Artículo publicado en el periódico Ideal, noviembre 2023
Cuando desde la calle, concretamente, desde la Puerta del Sol de
Madrid, unos jóvenes cada vez más numerosos y cada vez menos
jóvenes, se establecieron permanentemente, en asamblea popular, abierta
a todos bajo el slogan de “Podemos”, parecía retornar el espíritu del 68.
Un espíritu que no nació aquí frente a la vieja Dirección General de
Seguridad sino en el París de todos los sueños.
Los movimientos espontáneos de lo que hace un siglo se llamaba
“pueblo”, cuando en realidad son espontáneos, derivan en “masa” o en lo
que Napoleón llamaba “populacho” y que disolvió a cañonazos el 13
Vendimiario. Eso sí, en nombre de la Revolución.
“Podemos”, no era un movimiento espontáneo, aunque lo parecía y
porque lo parecía fue engrosando sus filas.
¿Qué era “Podemos”?
Un impulso, una emoción juvenil, una sensación de que, por fin, se
podría hacer justicia en este país. Los ideales republicanos-de la dos
repúblicas- de las comunas de Berkeley y Cristianía, las frustraciones de
los anarcos, los que vengarían las masacres de mil años atrás, los puros,
los invendibles, iban a establecer el reino de la verdad en medio de un
mundo corrompido.
Como las asambleas funcionaron bastante como se esperaba, el orden
requería ordenadores, dirigentes y reglas. ¿Con qué ideario? Con todo lo
que significase cambio y revolución. Al fin y al cabo, tenían la policía
detrás en posición permisiva y los tenderos de la plaza cerrando sus
establecimientos con desconfianza.
Había universitarios, pero pocos, había hippies, muchos, había buena
voluntad (revolucionaria) sin duda.
En este contexto destaca Robespierre, modelo de virtud republicana.
Robespierre sólo tiene dos salidas o la guillotina o dejar paso a Napoleón
y sus cañones.
De pronto, en pocos meses, descubrieron que había una actividad
humana que se llamaba “política”, una verdadera ciencia de administrar el
poder y que el arte del poder es el arte de lo posible.
En un régimen democrático en el que se movían, las algaradas y las
asambleas tenían poco recorrido. Era necesario pasar de la utopía a la
ciencia del poder y “Podemos”, para su infortunio, se elevó a partido
político. Eran “Podemos” pero pensaban que lo eran, en la medida en que
realmente pudieran.
Siempre que se supera el nivel asambleario y se configura una
estructura de partido y se presentan a unas elecciones como uno de
tantos, la emoción, el sentimiento de ser pueblo y de tener la llave de la
justicia en la mano, pasa a la frialdad de las cifras, de las ambigüedades,
de los pactos, del mal menor. Con lo cual se quema la gasolina de la
revolución.
Para que una revolución sea posible es imprescindible que sea factible
y ser factible exige integrarse en el sistema, todo lo corrupto que se
quiera, pero es “lo que hay”.
Claro que Lenin lo consiguió. Porque se daban las “condiciones
objetivas”. Consistían en que el caos era absoluto y las tropas
desertaban para volver al campo, a su parcela.
Otros tiempos, desde luego, porque todos los que ocupaban la Puerta
del Sol, llevaban tarjetas de crédito y deseaban coche y chalet.
Habitualmente esos objetos de deseo se consiguen trabajando.
Se han cometido en esta década, tres errores mayúsculos que
condicionarán nuestro devenir inmediato: El abandono de Cs. De su
verdadero hábitat que era Cataluña, el ascenso de Podemos desde la calle
al Poder y la disolución en la sombra de la Transición, la Constitución y
sus principios necesarios: la igualdad ante la ley, la separación de
poderes y la defensa de las libertades individuales.
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