sábado, 12 de octubre de 2024

La materia del espíritu

 Artículo publicado en el periódico Ideal, octubre 2024

Las estructuras son obra humana pero las propias de la Naturaleza, no

lo son. El juego entre hombre y Naturaleza se llama Historia.

No todos los pueblos tienen historia. Muchas naciones de África y Asia

son confederaciones de tribus, en conflicto interno permanente.

¿Qué es lo que hace que estemos en un país desarrollado y no en un

país medieval o neolítico?

El materialismo piensa que las sociedades evolucionan ellas solas

como si tuvieran un turbo anónimo en su espalda. Argumentan que son

las desigualdades las que, al no poder sostener la contradicción, las

superan, alcanzando mayores índices de estabilidad y progreso.

Hay tres modelos de estados modernos y progresivos: Estados Unidos,

Gran Bretaña y Francia, que ofrecen tres formas de civilización que

acaban resultando estructuras que alcanzan “el mayor bienestar para el

mayor número”.



No hablo de intenciones o ideologías sino de hechos consumados.

La libertad económica, política y la competencia de todos con todos,

han formado a los Estados Unidos. Una vez independientes de los

ingleses, no sin violencia, adquieren una conciencia imperial que les da

unidad y sentido. Los indios, primero, los mejicanos luego y los

españoles de Cuba y Filipinas fueron cayendo ante ese apetito insaciable.

La guerra de Secesión fue un modo peculiar de acabar con el Antiguo

Régimen que como en Europa tiene un profundo sentido económico:

liberar los esclavos para “colocarlos” en las fábricas del Norte.

En España los jornaleros andaluces fueron liberados por la

Desamortización para forzar la emigración a las fábricas de Cataluña. Los

confederados del Sur, en algún sentido guardaban analogía con nuestros

carlistas del Norte.

Gran Bretaña alcanzó la Modernidad a través de las luchas del rey

contra los nobles y la Iglesia. El liberalismo y la revolución industrial llevó

a la fusión de la nobleza con la burguesía por medio de matrimonios

mixtos que facilitaron el cambio después de la Revolución de 1688: un

tipo de estado de transición entre medievalismo y modernidad que llegó

hasta nuestros días.

Francia tomó la vía más rápida: la ocupación de las tierras de los

nobles, la guillotina y a la postre, la formación de un capitalismo en donde

como en todas partes, los jornaleros rurales pasan a ser obreros fabriles.

Todos parecen exactamente iguales ante la ley, pero no en sus cuentas

corrientes ni en la cesta de la compra.

En el resto del mundo, en el Sahel, en Oriente Medio, en Siberia, en el

Sudeste asiático, el progreso, si lo hubiere, se hace a costa de la libertad:

Capitalismo de Estado o Capitalismo de jeques, etc.



La pregunta de por qué hay tres o cuatro mundos tan diferentes, tan

desiguales y sobre todo tan estáticos, merece respuesta.

Pienso que la raíz profunda de los cambios es crear un espacio

geopolítico en el que cada individuo ejerza su libertad e iniciativa.

Sin libertad no hay progreso y sin espíritu no hay libertad.

Por “esprit” no entiendo el refinamiento de los salones y la Corte, como

pensaba Voltaire sino la fuerza de voluntad de una persona bien formada

que está dispuesta a luchar por su vida.

Este espíritu de lucha en un marco de libre competencia, encontró en

Europa el contrapeso justo, gracias al movimiento obrero que convierte la

“fuerza de trabajo” en persona, sujeto de derechos y deberes.

Esta situación de equilibrio, que nos ha dado casi un siglo de paz y

bienestar, toma su raíz del concepto cristiano de libertad y de valoración

del mérito personal. A lo que añadimos la convicción basada en el

Evangelio de que el otro, merece el mismo respeto que yo mismo.

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