Artículo publicado en el periódico Ideal, julio de 2020
Tal si se tratase de una acción de comandos: en pleno
estado de alarma, el equipo del Ministerio ha elaborado una nueva ley de
Educación.
Por razones de oficio y de edad las recuerdo todas y
todas se elaboraron de espaldas a padres, profesores y alumnos. Algunas como la
de 1938 porque estábamos en guerra todavía y con algunos matices, duró hasta la
famosa Ley Villar de 1970. No está mal cuarenta años de estabilidad educativa.
A partir de 1970 y estábamos en la dictadura, en eso que
llaman el tardofranquismo, empezó una estela legislativa intermitente.
La idea general de aquella Ley era la ampliación de todos
los niveles de enseñanza a todos los españoles de modo que lo que antes se aprendía
en el Ejército, ahora se extendía a los Institutos y Universidades. Y se logró,
si atendemos al crecimiento exponencial de Escuelas, Institutos y Universidades
con la finalidad que hubiera tantos universitarios como ciudadanos.
Entonces empezó la caída de la calidad de la enseñanza
hasta el día de hoy. Las leyes socialistas posteriores, no fueron más que la
prolongación y profundización de los planes de Villar Palasí y los tecnócratas
encerrados en Buitrago.
Han sido leyes que salvo el trueque de la Formación del
Espíritu Nacional por la Ideología de género,
guardan una gran familiaridad con aquel evento del tardofranquismo.
Luego han venido otras en la misma línea: una marcha desde
premiar a los oficialmente insuficientes a ocupar los últimos puestos en el
ranking del Informe PISA.
Se logró gracias a que el país con una Hacienda estable,
un incremento de la recaudación y una prosperidad visible se lo pudo permitir.
Conseguir el ideal ilustrado de que todos tengan carrera
es honorable si no contamos con el principio de que no todos somos iguales.
Ser universitario
fue equiparable a ser licenciado por Alcalá en el siglo XVII hasta el punto de que
muchas pequeñas universidades como la de Osuna, contemplaban como muchos
alumnos conseguían sus títulos por Alcalá siguiendo procedimientos poco dignos.
El proyecto actual de Ley educativa sigue las pautas de
la LOGSE, de Rubalcaba, basada en el buenismo y el igualitarismo que sería
dogma de fe si todos fuéramos iguales.
Llama la atención de que las Matemáticas queden como
opcionales en algunas carreras técnicas, cómo la Religión pasa a mejor vida y
la Ideología de género-con prácticas incluidas- pasa a ser asignatura troncal y
obligatoria.
Cómo es “lógico” se podrá pasar de curso con suspensos y
recibir sus becas.
Las clases menos pudientes tienen difícil el acceso a
Institutos y Universidades, es natural que se les facilite el paso.
He conocido alumnos que se ganaban la vida trabajando de
camarero por las noches y recogiendo en verano la uva en Francia y Alemania y
que con mucho sacrificio han llegado a profesores de Universidad.
Hay sin duda, maneras y maneras.
Esa mentalidad de igualar por abajo y de multiplicar los
títulos académicos sin atender a las necesidades del mercado laboral, ha sido manifiesto
en todas las leyes de Educación desde 1970.
No se puede a la vez y al mismo tiempo, estar sentado y
levantado. No es coherente promover la disciplina y el esfuerzo a la vez que se
rebaja la calidad docente y declarar que la demanda social de la escuela
concertada no tiene razón de ser.
No se puede esperar mucho más de un Gobierno que estableció 23 ministerios para que “a nadie
le falte de nada”
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