Artículo del periódico Ideal, 22 de abril de 2020
Un embrión de pollo nunca será una persona. Un embrión humano,
puede llegar a serlo.
Una de las reflexiones en estos tiempos de muerte y resurrección,
viene motivada por los frecuentes casos de inhumanidad y de
humanidad, que se dan con ocasión de nuestro confinamiento.
Cogen al abuelo, lo introducen en la UCI, fallece, lo envuelven y lo
mandan a la Morgue. Nadie sabe donde está porque fue desplazado sin
conocimiento de los familiares. O no tenía familiares. En muchos casos la conciencia sana de médicos y enfermeras o la iniciativa de voluntarios, tratan de remediar estos desenlaces tan
despersonalizados. Se precipitan los acontecimientos, las carreras en los pasillos, el sortear camillas o personas que no se sabe donde ubicar y se hace difícil conservar la serenidad que permita, un gesto
amable, una sonrisa. La buena gente hace lo imposible y dice: “Es una guerra”.
Saltar de improviso desde la comodidad del confort y el bienestar al
sueño de una sociedad que tiene los ojos vendados ante la necesidad
y el sufrimiento.
Por comodidad no se quieren hijos, por comodidad, no se quiere consolar a los moribundos, por comodidad se equivocan cadáveres. Da igual, dicen los perversos. Son muertos, ¿Qué más da, sea don Fulano o María la Piconera. No da igual, salvo para la contabilidad y para el registro. Las oficinas administrativas no dan abasto y los familiares buscan a sus padres en Residencias, y en las UCI de vaya a saberse que Hospitales. Si la sociedad llegase a la conclusión de que da lo mismo y de que un abuelo de ochenta es menos persona que uno de setenta, sería una sociedad que ha dinamitado el fundamento de los Derechos Humanos que consagran las Constituciones.
Porque se piensa que da igual lo que diga la Constitución. Los demagogos cambian el sentido de las palabras “en nombre de la actualización realista a los nuevos valores de la sociedad”. Es lo mismo. Hace cuarenta años por “pareja” entendíamos “pareja de la guardia civil”, por individuo, un delincuente, por padre, un padre. Todo cambia y hay que adaptarse a las nuevas realidades. Por vida, podemos entender vida útil, por matrimonio, pareja de pollos o violines y por cualquier cosa, lo que diga el BOE. Surrealismo relativista. Las personas podemos hacernos más personas y éste es el único método de sanar una sociedad enferma, acostumbrada a que le de las cosas hechas. Incluso el Gobierno.
Ahora habrá que inventar y trabajar el invento y empezar a considerar la gratuidad por encima del beneficio económico. El beneficio impulsa la economía capitalista, que es la nuestra, y debe fomentarse, pero por encima está la gratuidad que considera al otro tan persona como yo, sino más. Es la idea que Benedicto XVI, expresó en la Encíclica “Deus est Charitas”: las empresas debieran dedicar parte de sus beneficios a fondo perdido para paliar las necesidades de los más vulnerables. No es una utopía, la idea está cundiendo y conocemos de la generosidad que estos días están demostrando grandes empresas y personas anónimas.
Hay quien piensa que el bien común es el “bien del común” que aspiran a administrar. El “común” es una comunidad de personas, de cuya prosperidad resulta el bien general. En esta procesión de la vida, corren los pasos de Pasión, Muerte y Resurrección. Cuando todo esto pase, muchos seres dormidos despertaremos, en un clima nuevo de generosidad y de valoración de la dignidad humana.
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