Artículo publicado en el periódico Ideal, 13 de diciembre de 2024
Llamo sistema al edificio del Poder
político del Estado y que permite su gobernabilidad
con representación de los ciudadanos.
En este constructo cuyo proyecto
viene diseñado por la Constitución, hay un requisito previo que no figura en
esa ley de leyes: que la mayoría de los ciudadanos -la “pars maior et sanior”- esté
deseando que el edificio se levante y funcione.
Este requisito se debe dar en el
momento inicial y mantenerse durante el período que discurra, mientras sea
sostenible.
Hay otro hecho, esta vez
psicosocial, que también acaba siendo determinante: El sistema debe sobrevivir al cambio
generacional: quince o veinte años. De no ser así, aflora un malestar social y
político que llamamos “crisis”. Si la crisis se prolonga, lo normal es que se
dé un cambio de régimen pacíficamente o no tanto.
En Francia, nuestro primo más
cercano, se siguen bastante bien esos requisitos y condiciones.
Tras la II Guerra Mundial, la IV
República entró en crisis a los siete años por un factor externo, el fenómeno
de la OAS, la revolución de los generales y el establecimiento de la V República
con el General De Gaulle que estableció un régimen presidencialista.
Diversos Presidentes le
sucedieron hasta llegar al movimiento de los chalecos amarillos y la situación
actual en que la extrema izquierda apoya al Centro para evitar la llegada de la
extrema derecha, creciente en toda Europa.
Es un momento crucial, porque el
malestar social está descontento del sistema y porque la situación económica es
inquietante, reflejo sin duda, de la alemana.
En nuestro país, hubo tres
períodos en los que las Instituciones se sostuvieron en torno a cuarenta años,
lo que aparentemente habla de la sostenibilidad de los respectivos sistemas.
La Restauración de Cánovas
restableció la monarquía constitucional y el bipartidismo que no supo resolver
el movimiento social. Tanto es así que Alfonso XIII tuvo que echar mano del
Ejército y nombrar un Gobierno presidido por Primo de Rivera, que llevaba a su favor
acabar con la guerra de Marruecos.
La Dictadura, como también la
guerra, son rupturas del continuo político y suelen nacer insostenibles, como
ocurrió en este caso y en otros muchos en nuestro siglo XIX.
El sistema de la Restauración era
un falso sistema porque las elecciones se veían distorsionadas por el
caciquismo y en el otro extremo por el anarquismo libertario.
La gente deseaba un cambio y éste
llegó en 1923, con la “Dictablanda”. Ésta, no configuró un nuevo sistema,
aunque lo intentó.
La II República nació con la
esperanza de construir una democracia definitiva e ilustrada. “No fue posible
la paz” que diría Gil Robles, no porque los intelectuales no fueran gente
valiosa sino porque no acertaron en conseguir la gobernabilidad.
La guerra civil, la mayor pérdida
de vidas, junto a las guerras carlistas, fue además de su dureza, un cambio
generacional profundo.
Traumatizados por el desastre, la
ciudadanía contenta o descontenta toleró la Dictadura y fue, gracias a la
prosperidad que los planes de Estabilización y Desarrollo propiciaron, crearon
un deseo común de volver a un régimen “normal” como se decía entonces.
El Régimen fracasó en su intento
largo y laborioso de establecer un sistema representativo. Como le dijo Adolfo
Suárez a Franco, en el año de su muerte: “La gente está por otra cosa”.
Sinceramente, pienso que vivimos
un período de crisis que afecta a todas las instituciones y que tropiezo tras
tropiezo, impide la gobernabilidad del país.
No podemos creer que un Partido o
una coalición que día tras día, olvida la Constitución, vaya a relajar el
malestar social sino más bien a aumentarlo.
Alguien tiene que decirle: “la
gente está en otra cosa”
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