Artículo publicado en el periódico Ideal, abril de 2022
La naturaleza vuelve siempre por sus fueros, aunque revestida de
prótesis y artilugios.
Nada más nacer, el niño balbucea con su “pa” y su “ma”. Entra en
el mundo del lenguaje silabeando. El desarrollo del lenguaje indica el
desarrollo de la mente y cuánto mejor se domina el lenguaje, se abre
paso a la inteligencia que es la vida de la memoria.
Luego, nos enseñan a contar que es lo mismo que aprender a mear,
capítulo importante de la educación sexual y afectiva.
Más adelante se abre el amplio panorama de la Geografía, donde nos
nos enseñan de dónde venimos y a dónde vamos o podemos ir,
anticipando lo que esperan decirnos la Religión y la Filosofía.
Los mapas y los calendarios nos ubican en el espacio y en el tiempo,
qué es lo que hay arriba y lo que hay abajo, qué es Oriente y Occidente
y la íntima relación de las industrias con los océanos, las estrellas de
mar y los corales.
Un modo peculiar de ubicación en el tiempo, es la Historia. Sin
Historia el hombre pierde el sentido de la existencia porque en la
Historia se aprende de dónde venimos y a dónde podemos huir. La
historia nos da sentido de la continuidad de cada persona en la
porción de espacio que ocupa, lugar que fue paso de romanos y
bárbaros, de gente culta y salvaje y desde donde, nos explicamos a
nosotros mismos. El relato histórico es una metafísica de tierras
adentro en donde cada suceso tiene su interpretación y su debate. Sin
continuidad no hay identidad pues la memoria de la vida empieza con
el ADN, continúa con las grandes obras de Marañón, Madariaga y
Sánchez Albornoz.
Lo más importante está por venir.
En la adolescencia todos leímos: “estoy escribiendo los versos más
tristes esta noche” con Neruda o bien las sangrientas metáforas de
Aleixandre o más atrás. Los laberintos de Góngora y Quevedo,
amasando dominio del lenguaje y la malicia.
La poesía es la más política de las artes sino la más revolucionaria,
porque en su meandros y arroyuelos nos enseña también cosas
imposibles, nada científicas, retos y desafíos que sabremos, de
adultos, que no pueden ser ni ocurrir. De este modo, lo imposible nos
enfrenta a la utopía y a la revolución que intentan morder porciones de
imposible para que lo vayamos haciendo posible.
La filosofía, en fin, en sus diversas modalidades, trata de dar forma a
las llamaradas del espíritu, a las intuiciones innovadoras sin las cuales los
artistas, los empresarios, los políticos y los arquitectos, son incapaces
de aproximarse a la perfección.
Hablemos de la música en donde la materia, el sonido es medido
por la inteligencia y nos lleva a sentimientos y sensaciones que no
pueden escribirse con palabras y que elevan el corazón a la verdad
más bella.
Las Humanidades nos fundamentan como personas, nos enseñan a
hablar y a comunicarnos, a ser alguien con todos los atributos de la
tribu, con sus modelos insignes que son lo que nuestra tribu ha dado de
sí, Garcilaso, Cervantes, Falla, Juan Ramón y Jovellanos.
Llevamos medio siglo recortando las Humanidades y las virtudes
que con ellas educan a jóvenes y mayores. Sin ellas, raramente se traslucen
finura de espíritu, sino en general, la muerte de las palabras.
Es difícil hacer comprender que lo difícil es más rentable que lo fácil
y que la imagen y el sonido sino los mueve el alma son sólo
cucharones para la sopa boba.
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