Artículo publicado en el periódico Ideal, enero 2022
Las revueltas interiores en Bielorrusia, la guerra abierta en la llamada
República del Donetz frente a Kiev, las amenazas a los países bálticos y
Polonia, las migraciones provocadas para soliviantar las fronteras y ahora el
estallido en las principales ciudades kazakas y el envío de aviones y tanques
en ayuda del gobierno kazako, obligan a un examen de una situación
geopolítica en plena ebullición.
Algún comentarista ha creído que la revuelta en Asia Central es un regalo para
Putin pero más bien que un regalo, es un regalo envenenado.
Por lo menos se ha creado un nuevo frente que obliga a Rusia a dividir su
atención militar entre Ucrania y el Asia Central.
A esos dos frentes, se añade la tensión en todas sus fronteras que son en
realidad fronteras con la NATO.
El problema kazako es bastante complicado, aunque ha tenido como
detonador, la subida del precio de los carburantes.
Debajo de esa razón, por otra parte común a todos los países, está la labor
sorda de la inteligencia americana a través de fundaciones y una universidad
que funciona hace años.
Las revueltas simultáneas-similares a las que se dieron en Minsk- pueden ser
debidas a dos concausas combinadas: la indignación por la subida de precios y
su instrumentalización por los gobiernos bielorruso y kazako según el método
de la “falsa bandera” que empleó brillantemente Endorgan en Turquía para
promover un levantamiento y así decapitar a la oposición.
Este procedimiento de dirigir a distancia revueltas internas, provocó un cambio
de régimen en Ucrania, justificando que Rusia recuperase Crimea y los pueblos
pro-rusos del Donetz.
La tesis rusa manifiesta su inquietud porque sus fronteras desde Lituania a
Turquía están sembradas de bases militares de la NATO. Estados Unidos no
permitiría algo parecido en sus fronteras.
Este argumento subraya la debilidad de la posición de Putin porque contrasta
dos situaciones muy dispares.
Rusia no está en condiciones ni remotas de rodear a Norteamérica ni de bases
ni de misiles. Ya se comprobó en 1962 en la crisis cubana. Por ello advierte de
la posibilidad de desplazar tropas rusas a Cuba y a Venezuela.
Es un planteamiento maximalista y aparatoso, pero sólo en el papel. No está
Rusia en condiciones de cumplir amenazas de tanta envergadura que
parecerían próximas a una gran guerra.
Cierto que la ocupación de Crimea no ha encontrado ninguna respuesta de la
NATO. Este ponerse de perfil, ha permitido a los rusos iniciar agresiones
cibernéticas y migratorias en Lituania y Polonia e incrementar sus efectivos
militares en Ucrania. A ello sumemos las revueltas en Bulgaria que repiten el
modelo de Kazajistán.
También tiene en su mano el cortar el suministro de gas a Europa lo que sería
una sanción económica contra sí misma.
Por eso da la impresión de que contemplamos una guerra psicológica de farol
en farol.
Según las fuentes georgianas, polacas y húngaras se describe el sentimiento
de pavor ante la amenaza rusa mientras que Putin se queja de lo mismo.
La solución a este jeroglífico depende de la habilidad de ambas partes que les
permita negociar desde posiciones de fuerza sin traspasar la línea roja de una
hipotética guerra.
Es como un combate de boxeo amañado: los contendientes se están tocando
las narices, pero saben que ninguno quedará “nocaut”.
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