Artículo publicado en el periódico Ideal, julio 2021
La fortaleza, una virtud que tiende a superarse a uno mismo en los asuntos difíciles. Se evidencia más a la hora de resistir que a la de atacar y es más visible cuando se practica con los amigos que no con los enemigos.
El miedo, que en principio carece de valor moral, siendo un mero
sentimiento, es un mecanismo nervioso que inhibe las neuronas. El organismo se
encoge, se “arruga” y queda paralizado ante el enemigo real o imaginario. El
miedo se puede disminuir con estimulantes, pero tampoco, la química produce
virtud que es el hábito por el que uno obtiene la felicidad con esfuerzo.
Se oye decir que la gente no quiere casarse porque ante las dificultades
presentes se “arruga” y prefiere gozar de los placeres del matrimonio sin las
cargas del matrimonio.
Es incierto que los jóvenes con miedo al trabajo, al sacrificio y a las
dificultades de la vida, alcancen la felicidad en esta vida y en ninguna otra.
Todas esas nobles palabras como dignidad, autonomía, libertad, se emplean
con cierta frecuencia como si fueran frutos del árbol de la vida que florecen
en los jardines del Edén.
Es verdad que todos los seres humanos, incluyendo los embriones son dignos,
virtualmente autónomos y libres. Eso sólo ocurrirá si desde la infancia se les
muestra el sentido deportivo de la vida. Uno es libre y digno cuando se lo
trabaja y esto es verdad incluso para muchos discapacitados.
Al hablar de la familia, solemos, en ocasiones, ocultar el rábano con las
hojas. Parece que la emoción, la erótica y el sexo son las motivaciones que
llevan a la gente a casarse. En cuanto, en nombre de la autonomía, percibes que
todo ello se alcanza fuera del matrimonio, cae de su propio peso, que casarse
no proporciona ninguna ventaja.
Cuando hombre y mujer se encuentran bien en compañía, se gustan y se quieren, nace la idea de hacer una historia juntos.
Hoy en nuestro entorno, aquí y allá, conocemos chicos y chicas menores de
treinta y tantos años con seis y siete hijos con sueldos rozando la
subsistencia.
¿De dónde sacan el valor? -se oye- y la respuesta es siempre la misma:
porque se quieren, se aman.
El amor de benevolencia incluye todos los matices del amor, porque el
rábano y las hojas no tienen por qué contraponerse. Lo importante es que los
hijos estén contentos y felices porque ven que sus padres lo son.
¿Por qué el miedo al matrimonio? La verdadera razón es porque la gente no
sabe querer hasta el sacrificio, no sabe darse.
Miedo a la aventura, al futuro vaivén de los sentimientos, a lo
desconocido. Lo cierto es que quien piensa así no ha encontrado la persona con
la que se encontraría a gusto toda la vida.
¿De dónde viene el miedo? ¿Por qué no atreverse?
Se vive bien sin responsabilidades, dedicándose “full time”, al cultivo de
sí mismo, perdiendo la ocasión de dedicar la vida, al cultivo de los demás.
No hay trabajo, no se pueden pagar las hipotecas, incluso, “los niños contaminan”.
Eso no son razones sino circunstancias y ¿desde cuándo el amor se ha parado a
pensar en las circunstancias?
Es duro pensar que ese abandono de
la vida, lleve al abandono de la propia felicidad.
Algo tan sencillo como “ganarse la vida” en todos los sentidos de la
expresión, produce un terror paralizante, muchas veces cubierto por el piadoso
velo de “orgullo”, “dignidad”, “libertad”.
Occidente declina, no por la política o la economía sino porque prefiere la comodidad a la fortaleza.
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