Artículo publicado por el periódico Ideal el 28 de noviembre de 2019
La democracia, con todos sus defectos tiene el acierto de manifestar más pronto que tarde, el incumplimiento de sus programas, por parte de los políticos.
No hay una correspondencia exacta entre el incumplimiento y
la desafección del electorado porque existe una base de votantes
incondicionales, inasequibles a los mayores incumplimientos.
La sensibilidad del elector no es tan estricta que no sea
capaz de perdonar algunos incumplimientos. Lo que no suele perdonar es un
incumplimiento que, de haberse conocido de antemano, hubiera determinado el
cambio de voto en aquellos que se sienten defraudados.
Los partidos nacionalistas son muy rigurosos con lo suyo
porque las ideas integradas en sentimientos profundos no tienen por qué
cambiar. Son la verdad absoluta. El diálogo lo entienden como una deuda del
adversario obligado a dialogar y a reconocer la pureza de los ideales
independentistas.
Los grandes partidos ya es otra cosa.
La experiencia de gobierno les proporciona plasticidad,
adaptabilidad. Sus programas son lo que
son pero el cumplimiento de los mismos por el Poder es harto discutible.
Felipe González nos llevó a la NATO y no hubo grandes
desórdenes públicos porque al fin y al cabo, “no podía hacer otra cosa”.
Los incumplimientos graves, radicales, los trajo Zapatero que
sin cambiar la letra del programa socialista, cambió no sólo la música sino el
sentido de lo que es la socialdemocracia. Es cierto que el nuevo rostro del
socialismo es la ideología de género, el feminismo y el progresismo que revíve la
angustia de Carrillo teniendo a los sublevados a tiro de cañón desde la Casa de
Campo.
A Zapatero se lo llevó la crisis y dejó el sabor de boca de
que nos mintió en la Gran Crisis de 2008 por boca de Pedro Solbes y Salgado.
Mariano Rajoy, bien por ser gallego, hombre de paz o por el
complejo de la superioridad moral de la izquierda se cerró a nada que no fuese la solución a la
crisis económica. La crisis, era, sin embargo una coyuntura muy grave pero el
programa del partido no es coyuntural sino de principios y tras el temor a tocar
los temas esenciales del país fue relegado primero por una moción de censura
nefanda y luego por un hundimiento de su electorado.
La sensación del país en general es que los años que van de
Rajoy a Sánchez no se ha hecho nada entre el temor y la inercia.
Pedro Sánchez retoma el zapaterismo, sin gran confianza de
sus barones a los que vence pero no convence e inicia una estrategia que de
triunfar conduciría a un modelo similar a la Primera República española y al
cantonalismo de Pi Margall.
Su táctica es otra cosa. Como no ha tenido Presupuesto, ni
mucho dinero, ni grandes adhesiones,
tiene que conformarse y aprovechar los
aplausos vergonzantes de sus adversarios, los independentistas, tanto los
pacientes como los impacientes.
La respuesta del electorado a los guiños, a la dejación y al
estancamiento en el que se ha sumergido porque lo quiso desde un principio, ha
sido claro: Ha sido la lista más votada pero con la boca pequeña y pérdida de
votos porque Sánchez no convence a nadie empezando por los suyos. Es lo peor
que puede hacer un presidente en funciones: No hacer sus deberes.
Albert Rivera, cuyo
funeral político ha sido el más concurrido, es la respuesta emblemática más
estridente a su abandono de su sentido fundamental:
dar la batalla al independentismo, lo cual casi logró.
Las llamadas extremos, Podemos y Vox no engañan a nadie pero
de una manera muy distinta.
Pablo Iglesias da una imagen que parece sacada del Pravda
con una vocación de poder que le convierte en antagonista de Sánchez. Se ponga
como se ponga, no se sale de su guion.
En cuanto a Vox, tampoco engaña, aunque ha demostrado
flexibilidad en la política autonómica.
En buena parte VOX es una obra de ingeniería de Sánchez -como
ha proclamado Ávalos: el triunfo de Sánchez ha sido frenar a “España- Suma”.
Dividir al adversario es una operación de manual pero no da votos.
La Memoria histórica, la exhumación de Franco, la complicidad
empática con el independentismo y la crisis han dado la victoria Santiago
Abascal.
Y con todo Sánchez, ha perdido escaños.
La situación no está ahora, mejor que antes del 10 N, más
bien peor.
En un contexto mundial de estancamiento y en una parálisis
europea muy acusada, Sánchez, necesita una investidura y un Presupuesto. Sólo
Esquerra Republicana le puede hacer Presidente, el partido cuyos dirigentes
están en la cárcel.
Gestionar el Presupuesto será aun más difícil contando con que
Bruselas no le permitirá grandes alegrías en el gasto público y la Recaudación está
como una vaca con las tetas secas por la sequía.
Aunque el paro es acuciante, el verdadero problema es
Cataluña.
Si Sánchez no hace el papel de Sánchez, sino sigue su
estrategia impura de no cumplir con la socialdemocracia a la que dice asumir,
en las próximas y no lejanas elecciones, seguirá perdiendo.
La socialdemocracia ha dejado un vacío en Europa que ha cubierto el conservadurismo nacionalista que
en algunos países ronda la mitad del electorado.
La naturaleza “aborrece el vacío”.
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