Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 16 de julio de 2017
Cinco
siglos después, es tiempo suficiente para poner las cosas en su sitio y analizar
con serenidad qué ocurrió en 1517 para que Europa se dividiera en dos bloques irreconciliables hasta el
Tratado de Westfalia en 1648.
Conviene
recordar que Lutero era un fraile agustino muy observante. Precisamente por
ello, intentó recabar de Roma, la reforma de algunos conventos de su Orden.
Para conseguirlo, hizo un viaje a la Roma del
Renacimiento.
Los
papas de la época, Julio II, Alejandro VI, y en este caso, León X, estaban entregados
a la labor de defender el territorio de los Estados pontificios y dedicar
grandes sumas para construir la basílica de San Pedro y adquirir obras
de arte que hoy en día podemos contemplar.
En
otro orden de cosas, tampoco eran modelos en su vida privada.
Era
la época de los grandes descubrimientos e inventos: América, la imprenta, la
brújula. En las repúblicas italianas de Venecia, Florencia, Génova, creció la
prosperidad económica gracias al comercio como también ocurrió algo parecido los
Países Bajos. El gusto por la vida, la añoranza del paganismo, la emancipación
de la burguesía etc. hacían posible en Europa, un ambiente de libertad, de
cultura y de crítica a los aspectos negativos de la Iglesia.
En
esa misma línea, aparecen místicos y fundadores, Teresa de Jesús e Ignacio de
Loyola. Este período en el que escribieron Santo Tomás Moro, Erasmo y Juan Luis
Vives, duró sólo, medio siglo.
Lutero
y sus aspiraciones religiosas tenían, en principio, un origen tardo-medieval.
No era un personaje renacentista y se le enfrentaron los personajes que sí eran
humanistas, como Erasmo, Tomás Moro y Enrique VIII, en su primera época.
El
Papa no aprobó la " pequeña" reforma que Lutero pretendía. Esta
negativa le hizo poner en tela de juicio
a la misma Iglesia Católica.
En
su Comentario a la carta de San Pablo a los romanos, subraya que la salvación
del hombre no procede de sus buenas obras sino de su fe.
A cinco siglos de distancia, vemos como los
términos que se emplean en una y otra parte tienen un sentido y una intención
que va variando con el tiempo. No porque alguien los tergiverse, como ocurre
hoy en día sino que, con el paso del tiempo, van adquiriendo matices que se van
acumulando y establecen un muro entre dos interlocutores que, empleando los
mismos términos, les dan un sentido distinto. La política y la economía tienen
que ver con estos cambios.
La
doctrina correcta que hoy aceptan todos los católicos, protestantes, y ortodoxos, es que
nadie se salva por ser bueno, sino paradójicamente, por ser malos, puesto que
todos somos pecadores.
Si
nos salvamos a nosotros mismos por nuestras buenas obras, no podemos ser
salvados por Jesucristo. La fe en Jesucristo, es la que salva y las buenas obras
son una consecuencia de esa fe. Todo está en dar crédito a Dios que nos asegura
el perdón.
La doctrina de las indulgencias afirma
que todo pecado conlleva una culpa que es borrada por los méritos de Jesucristo
para siempre y una pena que debe pagarse en esta vida o en el purgatorio. La
Iglesia tiene el poder conferido por Jesucristo, de perdonar no sólo de perdonar
los pecados sino también de saldar total o parcialmente la pena.
La
penitencia es en su esencia el cambio de vida con todo lo negativo que supone:
A un estafador o un asesino en serie le va a costar cambiar de vida. Nosotros
mismos cuando comenzamos y recomenzamos cada día, nos cuesta hacer lo que no
querríamos hacer.
Las
imágenes populares de los penitentes arrastrando cadenas o, en algunos lugares,
dándose latigazos oscurecen la idea central: cambiar de vida, conversión.
En
vista de los abusos y de la picaresca inevitable, Lutero recuerda que nadie se
salva por sus obras si no recibe la gracia de la fe, por la cual, estas obras valen para la
justificación es decir, para salvarse.
A
partir de aquí, se va enredando la
madeja: se añaden intereses económicos y políticos como la expropiación o
desamortización de los bienes de la Iglesia que eran ingentes.
La España de Carlos V encarnaba la doctrina
católica, inmersos en esa confusión
entre política y religión. Los enemigos políticos de España, que eran casi
todos, menos Francia, asumen el protestantismo como una ideología que
consolidaba los nuevos reinos nacionales, centralizados. Estos
estados independientes no querían vincularse a la Iglesia y al Imperio.
Holanda y los príncipes alemanes que, de un
solo golpe, se liberaban de tutela imperial y eclesiástica. A la vez, se
enriquecían con sus bienes.
Las
indulgencias, si no son un medio recaudatorio son una participación en los
méritos de Jesucristo, único Salvador. La Iglesia los administra, por el poder
de las llaves.
Aquellos
“buleros” que atravesaban Alemania en sus mulas no sabían que su recaudación
estaba asentando la nueva Europa.
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