Artículo publicado por el periódico Ideal el 23-4-24
Todos los pueblos y culturas han querido anticiparse a los
acontecimientos. Los adivinos y profetas han estado siempre en la
nómina de reyes y dictadores. Su capacidad procede no de los dioses
sino de la naturaleza humana, que, dotada de memoria, tiende por su
propia estructura a recordar y a anticipar el futuro.
Hanna Arendt, pensadora judía no sionista, cerraba la Edad Moderna en
el momento de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. En
esos bombardeos, la humanidad se demostró a sí misma que era capaz
de autodestruirse.
La Ilustración predicó la paz perpetua y fraguó la revolución
permanente que, a través de la revolución industrial, fabricó todo lo que
quiso convirtiendo a sus productos en condiciones de sí mismos, hasta el
extremo de que sus productos se convirtieron en sus productores.
El liberalismo se abocó a crear un mundo alternativo, al natural y ese
mundo inhumano y antihumano es tan poderoso que los automatismos
llevan al sometimiento del hombre a la máquina.
Vivimos momentos de emergencia en donde las máquinas, la IA y la
guerra son los personajes de un escenario que se presenta atroz.
Ningún ser humano, hoy ni nunca, ha controlado todos los
acontecimientos ni naturales ni humanos.
Los Servicios de Inteligencia almacenan información significativa y
esto se ha hecho siempre. Ahora tanto la cantidad de información como
su interpretación, ha tomado un tamaño desmesurado.
Por extrapolación, es fácil imaginar lo que podremos anticipar y
prever cuando la información, venga dotada de tecnología capaz de
almacenar toda la información, interpretarla y servirla con la salsa o
sesgo de los “chef” que dirigen el cotarro.
Pues en los bordes del infierno terrestre, ya tenemos en marcha la IA,
los superordenadores cuánticos y el lenguaje digital.
Hanna Arend advertía allá por los 60, que un rasgo de la muerte del
hombre era la desaparición del discurso que sería sustituido por el
lenguaje digital. Todo esto ya está sucediendo.
También el trabajo que perfecciona al hombre y a la vez lo condiciona,
va progresivamente desplazando al individuo humano.
No creamos que la tecnología es tan inmisericorde que deja a los
hombres desamparados. Necesita que estén entretenidos, por todo lo
alto. La máquina abandona a la humanidad, a las tetas de sus placeres,
altamente sofisticados. Sin el sudor del trabajo, sin la “pesantez” de la
familia, al hombre sólo le queda gozar mientras su “hardware” aguante.
La droga, cada vez más mortal, por más sofisticada que sea, el sexo o
el alcohol, las drogas de siempre, los viajes de turismo sexual a Tailandia,
las navegaciones a la estratosfera.
Por la misma época Marcuse abundaba en el vínculo del eros con la
muerte y Foucault trocaba la lucha de clases por la lucha de sexos.
Entretenimientos para los que están cansados de este mundo, quieren
sustituir el cielo por el firmamento. Pues éste se toca, pero el cielo de
verdad, se piensa.
Cuántos predicen, cuántos adivinan y cuántos actúan por impulsos,
antes de pensar.
La IA como recurso tecnológico para evitar la guerra, pero ¿Es posible
que una súper máquina que trabaja por estadística y a grandes
velocidades de computación pueda prever y evitar la guerra?
La guerra es un fenómeno muy simple que apareció en el Paleolítico
superior: La guerra, en esencia, es acogotar al prójimo con garrotes,
hachas y en tiempos succionarle la médula. En puridad, la guerra es un
“quitar de en medio al prójimo”.
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