Artículo publicado en el periódico Ideal, octubre de 2023
En la polémica sobre los libros de texto y la conveniencia o no de
sustituirlos por monitores y pantallas se cruzan intereses y razones.
Los dos grupos de lenguas más extendidas en el mundo, las
indoeuropeas y las siníticas, nos permiten introducir el tema con cierta
base.
Las primeras que desde el norte de la India se extienden por todo
Occidente y saltan a América, se caracterizan por emplear el alfabeto
mientras que las que se hablan en Extremo Oriente, China y Japón, usan
ideogramas, pictogramas de muchos caracteres que se cuentan por
miles. A ellos hay que sumar los énfasis de la fonética que varían su
significado.
Nuestro alfabeto que a través del latín y el griego se remonta a los
fenicios, se compone de veintiocho caracteres. Con ellos se forman
millones de palabras con la particularidad de que esas palabras, son
capaces de sostener conceptos abstractos.
Una vez más el tema de fondo es la confrontación entre dos
representaciones del mundo: la representación por la palabra y la que
emplea preferentemente la imagen y el sonido.
Los psicólogos de la enseñanza han conseguido convencer a los
políticos de países escandinavos de que es necesario volver a los libros
de texto y dejar tablets, móviles y ordenadores como elementos auxiliares
del verdadero aprendizaje basado en la lectura y la escritura.
Creo sinceramente que este asunto no es una versión más del conflicto
entre tradición e innovación sino un resultado del conocimiento cada vez
más profundo de nuestro cerebro, de los procesos cognitivos y de la
filosofía del lenguaje.
Hay prejuicios que favorecen la preferencia de las imágenes sobre las
palabras como los que refleja la frase: “una imagen vale más que mil
palabras”. Afirmación que tiene parte de verdad pues la imagen
ejemplifica a la palabra, creando una sinergia en donde las áreas
cerebrales especializadas en el lenguaje, se complementan con las
especializadas en la imagen y el sonido.
Se ha dicho y con razón que sin la abstracción expresada por la palabra
no cabe la libertad. Se evidencia lo importante del asunto en la forma de
entender las relaciones sociales.
Al decir “árbol” me refiero a todos los árboles, pasados, presentes y
posibles. Cuando me muestran la imagen de un árbol concreto, tal imagen
vale sólo para tal árbol singular.
Cuando me refiero a todos los árboles mediante una sola palabra capto
de golpe, en mi mente, un conjunto innumerable de árboles. Cada uno de
ellos es parte de un conjunto y saber apreciar el conjunto es entender lo
común entre todos ellos.
De alguna manera la serie natural de los números permite la misma
abstracción. Al decir tres, ese número permite numerar todos los
conjuntos compuestos por tres individuos.
Navegado –“surfeando”- sobre conceptos y conjuntos, reducimos las
infinitas arenas de desierto a una sola palabra. En alguna medida el
mundo se hace más pequeño y manejable entre nuestras manos.
Decimos de nuestra civilización que pertenece a la imagen y al sonido
con lo que se descubre que somos una civilización de la sensibilidad, no
de la inteligencia y que hemos sustituido la creatividad de la palabra -
poesía significa creación- por la pasividad de la imagen y del sonido que
si son excesivos impiden pensar y entender.
Estas sugerencias hacen posible interpretar no sólo las carencias de
niños y jóvenes sino la política de nuestro tiempo basada en el icono y la
pancarta más que en la reflexión.
Cuando la memoria retiene el concepto, al aprender la palabra se hace
capaz de comprender y desplazarse por el mundo, es más libre que el que
sólo tiene un álbum de fotos.
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