Artículo publicado en agosto de 2020 en le periódico Ideal
Se están cumpliendo los 80 años de la capitulación de Francia ante las tropas alemanas. El Mariscal
Petain, el héroe de Verdún, tomó sobre sí la responsabilidad y la vergüenza de aceptar las condiciones de Hitler. Se firmó en el mismo vagón de ferrocarril que había servido en 1918 para preparar la rendición alemana del Tratado de Versalles.
Inglaterra y Francia gobernadas por Chamberlain la
primera y por la segunda, Daladier, llevaban años intentando pacificar a Hitler,
operación que culminó en el Tratado de Munich en el que todos juraron paz
eterna y lealtad irreversible.
Los alemanes habían ocupado, a pesar de tales promesas, algunos
territorios en los Sudetes y aspiraban a formar un protectorado en Chekia. Se
consiguió, con gran dificultad, a pesar
de la bravura de los checos. Luego, Hitler se anexionó Austria sin problemas ya
que gozaba del apoyo de la población de lengua
alemana.
Las potencias, entretanto, dieron la callada por respuesta
esperando que estas ventajas obtenidas por los nazis, les bastaran.
Para entender el poder del Führer y el apoyo que tuvo en Alemania y Austria, hay que recordar que Hitler llegó a la Cancillería, de la mano de Von Papen, jefe de la Democracia Cristiana alemana pues, en principio, parecía que su misión se limitaba a recuperar la economía alemana, conseguir el pleno empleo, favorecer a la familia y mantener el orden más estricto.
Con estas promesas, se atrajo a los católicos. De hecho
en los futuros regímenes como la Croacia de Ante Pavelic, la Hungría de Horthy
y la misma Francia de Petain tomaron un formato similar.
La tesis del “espacio vital” era la motivación profunda
de los alemanes y pronto pudo comprobarse que el Tratado de Munich sería papel
mojado.
En 1939 invadió Polonia e hizo caso omiso a las
peticiones de Pío XII en favor de los católicos polacos. A la vez que se
aproximaba a la línea fronteriza de la URSS, en un espectacular golpe de efecto,
firmó una imprevisible paz con los soviets, la paz de Molotov-Ribbentrop.
El objetivo de este pacto de los nazis con sus mayores
enemigos ideológicos, era guardarse las espaldas para su ofensiva del Oeste que
aspiraba a deglutir a Bélgica, Holanda y Francia y lo que era más importante,
invadir Inglaterra.
La guerra
relámpago-blitzkreig- permitió en pocos días, deglutir a los Países Bajos y
Francia, culminando con la ocupación de una zona en el Oeste francés hasta
Hendaya y la creación de un gobierno bajo su protección, dirigido por Petain.
Los ingleses que habían enviado un Cuerpo expedicionario
en ayuda de Francia, ante la capitulación lograron con muchas dificultades reembarcar en Dunkerke a sus tropas y algunas de los
“franceses libres” que lideraba el General De Gaulle. Se incluían unos miles de
republicanos españoles.
La situación de Europa después de la capitulación era
lastimosa y todo parecía estar pendiente de las decisiones de dos potencias
totalitarias.
Probablemente, Alemania e Italia, que pronto se agregó al
vencedor, aspiraban a dominar el mundo, dentro del marco del capitalismo de
Estado.
Hitler engañó a todos, incluso como escribe Churchill en
sus memorias, a la Unión Soviética pues cuando le interesó invadió Rusia.
De todo este teatro bélico lo que resulta más interesante
es que sólo la voluntad de Winston Churchill y la unidad del pueblo británico,
creyeron que era necesario seguir luchando en un momento en que la soledad de
la Gran Bretaña era bien visible.
Hitler perdió la batalla de Inglaterra y entonces puso su
atención en la invasión de Rusia con la idea añadida de abrirse al petróleo del
Caúcaso.
No pudo entrar en Inglaterra ni en España que mediante un
Tratado con Portugal, aseguraba indirectamente, su acuerdo con los aliados.
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