sábado, 30 de noviembre de 2024

Inteligencia sin inteligente

 Artículo publicado en el periódico Ideal, noviembre 2024

¿Es posible que haya inteligencia sin una mente inteligente? ¿Cabe que una cosa sobrepase a una persona en capacidad intelectual?

Estas y otras muchas preguntas embarazosas podemos hacernos en relación con el progreso imparable de la IA que ya alcanza un crecimiento exponencial.

Estas cuestiones anticipan a corto plazo el presente y nos hacen vislumbrar el futuro.

En 2017, el campeón del mundo de ajedrez, Gasparov fue derrotado por un superordenador que pensó justamente el tipo de jugadas que no podía prever el adversario y unas combinaciones que llevaban al jaque-mate de modo rápido y sorpresivo.

Otro caso alucinante es el descubrimiento de un antibiótico que vencía todas las resistencias. Llevaban años, los científicos en una investigación convencional, sin éxito.

Los físicos y matemáticos proponen la necesidad de una filosofía de la IA, que valore sus evidentes aspectos positivos y prevea y subsane, los perjudiciales para la humanidad.



Se plantea la urgencia de definir en que consiste la inteligencia, qué denominador común hay entre la inteligencia artificial y la natural, y en qué aspecto una de las dos es deficiente respecto de la otra.

Tenemos por decirlo así, una “máquina” sobre la cabeza que llamamos cerebro y del que conocemos, cada vez más cosas, gracias al scanner y a los ultrasonidos. Con todo, enfermedades como el alzheimer y otras degeneraciones y lesiones cerebrales, presentan más problemas que soluciones. Nuestra información sobre el órgano más complejo y eficaz del universo se refiere a una mínima parte de ese órgano.

Una cosa parece clara: entre el cerebro y un ordenador hay una estructura similar que consiste en una instalación eléctrica formada por millones de neuronas conectadas entre sí por sinapsis, mientras que en un superordenador semejante función lo realiza un sistema de circuitos electrónicos también conectados entre sí.

La novedad está en que los miles de conexiones del cerebro son, en la IA, convertidos en miles de millones con una velocidad de computación no sólo inmensa sino creciente. Estas propiedades del superordenador cuántico, se deben a que no son binarios como ocurre en nuestros ordenadores, sino que la serie de bits que utilizan (que se llaman cubits o bits cuánticos) responden a una serie infinita no compuesta de 1 y 0, sino que cuentan con los infinitos puntos entre 1 y 0.

Se trata de una aplicación práctica de la Teoría del continuo de Dedekind, según la cual entre dos puntos de un continuo siempre hay otro punto.

¿Qué no tiene la IA de momento?

Hay tres capacidades exclusivas de la inteligencia humana: la autoconciencia, las emociones y el sentido del bien y del mal.

No quiere esto decir que la IA sea una creación perversa de los ingenieros, sino que estas deficiencias son comunes a toda herramienta. Un martillo no es bueno ni malo. El bien o el mal pertenece a la persona que lo maneja: clavar clavos o aplastar cráneos.

Hasta donde hemos llegado, la IA no pasa de un útil, muy útil, por cierto, como son todos los demás.

Las proyecciones matemáticas de su progresivo enriquecimiento de capacidades nuevas, afirman y prueban que el progreso de la IA es imparable y que la inteligencia humana pasará a un segundo plano. 

No se trata de comparar ambas inteligencias sino de que la inteligencia humana que sí está dotada de sentido moral, cree comités éticos que subrayen, cómo la herramienta sin control moral acabe siendo más perjudicial que beneficiosa al ser humano.

La IA, no tiene alma, pero habrá que pensar en ponérsela.

 

 

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