Artículo publicado en el periódico Ideal, abril de 2023
En una charla
sobre computadores cuánticos, el Prof. Miguel Vega nos abría la mente al nuevo
mundo de la Inteligencia Artificial.
Hay talentos
especulativos y otros más bien prácticos que ven en esas Indias, nuevas
especias para comerciar por todo lo alto.
IBM y Google
que al parecer llevan la delantera, están invirtiendo miles de millones en
crear las infraestructuras que no prometen sino ofrecen infinitas posibilidades
en todos los campos.
La IA se basa
en construir computadores capaces de manejar información a velocidades
cuánticas. Los razonamientos necesitan un tiempo y los cálculos de muchos
decimales, mucho tiempo. Esto incrementa el coste en personal y equipo.
En un campo de
fútbol, pongamos el ejemplo conocido, el jugador tira un penalty a puerta. El
portero, lo vemos en la pantalla, se dispone a lanzar el balón e intenta
colocarse lo mejor que puede. Se lanza el balón y en el justo momento en que la
pelota está llegando a puerta, se apaga la pantalla de TV.
La pregunta
es: ¿Ha habido gol o no?
Para calcular
las probabilidades hace falta tal cantidad de combinaciones y cálculos que
nuestros actuales ordenadores no podrían hacerlo en un tiempo útil. Los
ordenadores cuánticos si, y casi al momento.
La velocidad
del procesador es la clave y el invento es que los ordenadores cuánticos no
trabajan con “bit” (1,0) sino con cubit.
En un
ordenador normal toda la información resulta de la combinación de 0 y 1, pero
el cubit ofrece infinitas posibilidades entre 0 y 1. En esas infinitas
posibilidades el superordenador cuántico en economía, análisis de mercados,
cotizaciones de bolsa, diagnósticos médicos o si va a haber una tercera guerra
mundial, calcula en segundos lo más probable.
Las
aplicaciones prácticas abarcan todas las actividades humanas, todo aquello que
se pueda medir o contar.
Es natural que
aparezcan sonrisas incrédulas. En tiempos electorales se ofrecen cosas
imposibles.
Es la hora de acudir a la teología.
Muchos
cerebros confluyeron en Física y Matemáticas, especialmente en las primeras
décadas del siglo XX para alcanzar el conocimiento del nivel subatómico de la
materia y llegar a poder manipular el estado cuántico de la misma, Max Planck, Eddington,
Einstein, y muchos más.
Todas estas
investigaciones que parten de las matemáticas consiguieron engañar a los
alemanes descifrando sus códigos y al mismo tiempo construir y lanzar dos
bombas atómicas sobre Japón y -cuidado- acabar la guerra.
Entre 1 y 0
hay infinitas posibilidades porque en un continuo matemático entre punto y
punto siempre hay otro punto ¿Hemos llegado a Dios? Hemos llegado al hombre,
semejante a Dios.
No basta la
información, hay que saber interpretarla. Hace falta, como descubrió Einstein,
un observador fijo para poder medir los datos.
En otro modelo
reiterado de manejar todo lo manejable se habla de escanear la información de
un cerebro genial, o de varios, introducirlos en un ordenador cuántico y
aprovechar la labor de unos cuantos genios.
Aquí es donde
se juega lo que es verdaderamente la inteligencia.
Los
científicos se mueven ante los hechos y los datos como el centro de gravedad de
su universo.
A pesar de que
Einstein superó genialmente el positivismo al introducir el punto de vista del
observador, se sigue dando más importancia a almacenar cantidades infinitas de
datos que a la capacidad de interpretarlos. La matemática y sobre todo la
física, necesitan de la hermenéutica como el paisaje, para ser paisaje necesita
del ojo y de la cámara.
¿Alguien ha
visto jamás un paisaje que no haya visto nadie ni él mismo?
El ojo hace al
paisaje, el paisaje no hace al ojo.
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