Artículo publicado en el periódico Ideal, en noviembre de 2022
Hay cuestiones importantes y otras que lo son menos o que, incluso, son
prescindibles.
Los pueblos desarrollados han perdido el sentido de la necesidad porque
llevan casi ochenta años con las “necesidades” cubiertas.
Los salarios hasta hace cuatro años, podían ser pequeños pero el paro,
el PER, el ERTE, los Seguros, la Sanidad o sea lo que supone el Estado
Socialdemócrata de Derecho, funcionaba más o menos bien, la inflación
contenida y eso sí, una progresiva “degradación” de la oferta de empleo
juvenil con todas sus consecuencias.
Hay muchos europeos que ya no recuerdan lo que es tener necesidades
pero que tienen muy claro el ámbito de sus libertades. Y no sólo son
conscientes de ellas, sino que se inventan otras que, además, las tienen
y defienden como si fueran fundamentales a capa y espada, a vida o
muerte.
Unos crean organismos para defender los derechos de los ríos como
sujetos jurídicos, otros, declaran la importancia de elegir el sexo a los
doce años, otros, se pirran por decir que lo que dicen no lo dicen, sino
que lo quisieran decir. Todo ello con una flagrante prevaricación e
incumplimiento de las leyes tanto las ordinarias como las fundamentales.
A la historia como al campo le llegan verdes y maduras, catástrofes,
guerras y períodos más o menos largos en que el historiograma parece
dar plano y que no pasa nada.
No hace falta decir que, aunque el CIS lo ve todo de color de rosa, los
ciudadanos, no ven nada porque en poco tiempo el “casteller” se les ha
venido encima.
El mismo hecho de que el Poder Judicial en bloque esté en SOS
permanente subraya que cuando falta la mantequilla y el solomillo, es
difícil mantener los más esenciales elementos de la democracia.
En todos los países la tendencia a gobiernos fuertes, es como echar las
campanas al vuelo anunciando que hay mucha humareda y que debe
estar cerca el fuego.
No es que incitemos al miedo, es que tenemos miedo porque entre los
impuestos, la inflación y la incertidumbre el dinero ya no vale nada.
La idea que conviene poner encima de la mesa es que la libertad no es el
arbitrio del que anda sobrado sino la lucha por superar y vencer la
necesidad. Dicho de modo más crudo si cabe: No ganaremos nuestra
libertad sin luchar unidos por vencer la necesidad. Tenemos en ese
patrón dos modelos humanos: el del inmigrante y el del deportista.
Para que la necesidad funcione como cebador de la libertad debe ser
consciente, debemos sentirnos mal de verdad porque el dolor moral es el
estímulo más fuerte para salir de él.
Por eso el catastrofismo debe convertirse en conciencia de catástrofe
para que Europa empiece a funcionar.
Si no se cree en la democracia y en las responsabilidades que conlleva,
os dará miedo que los jueces elijan a los jueces, y que dentro de dos
años se hayan permitido una serie de medidas legislativas y
administrativas, claramente inconstitucionales.
Si Europa hace oídos sordos a todas estas cosas es porque ve
levantarse por todas partes, enanos olvidados que aún creen que hay
cosas que están bien y otras que están mal y otras que son ya
putrefactas.
Cuando el Poder dice sentirse perseguido por aquellos mismos poderes
que le sostienen, se comporta como la dama ofendida que aun ni se ha
dado cuenta de que está desnuda.
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