Artículo publicado el 2 de agosto de 2018 en el periódico Ideal
Un detenido
pensamiento sobre la libertad, nos lleva de inmediato a la vida misma. No hay
libertad sin vida y a la inversa, no hay vida plena sin libertad. Este punto de
vista es menester subrayarlo. Además si pensamos en términos concretos, la
libertad es la necesidad que tengo de vivir mi vida “a tope”.
Las
libertades empiezan y acaban en el individuo aunque con frecuencia es necesario
establecer mediaciones a través de colectivos,
comunidades y parlamentos.
El
individuo aislado sólo puede esperar una libertad a lo Robinson Crusoe,
romántico y salvaje, feliz en su animalidad.
La
libertad está pensada de antemano para ser ejercida por un individuo racional
vinculado a los demás. Empezando por la familia, la autodefensa grupal, la
colaboración con la cosa pública.
Esta
circunstancia de la necesidad de una libertad vinculada, nos presenta la
paradoja de que si quieres ser libre, o sea, vivir en plenitud, tienes que
aceptar los límites que establece nuestra ubicación en el espacio y en el
tiempo.
No es lo mismo dos palomas en un pequeño
palomar que cien palomas en el mismo espacio. Una paloma en grupo, en espacio
reducido se convierte en un tigre. Pruébenlo.
La
Historia, no sólo en España sino en Europa y América, nos ha legado dos
memorias, no una, que se pueden resumir: un concepto de la libertad vinculada y
otra memoria que concibe la libertad desvinculada.
Una
libertad vinculada coloca a la familia, a la Patria y a Dios como garantías
vitales para la vida de los individuos. Digamos que eso, hoy en día, pasa por
constituir la Derecha.
La
libertad desvinculada pugna por hacer del individuo, un absoluto. Si a pesar de
su naturaleza libre se ve obligada a establecer vínculos, lo hace con desgana,
como un mal menor. Esta mentalidad correspondería a una Izquierda, ácrata o
anti-sistema.
En
esta clasificación de memorias históricas faltan matices pero a la hora de
decidir leyes en el Parlamento saltan a la vista, la coalición de los vinculados
y la de los desvinculados. Vienen luchando en España desde la Ilustración.
Cuando empieza la Modernidad, una de las cosas
primeras que se hace es desamortizar los bienes de los nobles y el clero que
estaban fuera del mercado. La Historia no cuenta, sólo cuenta el futuro.
Esta
descripción de hechos consumados no va cambiar a medio plazo porque lo llevamos
en el ADN cultural. Podemos sin embargo, tratar de establecer puentes de hecho
que no van a alterar los puntos de
partida pero sí favorecer la convivencia.
Se
tiende a separar los temas de la vida de los de la libertad, dando prioridad a
la libertad individual. Si quiero, aborto, si quiero, decido mi muerte, si
quiero cambio de sexo, etc. Obsérvese que todas estas opciones acaban en
resultado de muerte o de decremento de la natalidad que es una forma de muerte
social asistida.
Si
tenemos un gobierno con una memoria histórica sin pasado, se impondrán en las asignaturas unos argumentos que
destaquen la libertad de instinto frente a la libertad de razón. De este modo,
el instinto pasa por encima de cualquier forma de respeto.
Nos
preguntamos: ¿Cómo se compagina el estatalismo con el ideal individualista de
anti-sistema?
Desde
el comienzo del socialismo utópico algo anterior a la Revolución Francesa, el
Estado se considera un paraguas que garantiza la posibilidad de que los
individuos gocen de infinitos placeres. No hay vínculos entre ellos sino una
“caja de resistencia” que asegure el mayor placer para todos.
Elija
V. su placer y yo elegiré todo lo demás.
Entre
las cosas que en principio, no producen placer, está la necesidad de ser
educado. Ser educado establece unos límites al instinto, al egoísmo y a la autonomía
individual.
Ser
educado supone serlo por alguien que pone trabas a lo que “auténticamente”
siento. Supone una serie de reglas de comportamiento social que no apetecen en
absoluto. Entonces el Estado que no quiere adoctrinar, llamará a la educación
“Instrucción Pública” que era la denominación de origen en el siglo XIX.
Por
supuesto todo tipo de enseñanza que sugiera vínculos como la religión o la
ética que indique que Dios, la familia, el respeto a la verdad, son fundamentos
de la vida real, quedarán obsoletos.
¿Cómo
establecer puentes? ¿Cómo conseguir que a los niños se les enseñe el respeto,
la autolimitación respetuosa, el que sepan distinguir el bien del mal?.
¿Cómo
resolver este arduo problema de distinguir el bien del mal y no confundirlos
con el gusto y el disgusto?
La
solución es automática. Lo enseñó Spinoza en un libro que, además, se llamaba
“Tratado teológico-político”: Lo bueno y lo justo lo decide la mitad más uno de
la Asamblea.
¿Por
qué cada vez que cambia un gobierno, cambia todo “como un calcetín”?
No
veo otra solución que echar mano del Derecho Constitucional comparado, de la
Declaración de los Derechos Humanos de la ONU de 1947 y de la jurisprudencia
del Tribunal de Estrasburgo y exigir una enseñanza libre, diferenciada o no
diferenciada, con religión en serio y sin religión, con una historia vinculada
a la historia y otra a la utopía, con una educación sexual donde no se indique
a los niños a cambiar de sexo, como parte de sus deberes con la sociedad y
consigo mismo.
Dos
España, dos memorias, respetemos el invento.
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