Artículo publicado en el periódico Ideal, julio 2021
No estamos tan lejos del pasado como para olvidar que, si los senadores romanos mandaban en Roma, sus mujeres mandaban a los senadores.
¿Vamos a una patria de matriarcas?
¿Vamos a ser más felices si las dulcineas
gobiernan el mundo?
La tesis feminista extrema nos quiere
convencer de que la mujer aportará a la política su dulzura, su intuición y su
capacidad expresiva. De ahí resultarán transformaciones beneficiosas.
La feminidad afectará a los ejércitos, hará
más difíciles las guerras y su ternura hará de este mundo crispado, competitivo
y difícil, una colmena donde todas serán abejas reinas.
Un reino de mieles y bienes.
Para alcanzar ese ideal que no lo considero
imposible hará falta “retocar” algunas leyes y principios.
El primero de ellos y principal es el de
igualdad que marcó la caída del Antiguo Régimen y nos trasladó a una democracia
de varones de alto nivel de renta.
Es mérito del feminismo darse cuenta de ese
pequeño detalle y desde el siglo XIX lucharon las mujeres por el sufragio
universal y directo. Y lo consiguieron, aunque en el siglo XX.
Sin
embargo, una cosa es la democracia formal y otra la real. Así los parlamentos,
los Consejos de Administración y los Estados Mayores todavía son
abrumadoramente masculinos. Se ve venir un horizonte de lucha para que esto
cambie y las mujeres tengan las mismas oportunidades que los hombres para
alcanzar cualquier puesto directivo.
El
tema de la igualdad, es desde el punto de vista de la lógica del lenguaje,
arduo y difícil como cada día podemos comprobar en nuestra TV. Observen sin
embargo que todas las series y películas en donde las mujeres suelen ser
protagonistas, espías, pilotos y jefes de estado, en ninguna de ellas se emplea
el lenguaje inclusivo. En ninguna película europea o americana se oye algo así
como: “periodisto”, “madamo” o se atrevan a cambiar el género del sol, la luna
y las estrellas. Por algo será.
La
igualdad es, tal como se entiende, aritmética. Todos valemos para todo y para
toda categoría laboral. La libre competencia y la economía de mercado tiende a
corregir aquel principio de igualdad aritmética que ni Kant ni Hegel se
atrevieron a suponer, pero sí la señorita Yolanda Díaz.
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