Artículo publicado en le periódico Ideal, junio 2023
En el IV Centenario del nacimiento de Pascal, el Papa Francisco ha
publicado una hermosa Carta Apostólica, empapada de la sensibilidad y
la ternura que le son propias.
Este escrito tiene mayor relevancia puesto que se trata de un jesuita que
elogia a un ardiente crítico de los jesuitas de su tiempo, siempre en el
centro de atención de la sociedad y la política.
Pascal era una especie de Mozart del pensamiento porque desde los tres
años mostró un talento especial para las matemáticas y a los diez
construyó una calculadora mecánica, precedente de las nuestras,
anteriores a las electrónicas.
Trabajó el llamado “Triángulo de Pascal” que inspiró a Leibniz el cálculo
infinitesimal y estudió el cálculo de probabilidades.
Desde esta intensa investigación matemática y física fue el primero de
describir por completo la hidrostática.
Más célebre fue su prueba de la existencia de Dios que no es una prueba
sino una apuesta; “Si no hay Dios, no se pierde nada con la fe y se evita
la perdición y si hay Dios, se gana la vida eterna”. Así se anticipó a la
teoría matemática de juegos.
Francisco elogia sin restricciones a Pascal pues en realidad, el ataque a la
Compañía, no lo era a la Institución sino a la moral laxista de Luis de
Molina que frente al rigorismo de San Agustín trataba de poner las cosas
más fáciles a los fieles
Pascal era un cristiano fervoroso en medio de la vorágine de la
Modernidad que asistía en Westfalia al fin de las guerras de religión, al
triunfo de la ciencia.
Conservó su fe mientras iba haciendo sus propios descubrimientos y
demostrando sus teoremas.
En Francia se estaba gestando de lejos lo que llevaría a la Revolución de
1789. París y toda Francia era un hervidero en que pululaban los
jansenistas, los escépticos, los “philosophes”, los galicanos y los
jesuitas que se apoyaban en el favor del Rey y del Papa.
En esas pugnas en donde la religión era sólo un aspecto, se preparaba el
auge del estado llano: comerciantes, juristas, artesanos, filósofos.
Pascal, aunque su padre era noble y también conocido matemático, se
movía más bien en cuatro mundos distintos según los períodos de su
vida: el mundo de las ciencias, el frívolo de los salones de las madames,
el mundo de la devoción y el mundo de la polémica.
Francisco trata de salvar la intención en el complicado tema del
jansenismo y tan politizado que Luis XIV entró a caballo en el Monasterio
de Port-Royal y ordenó destruirlo sin que quedase piedra sobre piedra. El
mismo monasterio en el que había profesado Jacqueline, la hermana de
Pascal.
El dirigente de los jansenistas, un importante especialista en lógica, fue
expulsado de la Sorbona por la influencia de los jesuitas y las “Cartas
Provinciales” de Pascal, modelo de ironía y crítica fueron puestas,
temporalmente, en el Índice en 1660.
Arnauld argumentó que las proposiciones jansenistas condenadas,
también las condenaba, pero negaba que esas proposiciones estuvieran
en el libro de Jansenio, un recurso que suele emplearse distinguiendo
entre el papa mal informado y el bien informado. La treta no funcionó y
los papas confirmaron su condena de los aspectos más fuertes del
jansenismo.
Francisco pasa por alto los “picos” de la vidriosa polémica y declarará
que, a partir de su conversión, no a la fe sino a la vida ascética, en su
última fase, Pascal fue un auténtico católico.
Tras un accidente casi mortal, Pascal “vio a Dios” como aquel fuego cuya
voz decía “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob”.
Escribió estas palabras en el “Memorial”, un fragmento de papel cosido
en su abrigo hasta el día de su muerte.
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