Artículo publicado en el periódico Ideal en marzo 2022
Cuando el Islam arrasó España, incluyendo Navarra y Oviedo, en
todas las misas que se celebraban en las montañas, en Picos de Europa o
en Peña Amaya, se leía diariamente el Apocalipsis de San Juan.
Una clara señal de qué astures y cántabros, esperaban el fin del
mundo. Ese temor se conservó hasta pasado el primer milenio y ya
empezó a pensarse de que debían los cristianos ponerse a trabajar.
La cornisa cantábrica no es el mundo global en donde si estornuda
un ciudadano chino, la plaga invade globalmente el mundo mundial.
Igual ocurre con el trigo, el maíz, el petróleo y el gas.
Los ilustrados no previeron que el progreso creciente e indefinido
tuviera los pies de barro y menos de aluminio y níquel, cuya carencia,
echa abajo la estatua del gran Baltasar.
¿Qué ley científica determinó que la historia cabalgaría en progreso
y bienestar sin límites?
El mundo culto lo asumió con toda ingenuidad sin percatarse que
el progreso y la superación de la humanidad por la ciber-inteligencia, es
una ilusión, un espejismo que puede funcionar a corto plazo pero que
lleva en fórmula magistral, el agujero de la finitud.
Nos hemos creído dioses que podíamos disponer de la vida y la
muerte de nuestros semejantes, que la moral era una moralina de “chupa-
chups”, elaborada maliciosamente para amargar la vida a niños y adultos.
Hemos vivido cincuenta años de aparente paz y bienestar en
donde los deseos de cualquiera, se elevaban a la categoría de Derechos
Humanos.
Si tengo el derecho de hacer con mi cuerpo lo que quiera, no hay
razón para que no pueda hacer lo mismo con el del vecino o el de la
vecina.
Si, tras el fin de semana aparece un embrión hecho y derecho, no hay
que espantarse pues los embriones son simples tumores que se extirpan
con suma facilidad.
Un tumor así fue Fleming o Shakespeare. Sólo que se le dejó crecer
y llegó al ápice del talento científico o artístico.
Esos tumores como llaman a los embriones, si los dejas crecer y ven
la luz, se matriculan en los colegios y en las universidades, lo que no ocurre con
los tumores de verdad.
Estamos haciendo muchas cosas mal, empezando por mentir a
mayor velocidad de lo que el lenguaje permite y estamos cargados de
ojivas nucleares no por mala intención sino “por si acaso”.
Nuestros medios de comunicación y de entretenimiento nos
mantienen despiertos para todo aquello que tiene que ver con el capricho,
la diversión, sin ningún interés en hacer de los hombres mejores y
en consecuencia, felices.
El sentido de este apocalipsis moral es que desde hace unos tres
siglos la libertad de conciencia fue sustituida por la ética sin conciencia
moral, como expresan las máximas del laicismo.
Se puede ser muy sinvergüenza, pero a la vez, ser un ciudadano
legal y ético.
Ese error antropológico que impregna el laicismo es lo que genera
una atrofia de la responsabilidad personal en favor de la corrección
política.
En realidad, como propio de su origen puritano, el cumplimiento de
las leyes, sustituye a la conciencia personal, la única que discierne el bien
del mal.
En realidad, todo se condensa en la máxima de la truhanería “haz lo
quieras mientras nadie lo sepa” y a partir de aquí, niega en absoluto tus
maldades porque la mentira repetida mil veces se convierte en verdad de
alto nivel.
Se ha creído inocentemente que, borrando la imagen del ojo de Dios, se ciega a Dios mismo.
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