Artículo publicado en el periódico Ideal, noviembre 2024
Estas y otras muchas preguntas
embarazosas podemos hacernos en relación con el progreso imparable de la IA que
ya alcanza un crecimiento exponencial.
Estas cuestiones anticipan a
corto plazo el presente y nos hacen vislumbrar el futuro.
En 2017, el campeón del mundo de
ajedrez, Gasparov fue derrotado por un superordenador que pensó justamente el
tipo de jugadas que no podía prever el adversario y unas combinaciones que
llevaban al jaque-mate de modo rápido y sorpresivo.
Otro caso alucinante es el
descubrimiento de un antibiótico que vencía todas las resistencias. Llevaban
años, los científicos en una investigación convencional, sin éxito.
Los físicos y matemáticos proponen la necesidad de una filosofía de la IA, que valore sus evidentes aspectos positivos y prevea y subsane, los perjudiciales para la humanidad.
Se plantea la urgencia de definir
en que consiste la inteligencia, qué denominador común hay entre la
inteligencia artificial y la natural, y en qué aspecto una de las dos es
deficiente respecto de la otra.
Tenemos por decirlo así, una “máquina”
sobre la cabeza que llamamos cerebro y del que conocemos, cada vez más cosas,
gracias al scanner y a los ultrasonidos. Con todo, enfermedades como el alzheimer
y otras degeneraciones y lesiones cerebrales, presentan más problemas que
soluciones. Nuestra información sobre el órgano más complejo y eficaz del
universo se refiere a una mínima parte de ese órgano.
Una cosa parece clara: entre el
cerebro y un ordenador hay una estructura similar que consiste en una
instalación eléctrica formada por millones de neuronas conectadas entre sí por
sinapsis, mientras que en un superordenador semejante función lo realiza un
sistema de circuitos electrónicos también conectados entre sí.
La novedad está en que los miles
de conexiones del cerebro son, en la IA, convertidos en miles de millones con
una velocidad de computación no sólo inmensa sino creciente. Estas propiedades del
superordenador cuántico, se deben a que no son binarios como ocurre en nuestros
ordenadores, sino que la serie de bits que utilizan (que se llaman cubits o
bits cuánticos) responden a una serie infinita no compuesta de 1 y 0, sino que
cuentan con los infinitos puntos entre 1 y 0.
Se trata de una aplicación
práctica de la Teoría del continuo de Dedekind, según la cual entre dos puntos
de un continuo siempre hay otro punto.
¿Qué no tiene la IA de momento?
Hay tres capacidades exclusivas
de la inteligencia humana: la autoconciencia, las emociones y el sentido del
bien y del mal.
No quiere esto decir que la IA
sea una creación perversa de los ingenieros, sino que estas deficiencias son
comunes a toda herramienta. Un martillo no es bueno ni malo. El bien o el mal
pertenece a la persona que lo maneja: clavar clavos o aplastar cráneos.
Hasta donde hemos llegado, la IA
no pasa de un útil, muy útil, por cierto, como son todos los demás.
Las proyecciones matemáticas de
su progresivo enriquecimiento de capacidades nuevas, afirman y prueban que el
progreso de la IA es imparable y que la inteligencia humana pasará a un segundo
plano.
No se trata de comparar ambas inteligencias sino de que la inteligencia
humana que sí está dotada de sentido moral, cree comités éticos que subrayen,
cómo la herramienta sin control moral acabe siendo más perjudicial que
beneficiosa al ser humano.
La IA, no tiene alma, pero habrá que pensar en ponérsela.
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