Artículo publicado en el periódico Ideal el 9-4-24
Las elecciones rusas sugieren una reflexión general de ese conflicto
de civilizaciones del que hablan los historiadores.
Desde Pedro el Grande y Catalina, el país no ha vivido nunca una
democracia normalizada. El Estado de Derecho, el garantismo jurídico, la
economía libre y el respeto a la ley por la autoridad, son algunos rasgos
que permite distinguir una democracia de un montaje político.
Si echamos una mirada al ancho mundo, no vemos esas características
en Oriente Medio y en los países islámicos desde Sudán y Egipto hasta
Indonesia. Más allá contemplamos el comunismo chino y vietnamita como
dictaduras en mayor o en menor grado. Se suman los países del Sudeste
asiático y se excluyen Corea del Sur, Japón y Australia como
consecuencia del final de la Segunda Guerra Mundial.
¿Qué ocurre en esos grandes espacios en donde la Tradición ha
resultado muy resistente a la Ilustración?
En la mayor parte de esas naciones, el miedo acompaña a la vida
cotidiana y ese miedo es innato, congénito. El tranquilizante es común a
todas las dictaduras: el orden establecido, el sometimiento al que manda,
(cualquier cosa que mande) porque el orden proporciona una seguridad
psicológica “que vale todo el oro el mundo”.
La religión en cuanto se somete al Estado, se convierte en sostén de
una moral en donde el obedecer al Estado es obedecer a Dios.
Oriente y sus lenguas pictográficas, le inmoviliza en la pasividad y los
detalles que hace de sus lenguas siníticas, una artística caligrafía de
difícil comprensión. La pluralidad de dialectos, además, dificultan la
comunicación.
Occidente es obra de los pueblos indoeuropeos y los pueblos
germanos que asimilaron la mentalidad griega y el derecho romano y que
forman el origen de la civilización occidental.
El Cristianismo se fusionó con esta corriente (El Sacro Imperio
Romano-Germánico) y ayudó a constituir una cultura como el
Renacimiento que es una maravilla de contemplación estética, semilla de
la ciencia y la tecnología.
La libertad que es la marca que define lo occidental, empieza con el
alfabeto semítico que no es estético sino abstracto. Pocas pinceladas
permiten construir palabras y frases que apuntan a lo universal mientras
que los pictogramas de Oriente muestran los detalles, lo singular.
La abstracción es la condición sine qua non de la libertad porque
cualquier concepto no nos fija en el papel, sino que nos abre muchas
posibilidades. Un árbol no es este árbol sino todos los posibles y, a la
vez, ninguno. Siempre hay opciones y alternativas. Términos como
“destino” “karma”, que impregnan el espíritu ruso o hindú, de modo
similar, el vacío y la nada, del budismo. Estas filosofías religiosas siempre
se amparan en autocracias.
Occidente padece, por exceso, de su mayor virtud, la libertad. Todo lo
excesivo, incluso la libertad, se convierte en libertinaje. Esta es la
enfermedad de Occidente.
Rusia, China, la India, Irán y Corea del Norte han iniciado unas
maniobras militares nada menos que en el Golfo de Omán que es el paso
obligado hacia el mar Rojo. Una ostentosa manera de dar a conocer quién
está con quién.
Europa centra sus valores en el estómago y en lograr el punto perfecto
de cualquier cócktail.
Oriente tiene todo por ganar y la ilusión por conseguirlo. El miedo
agarrota a Europa: véase sino la partida de 23 mil millones de euros que
Dinamarca ha votado para rearmar a su Ejército.
No es tiempo de revoluciones sino de okupaciones. Por unos u otros
medios, Europa carece de la fuerza suficiente para pedir “¡Socorro!”
Nos lo evidencia la legislación que Macron impone para menguar el
déficit, abriendo paso al aborto libre y a la eutanasia fácil para los
enfermos de ELA.
Los “valores” de la UE.
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