Artículo publicado el el periódico Ideal el 19 -3-24
“Una ciudad dividida contra sí misma no puede subsistir”
Las Instituciones y en este caso, el Estado, son estructuras formales
que están al servicio de los ciudadanos.
El Estado de Derecho es un sistema de contrapesos en donde los
cuatro poderes: el Legislativo, el Ejecutivo, el Judicial, y el poder
moderador de la Jefatura del Estado, en este momento el Rey, están para
que ninguno de ellos se aparte de la Constitución que votamos por
inmensa mayoría los ciudadanos, incluyendo los secesionistas.
El constitucionalismo está pensado para mantenerse en la historia al
margen de las ideologías y de las luchas políticas.
En nuestra historia ha habido muchas y diversas constituciones y su
duración ha sido, en general breve. Diríamos que cuando los progresistas
consiguen el poder, se vuelven moderados y que estas transformaciones
suelen coincidir con el cambio de generación.
Así se suceden las constituciones con las generaciones, salvo en dos
casos precisos y un tercero impreciso.
La Constitución de 1876 que acabó con republicanos y carlistas, duró
casi medio siglo y la presente de 1978 que viene manteniéndose vigente
casi medio siglo. Hay una tercera pseudoconstitución, fruto de la guerra
civil y que se mantuvo unos cuarenta años.
Con estos tres espacios largos que consiguieron durar por encima de
la media se insertan dos cortos períodos que recuerdan bastante a los
periodos liberales del siglo XIX: la Dictablanda de Primo de Rivera y la
Segunda República.
Lo que está ocurriendo ahora es un tanto diferente.
Los socialistas, que no tienen obreros y los catalanistas, que no tienen
catalanes, tienen el destino de coaligarse porque el uno sin el otro no van
a sumar lo suficiente. A eso se añade que los llamados conservadores
ganaron las elecciones mientras que Pedro Sánchez no sólo las perdió,
sino que va en caída suave. Por eso el llamado progresismo que no tiene
masas y los secesionistas, que no tienen posibilidades por si mismos,
necesitan con rapidez y opacidad apoderarse del aparato del Estado.
Este empoderamiento del poder judicial por el Ejecutivo, se evidencia
por el hecho flagrante de la incapacidad de un acuerdo en el
nombramiento de los Magistrados del Supremo, la conquista del TC, la
conversión del Congreso en un negociado del Gobierno, el ninguneo al
Rey. Hay que agregar, además, como el mismo Gobierno es un apéndice
de su Presidente.
No vale la pena entrar en el tema de la corrupción porque ya es habitual
y endémico.
La Constitución tiene prevista su reforma. Pero la falta de consenso
necesario entre las fuerzas políticas, lo hace imposible, por lo que se
utiliza un lenguaje ambiguo y equívoco en la creencia de que quien
cambia las palabras, cambia las cosas, una ridícula modalidad de
voluntad de poder.
Otro aspecto es la domesticación del Ejército y la discriminación de la
Guardia Civil y de la Policía Nacional.
Se da sin embargo un hecho anómalo en nuestra historia: la actitud
relativamente tolerante con la Iglesia. Esa limitación viene a ser la
cobertura de una legislación y una política laicista, similar a la de Francia.
La experiencia enseña al Gobierno que es más eficaz consumir a la
Iglesia dentro de los templos y crear un ambiente en la calle que a medio
plazo los vacíe.
El independentismo juega la baza de la debilidad de Sánchez, sujeto
permanente al chantaje no de ellos, sino de cualquier grupo de la
Coalición que en cualquier momento rompe la baraja. Las debilidades son
coyunturales y por mucho que Sánchez haya inventado el progresismo
sin democracia, va por una ruta de permanente confrontación que lleva la
etiqueta de reconciliación.
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