara como los pedagogos
antiguos.
Las naciones se han
convertido en correas de transmisión de instancias superiores.
La decadencia está en no
tener sustancia, en no ser lo que somos sino lo que otros dicen que somos.
¿Podemos recuperar nuestras
raíces?
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