Artículo publicado en el periódico Ideal en noviembre de 2022
La idea gaullista de la Europa de las Naciones responde más a la
actual situación real de los países europeos que a los proyectos de
unidad política económica y militar.
La realidad política europea es producto de dos factores históricos,
los Pactos de Yalta y Postdam que dieron final a la II Guerra Mundial
y al reparto del continente entre Oriente y Occidente y el derrumbe
de la Unión Soviética y la Caída del Muro.
Europa se dividió en dos zonas, la de los aliados occidentales y la
sometida al Ejército ruso que alumbró una serie de estado satélites
separados de Occidente por el llamado “telón de acero”.
Aunque todo ello no sea noticia, conviene encuadrar el presente
estado de cosas.
¿Qué era Occidente?: Liberalismo político, social y económico que
pronto creó una protección armada que es la NATO.
Oriente, era el comunismo estalinista militarizado y con potencial
nuclear.
El Tratado de Roma y la Carta de Derechos Humanos que venía
preparada desde 1948 por la Declaración de Derechos Humanos de
la ONU, estaban pensadas en un sentido muy distinto a la praxis
actual. Este sesgo en la interpretación de los Derechos Humanos
afecta también a la Constitución española de 1978.
¿En qué consiste ese cambio de interpretación y de sentido de los
mismos términos que propiciaron Adenauer y De Gasperi?
Un salto cualitativo desde el liberalismo dentro de un orden a la
acracia con límites borrosos, entre lo que se entiende por orden y
por desorden. El mismo equívoco, respecto a lo que se entiende por
derecho y por crimen: una concepción de la felicidad como el
desahogo de fin de semana, después de unas jornadas laborales al
servicio de un sistema económicamente injusto.
Esta mentalidad, por una elemental dialéctica, supone que, si el
sistema económico y nuestra actividad laboral es injusta y corrupta,
el fin de semana es dónde está todo permitido e incluso sacralizado
porque es el anti-dios del dios explotador de la jornada laboral.
Esta “altura” moral de Occidente, lindante con el Estado del
Bienestar, ha creado un talante moral que viene medido por la
conducta sexual anómica, la política antinatalista, seis millones de
hogares de personas solitarias, suicidio juvenil, eutanasia, el
vandalismo callejero, el fenómeno okupa y la obsesión recaudatoria-
hablamos de España- en la que el Estado trata de crear un ámbito
uniforme de convivencia, en donde fuera de él, todo está marginado
y abandonado a su suerte.
La “cultura del fin de semana” suma lo que se considera “valores
supremos del europeísmo”.
Cuando la libertad se entiende como el juego de burlar la ley,
cuando la muerte de los inocentes se establece como derecho y
cuando una minoría de electores gobierna el país por el capricho de
una ley electoral, se crea una contradicción interna, tanto en España
como en Europa, entre los que creen en los Derechos Humanos de
la Carta de las Naciones Unidas de 1948 y los que se creen que
matar es ejercer un derecho.
La razón más importante que ha jugado en Putin y su Gobierno para
invadir a Europa es la desmoralización del Continente por que el
miedo es la consecuencia del desarme moral.
Cuando cada individuo establece la norma suprema de lo que está
bien y lo que está mal, el consenso es una simple transacción frágil
y coyuntural.
Sin sentido del bien no se puede ser feliz. Nada menos.
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