Artículo publicado en el periódico Ideal, enero 2025
Una cascada de buenas noticias, inunda los titulares de los medios.
Son fulgurantes descubrimientos, hazañas de la ciencia, de la ingeniería y
la astronáutica, de la bioquímica, la genética y la biomecánica. La
inteligencia artificial (IA)
La sensación del hombre de la calle es de un gran optimismo y de una
confianza sin límites en la ciencia que, tarde o temprano, resolverá todos
los secretos del universo, empezando por los que oculta nuestro cerebro,
una caja fuerte que encierra todos los misterios de nuestra identidad y de
nuestras enfermedades, los secretos de la vida y de la muerte.
Comte hace unos dos siglos, ya quiso organizar una “religión de la
Humanidad” como anticiparon poco antes los revolucionarios franceses,
precisamente en Notre Dame.
Un siglo después, la religión de la humanidad y de la diosa razón anda
floja, pero aparece en perspectiva una religión del Homo artefactor.
Esta nueva especie de la evolución humana, cuyo mayor salto
cualitativo lo dio el nacimiento de la industria y de la tecnología, surge
quizá, hace unos dos millones de años. Tuvo su punto de inflexión con el
homo habilis y sus instrumentos.
Más tarde el gran invento, la físico-matemática que ha hecho posible el
dominio de la naturaleza y el advenimiento de los primeros modelos del
Homo artefactor.
La filosofía, la ciencia de la curiosidad absoluta, noticia de todo lo
humano y lo divino según un fragmento pitagórico: ¿Cómo afronta estas
realidades desde su observatorio que ya hoy nos permite ver el mundo
desde la estratosfera?
La idea de que la ciencia y la tecnología tienen como fin específico el
conseguir el mayor bienestar para los humanos, aparece con Bacon en el
siglo XVI y poco después con Descartes. Esas profecías laicas se han
cumplido en los países occidentales y en los demás virtualmente.
Para que surja una religión del artefacto es necesario el desarrollo de la
tecno-poética porque la poesía es el saber de las posibilidades y
lógicamente la suma de todas posibilidades, la simbolizan los dioses
olímpicos como reza Homero.
La poesía de cualquier tipo debe llegar al infinito y asentarse en él, no
le es lícito descender a la materialización de los sueños porque el sueño-
el soñar despierto- es el mundo de los descubrimientos.
Se anuncia otro enjambre de satélites de comunicación (e información)
que nos permitirá una cobertura global e instantánea, puede haber
aerotaxis Málaga-Granada, los chinos empiezan a comercializar un tren-
bala que alcanza los 450 Kms. Hora. El Alzheimer es una solidificación de
las proteínas del cerebro y de ahí su pérdida de vitalidad, y lo último: la IA
comprará nuestras decisiones “antes de que nosotros las hayamos
tomado”.
Nadie debe asustarse porque la IA prevea todo lo previsible pero no lo
imprevisible.
No podemos atemorizar con lo imprevisible porque la religión del
artefacto no admite lo imprevisible.
La religión natural siempre nació del miedo y de la curiosidad. Se temió
al rayo hasta que se le domesticó.
Quedan aún muchas cosas: las guerras, las cárceles, la desigualdad,
las catástrofes naturales que mientras llega la solución se llevan millones
de vidas humanas, las hambrunas y la mala leche que se vende por
buena.
El progreso y el bienestar se mide por estadísticas, lo macro y lo micro
son sectores parciales de la realidad. Las asambleas, los Estados
mayores, las grandes planificaciones en su magnificencia, no tienen
tiempo para cada uno de nosotros, pobres humanos. Mueren cientos de
miles en Ucrania y quince mil niños en Gaza, pero esas cifras no son más
que cifras sobre el papel. No son soldados o niños de verdad.
Sólo Un Niño se acuerda de cada uno de nosotros y siempre.
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