Artículo publicado por el periódico Ideal el 18 de diciembre de 2019
La manifestación se ha convertido desde hace dos siglos
en la alternativa a la Constitución. Hay algo en la naturaleza humana tal como se
presenta en los dos últimos siglos que necesita romper-temporalmente- con todos
los vínculos y compromisos siquiera sea por unas horas y mostrarse desnuda en su verdad.
La gente quiere gritar su verdad pero no en confidencia
sino en masa, donde todos somos unos, todos hermanos, nadie es más que nadie: todo
verdad.
Desde la Revolución francesa las Constituciones han
previsto la necesidad que tiene la masa de romper protocolos, legalidades y manifestar
en directo y con faltas de ortografía “la voz del pueblo”
No importan los contenidos cualquiera es bueno porque no
es lo esencial lo que se manifiesta sino la manifestación misma. Será la subida
de pensiones, los trasvases, el orgullo gay, el aborto, la inmigración o la
corrupción. Todas las grietas del sistema necesitan salir fuera como la pus de
las heridas.
Hay en todo este fenómeno un halo romántico, de juventud
eterna, de verdades reprimidas de incomprensiones acumuladas, tímidamente
rencorosas.
Una explicación fácil del fenómeno es que en la calle
saltan los agujeros del sistema. Se siente y el sentimiento es una evidencia
inmediata que todo hace aguas y cuanto más aguas hace, más se percibe la ausencia
de un sistema justo, es decir, bello, ajustado, armónico.
La masa con la juventud en la vanguardia dicen que todo
va mal, sea el clima, sea el modelo productivo, sea el estilo de vida y los congresistas
y senadores demuestran con su comportamiento desmadejado y maleducado que
realmente todo va mal.
Esa sensación de presente inmediato es una luz cegadora
que impide entender que el problema no es que aquí y ahora todo vaya mal sino
que desde los socialistas utópicos Saint--Simon, Proudhon etc., más de dos
siglos, la sociedad balancea entre la estructura política del Estado, y la antiestructura
de la calle.
La estructura política quiere ser razonada, articulada, con un estudio de los
modos de representación para que las necesidades y las opiniones de la
gente se vean representadas en unos
delegados, diputados y senadores, elegidos por sufragio universal por un
período de tiempo establecido.
La antiestructura tiene como método la acción directa, la
fiesta, los globos y serpentinas. Esto cuando lo que se quiere es no asustar y
dar la impresión de que los manifestantes son buenos y pacíficos.
Porque no siempre es así como desde el motín de
Esquilache, pasando por el dos de Mayo en Malasaña hasta las manifestaciones
que llenan todo el siglo XIX español, hubo de todo: quema de conventos,
expulsar curas y violar monjas que es una constante desde mucho “antes de la
guerra”, período que entonces se llamaba como “tiempo normal”.
Siempre ha sido “tiempo normal”, siempre ha habido
estructuras políticas corruptas salvo cuando los puritanos imponen por la
fuerza el estado justo. Me refiero al caballero Robespierre y la legión de
salvadores que después han sido, los Hitler, Lenin, Stalin que depuran la
corrupción, estableciendo las instituciones más corruptas que sus predecesoras.
No nos extrañemos de nada porque el asunto del pecado
original es de sentido común.
Esta idea del pecado original le sienta a cuerno quemado
a los que marean las manifestaciones. No les falta alguna razón porque supone
la creencia de que “esto no tiene arreglo” o “esto es lo que hay”.
La estructura se corrompe y se llena de falsa modestia
como de dama ofendida cuando se ha repartido cantidad de millones entre los “amiguetes”.
No importa demasiado. Veremos a la antiestructura encaramarse a la estructura y
hacer del Congreso una fiesta o un circo según en que lado de la bancada se
esté.
Esa novedad, el que la antiestructura y la estructura de
confundan ocupando el mismo espacio legislativo, a medio plazo-si es que
hubiera medio plazo- es un síntoma de que los “buenos” van a civilizar a los
“malos.”.
Como no podía ser
de otro modo, los educados toman las maneras de los maleducados y los
maleducados ponen de moda el horror de la turba, la masa o la chusma.
La marea sube alegre sin remordimientos y con exigencias
de moralidad colectiva, concepto bastante contradictorio porque la moral es por
definición personal.
Las estructuras son incapaces de salvar a los que no quieren
ser salvados. Viene a ser como el padre
que le han salido los hijos rebeldes y que intenta “enderezarlos” ligándolos al
negocio familiar.
Y esto los hijos lo notan. Sienten que la gente decente
se corrompa como el que ha perdido a un padre.
Cuántas veces se ha dicho que la moralidad es la
represión interiorizada, algo así como que uno acaba siendo el policía de sí
mismo y cuantas veces la masa se lo ha creído.
La fraternidad universal sin padre tiene una gran
ventaja: todo está permitido y nos suprime los remordimientos de conciencia,
mediante la extirpación de la conciencia y el implante de una conciencia
colectiva en donde las personas no progresan, sólo son las colectividades las
que progresan.
La lucha interior personal por ser mejor se cambia por la
lucha global por implantar la justicia socialista cuya corrupción no hace más
que imitar la corrupción de los padres fundadores. No se puede aspirar a menos.
No hay más que un modo de progreso moral, el personal:
uno a uno.
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