Artículo publicado en el periódico Ideal, octubre 2024
Las estructuras son obra humana pero las propias de la Naturaleza, no
lo son. El juego entre hombre y Naturaleza se llama Historia.
No todos los pueblos tienen historia. Muchas naciones de África y Asia
son confederaciones de tribus, en conflicto interno permanente.
¿Qué es lo que hace que estemos en un país desarrollado y no en un
país medieval o neolítico?
El materialismo piensa que las sociedades evolucionan ellas solas
como si tuvieran un turbo anónimo en su espalda. Argumentan que son
las desigualdades las que, al no poder sostener la contradicción, las
superan, alcanzando mayores índices de estabilidad y progreso.
Hay tres modelos de estados modernos y progresivos: Estados Unidos,
Gran Bretaña y Francia, que ofrecen tres formas de civilización que
acaban resultando estructuras que alcanzan “el mayor bienestar para el
mayor número”.
No hablo de intenciones o ideologías sino de hechos consumados.
La libertad económica, política y la competencia de todos con todos,
han formado a los Estados Unidos. Una vez independientes de los
ingleses, no sin violencia, adquieren una conciencia imperial que les da
unidad y sentido. Los indios, primero, los mejicanos luego y los
españoles de Cuba y Filipinas fueron cayendo ante ese apetito insaciable.
La guerra de Secesión fue un modo peculiar de acabar con el Antiguo
Régimen que como en Europa tiene un profundo sentido económico:
liberar los esclavos para “colocarlos” en las fábricas del Norte.
En España los jornaleros andaluces fueron liberados por la
Desamortización para forzar la emigración a las fábricas de Cataluña. Los
confederados del Sur, en algún sentido guardaban analogía con nuestros
carlistas del Norte.
Gran Bretaña alcanzó la Modernidad a través de las luchas del rey
contra los nobles y la Iglesia. El liberalismo y la revolución industrial llevó
a la fusión de la nobleza con la burguesía por medio de matrimonios
mixtos que facilitaron el cambio después de la Revolución de 1688: un
tipo de estado de transición entre medievalismo y modernidad que llegó
hasta nuestros días.
Francia tomó la vía más rápida: la ocupación de las tierras de los
nobles, la guillotina y a la postre, la formación de un capitalismo en donde
como en todas partes, los jornaleros rurales pasan a ser obreros fabriles.
Todos parecen exactamente iguales ante la ley, pero no en sus cuentas
corrientes ni en la cesta de la compra.
En el resto del mundo, en el Sahel, en Oriente Medio, en Siberia, en el
Sudeste asiático, el progreso, si lo hubiere, se hace a costa de la libertad:
Capitalismo de Estado o Capitalismo de jeques, etc.
La pregunta de por qué hay tres o cuatro mundos tan diferentes, tan
desiguales y sobre todo tan estáticos, merece respuesta.
Pienso que la raíz profunda de los cambios es crear un espacio
geopolítico en el que cada individuo ejerza su libertad e iniciativa.
Sin libertad no hay progreso y sin espíritu no hay libertad.
Por “esprit” no entiendo el refinamiento de los salones y la Corte, como
pensaba Voltaire sino la fuerza de voluntad de una persona bien formada
que está dispuesta a luchar por su vida.
Este espíritu de lucha en un marco de libre competencia, encontró en
Europa el contrapeso justo, gracias al movimiento obrero que convierte la
“fuerza de trabajo” en persona, sujeto de derechos y deberes.
Esta situación de equilibrio, que nos ha dado casi un siglo de paz y
bienestar, toma su raíz del concepto cristiano de libertad y de valoración
del mérito personal. A lo que añadimos la convicción basada en el
Evangelio de que el otro, merece el mismo respeto que yo mismo.
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