Artículo publicado n el periódico ideal mayo de 2023
Los modelos de estado, vienen de antiguo reducidos a tres que en el
lenguaje actual serían: monarquía, república y oligarquía.
Como la oligarquía, hoy más bien económica, sólo interesa a los oligarcas
y a sus mantenidos, podemos quedarnos a considerar como alternativas
más asequibles, la monarquía y la república que los griegos llamaban
democracia.
Las monarquías han sido electivas, las más antiguas, y hereditarias a
partir de la Edad Media. Las repúblicas fueron en principio senatoriales
con un censo restringido a los grandes propietarios y hasta el siglo XX no
incorporaron el sufragio universal.
Creo que el asunto no es teórico, tal como estudia la ciencia política y los
constitucionalistas sino práctica y de sentido común.
Siempre habrá partidarios de la república porque confunden racionalidad
con historia y en política lo que funciona sobre el papel, no siempre
funciona en la realidad.
Vemos como en Francia después de la Revolución, Napoleón se erigió en
Emperador a punta de bayoneta. Pasada su época, volvieron los
Borbones, le siguió Luis Felipe de Orleans y Carlos X y aun el imperio
encontró otro Napoleón que se denominó Napoleón III. Luego vino la
guerra franco- prusiana y a partir de ahí, se mantuvo la república que ha
sufrido seis cambios constitucionales.
El progreso económico y social se dio en todo el siglo XIX,
independientemente de la forma de gobierno y todavía en la última guerra
mundial el Conde de París rondaba sus pretensiones en el ámbito de
Vichy.
Las formas de Estado las hacen y deshacen los acontecimientos
históricos, el juego de fuerzas, el equilibrio de intereses y en raros casos,
las urnas.
Más fácil es que la monarquía caiga o se levante, por un golpe de estado,
una revolución o que una guerra exterior lo decida.
Así puede verse en el siglo XIX español en donde ninguna forma de
Estado sucedió a unas elecciones libres.
Eso no quita de que la forma del estado pueda ser asumida y aceptada
por razones prácticas, salvo en casos tan excepcionales como en el
Reino Unido en donde británico y monárquico son casi sinónimos.
Las monarquías europeas son constitucionales y confesionales dentro de
la religión protestante. La española es constitucional y aconfesional e
indirectamente se puede considerar avalada por las urnas que votaron la
Constitución de 1978.
Los socialistas y los católicos desde León XIII prefieren considerar la
forma de Estado como accidental. Lo realmente importante es que el
pueblo como un todo y en conjunto lo asuman como propio o por lo
menos lo acaten.
En este momento y en nuestro país, la monarquía desempeñó un servicio
histórico impagable. Un caso excepcional de cambio de régimen sin
disparar un tiro.
Se dijo en su momento que los españoles eran “juancarlistas” lo que no
significa lo mismo que monárquicos.
La monarquía como la patria o la nación no son temas cerebrales, sino
que tienen mucho de carismático, emotivo, de que “coja” a la gente o no.
Cuando en 1931 unas elecciones municipales derrumbaron la monarquía
de Alfonso XIII, nadie daba un duro por ella. Los generales, empezando
por Sanjurjo, que luego se sublevaron, fueron los que abandonaron al rey.
Por mucho que los reyes españoles no han sido siempre ejemplares, la
gente da por supuesto que la vida privada del rey conserva una cierta
privacidad.
En la actualidad vivimos un “impasse” en que nuestra gente acepta esta
monarquía constitucional que proporciona una sensación de estabilidad,
continuidad y orden.
Y sólo los que piensan
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