Artículo publicado en el periódico Ideal en agosto de 2020
Desde la guerra civil, hace ocho décadas, la
conciencia española no se ha sentido tan postrada y desasistida.
Un análisis objetivo de las situaciones
respectivas permite serenar el ánimo. En 1939, España estaba vencida, porque la
victoria de los nacionales legaba un país que no tenía ni trigo para elaborar
el pan: los campos destrozados por la guerra, las fábricas desmanteladas o
destruidas y unos 300.000 exiliados, principalmente en Francia y Méjico y otros
tantos en las cárceles a quienes se indultaba a cuentagotas.
Nada de esto, gracias a Dios, entra en nuestro
listado de problemas.
Pero sentimos la postración de nuestra sociedad
y de nuestras instituciones, cuya mayor miseria es la ausencia de información y
la ausencia de un gobierno, rechazado por casi todos los países de la U.E. por
una sola razón: no goza de la menor credibilidad.
En Alemania hay gran preocupación para asegurar
que no se pierda una generación para la Educación y se han apresurado en abrir
las aulas.
No se observa entre nosotros una preocupación
semejante.
Una inercia de siglos y un abandono de décadas,
ha diseñado una economía de campo y playa que depende de la ausencia o
presencia de guerras o pandemias.
Los sectores que hacen potentes a Alemania o
Estados Unidos están abandonados: el sector agrícola trabajando con costes por
debajo de la subsistencia y en competencia con las economías sudafricanas,
marroquíes y sudamericanas.
En virtud de las exigencias del globalismo, se
desmantelan nuestras industrias con expectativas de translocación en el Este o
en China.
El turismo ha proporcionado una prosperidad
fofa, con muchos riesgos y con una creación de puestos de trabajo temporales
desempeñados por investigadores y universitarios que no ven otro horizonte.
Esta situación no ha resultado por casualidad
sino por algunas razones básicas cuya prioridad se cifra en la facilidad:
a)
La despreocupación por la calidad de la enseñanza
b)
La producción de licenciados, master sin tener en cuenta la oferta del mercado laboral
c)
La obsesión por la propaganda y la ideología
d)
El abandonar Investigación y Defensa Nacional en el
entendimiento de que es más barato que investiguen otros y que nos defiendan
otros.
Con esta
actitud cedemos a diario pedazos de nuestra soberanía.
Como el peso de estas responsabilidades y otras
afines se consideran “cansadas” y difíciles, los gobiernos de la Democracia han
tirado por la pendiente de la degradación de nuestras fuerzas productivas y
sobre todo del desarme cultural de las futuras generaciones.
Manuel Azaña, criticaba a los regeneracionistas
y sus quejas ineficaces. Les faltaba una acción política que iniciase unas
reformas que siempre quedaron pendientes. La idea era buena pero quedó estéril
precisamente, por falta de sentido de la realidad.
No es bueno creer que transformar el país es
“darle la vuelta como un calcetín” o situar la libertad antes que la verdad (“por
aquello de vaya V. a saber qué es la verdad”)
Cuando se quiere trabajar un material, en este
caso un país, hay que tener en cuenta las características de ese país. Crear no
es inventar sino moldear, educar, ilusionar.
Hay ciertas líneas rojas que son líneas de fuerza que sostienen el
edificio:
ü La continuidad
histórica
ü Los valores religiosos
y morales
A España le falta ilusión y le sobran
ilusiones.
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