domingo, 19 de septiembre de 2021

Más allá y más acá

 Artículo publicado en el periódico Ideal, septiembre de 2021




Los egipcios fundaron una cultura orientada hacia el más allá.

Tenemos textos escritos anteriores a la Biblia que lo dejan bien claro.  

La cultura funeraria de Egipto es ya un refinamiento religioso, francamente elaborado, pero, desde la Prehistoria tenemos pruebas fósiles de que allí donde hay un ser humano hay una tumba, con joyas, los alimentos preferidos del difunto y mucha tintura ocre.

Relacionar racionalmente la vida con el más allá, es de sentido común. Solamente el empleo utilitario de la ciencia y el objetivo ilustrado de una sociedad feliz en el más acá, puede haber ofuscado esa exigencia racional.

Los tanatorios, las incineraciones, son muestras, de cómo el hombre de las sociedades desarrolladas, no quieren ver la muerte ni en pintura. En este sentido, cabría comprender, un aspecto positivo del asunto puesto que la gente quiere vivir bien y la muerte, no es precisamente eso.
Hay, pues, una clara conciencia de la distinción entre lo bueno y lo malo y de que lo bueno, va ligado a la vida y no sabemos 
de otra vida que la del más acá.  

 La misma idea de progreso, se apoya en esa característica específica del ser humano, de ver siempre “más allá”. ¿Dónde está el problema?

El deseo de progreso y de mejora, es un rasgo humano que va ligado al desarrollo de la inteligencia, de la cultura y de la civilización. Todos queremos vivir mejor porque no somos tontos. Se encuentra, pues, una contradicción entre la buena vida del presente y la evidencia indiscutible e indiscutida, de que esa buena vida, supuesto que llegue a ser tal, tiene un límite y más de uno, por cualquier parte que lo miremos.

Esa limitación de la buena vida que es la muerte, viene a constituirse, en el mal por antonomasia y es natural que se trate de erradicar de nuestro imaginario, de nuestras representaciones sociales e institucionales.  No hay manera de conseguir que la mejor de las vidas presentes, tenga duración eterna.



Comprender que un ser vivo quiera seguir siéndolo, no precisa mucha ciencia, pero sólo los humanos, quieren seguir vivos, sabiendo que son mortales, por naturaleza. Aquí toda ciencia es poca.

La fugacidad de todas las cosas que percibimos con los sentidos, no afecta a un dato de la inteligencia que ningún científico va a cuestionar: la verdad inmutable (eterna) de la matemática y con ella, de la estructura del universo dentro del cual, estamos nosotros.

El más allá, no es un lugar al otro lado, a donde nos lleva la barca de Caronte. No hay instrumental científico que verifique que más allá del espacio y del tiempo, hay espacio y tiempo.

Habrá que pensar, pues, que el más allá es el lado invisible de lo visible, la estructura ideal lógica y matemática, de este mismo mundo en el que vivimos. Lo que nosotros pensamos como estructura objetiva, es un producto de nuestra mente. Más allá se descubre como el pensamiento vivo y creador que anima todo lo que existe.

Si la matemática es sólo objetividad, no hay explicación de cómo se ha puesto a animar la materia. La existencia concreta y contingente no se explica sino por una decisión creadora.

No hay más que una vida, la que percibimos y sentimos y la que entendemos como aquel “territorio” en el que reside el pensamiento matemático. Es el mundo de las posibilidades, de los proyectos, del siempre jamás, el mundo donde todo es posible, como en matemáticas: el reino de Dios.

 

 

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