¿Por qué nos gusta mandar?
El poder, la potencia es una de las extensiones de la naturaleza humana,
hasta el punto que sin poder es imposible la vida animal y la humana.
Los padres ven en los hijos una ampliación y consolidación de su
existencia. En situaciones de extrema pobreza, los hijos “sacan” adelante
a sus padres y a sus abuelos, aunque en demasiados países, los padres
venden a sus hijos, o pactan el matrimonio de sus hijas.
El poder es un atributo del vivir y muchos lo entienden así.
Hay muchas modalidades de poder, empezando por el que lleva consigo
cualquier actividad profesional.
El médico, los sanitarios, sienten orgullo por salvar vidas: es evidente
legitimación del poder. También salvan vidas, los abogados, los militares,
los empresarios, los sacerdotes.
En todas las profesiones y en todo trabajo humano, la actividad va unida
a una satisfacción y el valor de cada trabajo depende en cada persona de
la cuota de servicio a los demás y de autoservicio propio.
El político en la gran balconada o en el plató de TV, mira o piensa en la
masa que le contempla.
Hay quien desde esa altura ve a la masa “como ovejas sin pastor”. Hay
otros más bien que ven, rebaños por esquilar.
Las formas de gobierno hacen variar las coloraciones del poder y del
mandar. En todas ellas hay espacios de sol y de sombra.
En los antiguos reino e Imperios se equiparaba la estructura del reino
hacia una familia del que el rey es como un padre: “El padrecito de todas
las rusias”. En ese contexto el poder estaba tan consolidado, admitido y
legitimado que el papel de la vanidad y la soberbia, la egolatría y el
narcisismo quedaba oculto más bien en el inconsciente y el poderoso, sin
oposición, tenía que procurar el bien de su gente Así la gran política de
obras públicas del Imperio romano.
Entre la fuerza bruta de los “góticos” como los ilustrados llamaban a los
medievales, y la astucia maquiavélica con que los reyes manejaban a
nobles y burgos, hay la misma distancia que entre un puñetazo y una
sutileza retórica.
En la medida en que progresa la civilización, los políticos saben latín y la
retórica lleva la delantera a la violencia.
La Revolución no tenía más sentido que repartirse los bienes de los
nobles y el clero: el amor al dinero vence al honor y a la gloria. Las manos
muertas se convertirán con el tiempo en valores bursátiles: la historia
deja su paso al progreso, pero los padres de la patria, ahora son
Robespierre, Napoleón, etc.
El político democrático que se sustenta del sufragio universal, desde su
mismo nacimiento pone el sufragio al servicio del cacique para lo cual
emplea la mano izquierda del “duro” de Romanones, del PER, de las
subvenciones y de la propaganda.
El político honrado, en democracia tiene que ser más inteligente y eficaz
que un padre de la patria, debe ser humilde, no mentir y trabajar, no para
las elecciones inmediatas sino para el bien común.
Estas virtudes suelen salir a relucir sobre todo en las elecciones
municipales.
Aquí, el poder es más cercano a la gente y se calibran, más los hechos
que las palabras.
Todos conocemos alcaldes que hablan poco, hacen mucho y no tratan de
demostrar en cada momento lo importante que son. Estos suelen ser
reelegidos periódicamente.
El candidato humilde y eficaz, sereno y moderado y que trata de proteger
a la gente de la chusma, el que no trata de imponer ideología a los
demás. Ese tiene mi voto.
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