Artículo publicado en el periódico Ideal, noviembre de 2019
La expresión “matrimonio
tradicional” ha llegado a significar una forma de relaciones conyugales que antiguamente
era normales. Se caracterizaba por la unión de un hombre y una mujer para toda
la vida y abierto a la fecundidad.
Esta forma arcaica de
matrimonio se daba-y aun se da- entre católicos más bien conservadores y que no
han sabido adaptarse a las nuevas formas evolucionadas de convivencia.
El progreso moderno y las
distintas crisis laborales y sociales que conlleva hace, naturalmente, que los
padres apenas puedan ver a sus hijos ni verse entre ellos, pues los horarios
laborales suelen coincidir de modo que las personas estén en el hogar sólo para
dormir y eso, según y como.
Por las mismas razones, la
gente se casa tarde y los hijos o no se tienen o se tienen tarde.
La formación de los hijos se delega en los
colegios y guarderías. Este hecho favorece la emancipación de los hijos que
llegan a serlo más del Estado o de la sociedad civil que de sus padres. Es un
fruto de la educación por la que abogaba Platón y que practicó Ceaucescu en Rumanía
La libertad y las opciones
que conlleva son lo más importante, por
eso una de las disciplinas troncales se refiere al género que los niños deben
elegir tempranamente según sus gustos naturales.
Así pocas de las antiguas familias se
sientan a la mesa con sus hijos, dando gracias a Dios por estos alimentos
porque los padres a esa hora se están comiendo un bocadillo de calamares en el bar
cercano a sus lugares de trabajo.
La contaminación
ideológica ambiental ha difundido la idea de que la familia tradicional que fue
el modelo cristiano por antonomasia, no tiene lugar en esta época de cambios constantes en donde
cambiar es tan gustoso que vale la pena cambiar a cualquier cosa porque cambiar
es la esencia de la democracia.
Por eso es necesario
aclarar en que consiste la familia tradicional y en qué consiste la familia
cristiana.
Afortunadamente quedan en nuestro
tiempo grandes reservas de familias tradicionales, especialmente en África,
Oriente Medio y Asia.
Como todo tiene su
historia es bueno saber que lo más tradicional en materia de familia es la ley
del más fuerte como puede observarse primero, entre lobos, ciervos y carneros.
El macho que es capaz de vencer a sus rivales en tal noble lucha se queda con
las hembras más atractivas y de paso convierte a los derrotados en sus criados.
En los hombres primitivos
no fue muy distinto porque las relaciones sexuales se formalizaban a pedradas
por los riscos cercanos a las poblaciones.
Estas costumbres que
algunos hoy por ignorancia histórica, llaman violencia de género, dejaron paso
a versiones más humanizadas de familia.
Las niñas siempre fueron
mal vistas porque no podían ser sabios ni guerreros, modelo de nobleza según se
creía. Esta mentalidad llevó al infanticidio de las niñas por sistema, como se suele
aún practicar, hoy en China,lo que ha producido un exceso de varones.
Esto es muy tradicional. Todavía en el presente hay restos
de poliandria en África y en el Tíbet
pues, como es lógico, la reproducción se realizaba con varios maridos.
La presunta fragilidad de
la mujer hizo llegar en el avance histórico progresivo a formas más
humanizadas: Muy frecuentes en los países islámicos. Poder tener cuatro mujeres
legítimas y todas las concubinas que se puedan mantener es un cierto modo de
Seguridad Social para las mujeres. Recogidas en el harén, no tienen que ir por
la calle.
Hasta que, de pronto -en
esas culturas tradicionales, aparece Jesús de Nazaret y declara el matrimonio
entre hombre y mujer para toda la vida y estableciendo la igual dignidad de ella
y de él.
Declara nulos los
matrimonios forzados, prohíbe el divorcio y el aborto, creando un tipo de
matrimonio revolucionario rompedor de todas las tradiciones anteriores.
Los cristianos
consideraban su matrimonio como una alianza eterna como la de Dios con su pueblo,
como las del amor joven que se narra en el Cantar de los Cantares, un poema
epitalámico único en la Biblia.
Ese matrimonio
revolucionario y que exige agallas por ambas partes tiene como finalidad
inmediata el amor mutuo y la formación de los hijos en ese amor. Se las ven y
se las desean para conciliar trabajo y familia.
Lo más grande es que la
cultura de los países desarrollados quiere volver al sistema tradicional basado
en la fuerza y que en muchos casos es la violencia de las mujeres y contra las
mujeres y contra los hijos con la natural reacción de los hijos contra sus
padres.
Las relaciones sociales
van progresivamente derivando hacia la violencia y se va extendiendo la presunción
de inocencia para los violentos: si queman, envenenan o linchan “por algo será”.
El matrimonio cristiano es
una autodonación en las dos direcciones y esa entrega es el modelo en el que
los hijos aprenden lo que es la verdadera familia.
Somos libres para muchas
cosas, algunas muy destructivas pero el
fin final de la libertad es el amor.
Esa idea del amor como
entrega y servicio al otro u otra es lo más contrario a la ley del más fuerte,
la terrible legislación que fuerza el matrimonio de las niñas, que las arroja
por el Taigeto y que las considera propiedades del varón como la casa o los
bueyes.
Lejos
de nosotros, esas tradiciones.
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