Artículo publicado en el periódico ideal, octubre 2024
En España en materia de razas, gozamos de una mezcla importante.
Una de las razones es que somos el paso obligado, entre dos continentes.
Un carácter típico de las tribus celtas e iberas fue su amor a la
independencia y su rechazo a toda forma de colonización.
Por aquí ha pasado todo el que se precie de bravo y por aquí se
amansaron todas las etnias menos una, los vándalos que tras saquear la
península asolaron el Magreb, que entonces era una provincia romana, el
granero del Imperio.
Cuando se creó una base social homogénea fue tras dos siglos de
conquistas romanas. Roma no iba sólo con las legiones sino
inmediatamente con su civilización: instituciones, legislación, lengua, etc.
Este factor cultural estabilizó la convivencia, siempre con puntos oscuros
en el Norte, los gallegos, los cántabros y los vascos, tan rebeldes que, en
ocasiones, se suicidaron en masa antes que entregarse como esclavos.
A partir de aquí la masa social hispano-romana que fue
cristianizándose es la materia prima de lo que puede llamase ser español.
La población hispana desde Gades a Tarraco vivían del cultivo de la
tierra y crecieron y se repoblaron, adoptaron la cultura romana salvo la
religión. Las invasiones con sus saqueos y pillaje fueron acontecimientos
episódicos. Tuvimos suerte de que el pueblo germánico más civilizado, se
asentara en la península y se estableciera en el llamado Campus
ghoticus, en torno a Valladolid.
No pasaron de cien mil individuos los que establecieron el reino godo,
lo que explica que étnicamente fueron más bien absorbidos y este
elemento germánico se diluyó.
También las tropas del califato de Bagdad entraron en la península por
Tarifa, unos ocho mil hombres que en una segunda razzía sumaron otros
diez mil.
La decadencia social de la España de Rodrigo, las guerras civiles, etc,
propiciaron que unos pocos extranjeros reforzados por tribus bereberes,
se hicieran con el poder en Córdoba y en Toledo, centros neurálgicos.
La tolerancia inicial de los conquistadores promovió la integración de
la población en la España musulmana, cuya base social y étnica seguía
siendo la hispano-romana, medio islamizada con dos excepciones, la de
los mozárabes, cristianos que conservaron su religión, previo pago de
tributos y el foco de resistencia en la Cordillera cantábrica y los Pirineos.
A pesar de algunas apariencias, la población que superó la
Reconquista, no tenía gran mezcla pues las tierras musulmanas fueron
repobladas con cristianos del Norte. Posteriormente por razones
geopolíticas, moriscos y judíos fueron expulsados
Es cierto que fue una gran pérdida humana pero la amenaza de turcos y
berberiscos fue muy real durante un par de siglos.
El resultado etno-sociológico de este breve recorrido es que, la
Reconquista, devolvió la romanidad y el cristianismo a la sociedad
española mucho más sólida desde entonces.
Hay varios elementos en este cuadro que confrontados con la
actualidad parecen hacer saltar las alarmas.
La situación degradada de la familia y la baja natalidad, la pérdida de la
conciencia de lo español y la caída en picado de la práctica cristiana, nos
retrotraen a la España celtibérica, en continuos conflictos tribales.
En este contexto, la España histórica, parece diluirse en la niebla del
pasado. Las fuerzas centrífugas creen poseer el futuro.
Cuando las hogueras se apagan, quedan rescoldos, cuando las plantas
envejecen, quedan raíces.
Afortunadamente, hay en la España actual fuerzas repobladoras,
movimientos de regeneración cristiana que son una verdadera resistencia
a la pleamar de la agresividad, de los medios y las redes, de los políticos
y el dormitar de la mayoría.
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