Artículo publicado en el periódico Ideal en febrero de 2021
La respuesta general de los humanos ante el sufrimiento oscila entre la resignación y la repugnancia. Más difícil resulta aceptar que las diversas clases de sufrimiento encierran un valor estimable. La medicina que trata de los cuerpos y la psicología que trata más de la mente que del alma, se vuelcan para eliminar los dolores físicos y psíquicos, con la intención de suprimirlos mediante calmantes y técnicas de sofronización que consiguen afrontar el dolor con serenidad.
El dolor sin embargo no es una cosa que se apodera de nosotros como un
oso que abraza su presa. Es algo que les pasa a las personas.
¿Qué diferencia hay?
Las personas no son sólo cuerpos con dimensiones físicas que permiten
meterlos en una caja como un bulto cualquiera.
El dolor y el sufrimiento de todo tipo son algo que siente el que los
sufre. Es un suceso que me ocurre a mí y no a otro, algo que viene
personalizado y que, al desafiarme, requiere una respuesta personal y en
definitiva, una llamada a nuestra libertad.
Hay que excluir aquellos dolores físicos o psíquicos que paralizan por
completo y que deben ser atendidos mediante los cuidados paliativos. Estos
dolores son estadísticamente poco probables y como decía Epicuro, no es
razonable temerlos.
Lo que nos ocurre a diario, son contrariedades o enfermedades más o
menos graves que no anulan nuestra libertad.
En ese concepto entran los innumerables males que sufre todo el mundo si
no hoy, será mañana.
En nuestro tiempo de pandemia vemos demasiada gente encogida en sus
domicilios y en el otro extremo, jóvenes y no tan jóvenes que en una huida
hacia adelante, hacen como a quien no le importa nada el dolor propio y ajeno y
lo ahogan con cubatas y estupefacientes.
El pánico o la rebeldía son formas comunes que van de la depresión al
delirio.
Hay que encontrar una respuesta humana a estas situaciones que no se
resuelven con vacunas porque son remedios pasajeros y que generan una esperanza
también pasajera.
Una serie de rasgos permiten entender la naturaleza del sufrimiento.
Primero: Todo placer supone su dolor correspondiente.
El placer es el resultado del buen funcionamiento de nuestras
facultades. La buena salud tiene como contrapartida, la mala. Todo equilibrio
debe contar con el desequilibrio.
Segundo: Lo que nos sucede, bueno o malo es pasajero y cambiante. Si va
mejor, cesa el problema y si va a peor, sólo puede ocurrir que mejore o que
cese con la muerte.
Tercero: Excluidos ya, aquellos dolores que anulan la libertad, hay que
procurar adquirir un estado de conciencia en el que dolores y contrariedades
queden objetivados y nuestra conciencia se vea en la necesidad de afrontarlos
libremente.
La naturaleza de toda contrariedad violenta nuestra libertad y nuestro
bienestar. Es además de pasajero, inevitable, lo que debe ser asumido de
antemano. Igual que tenemos cabello, tendremos contrariedades.
Estos ataques a nuestro equilibrio tienen una solución sencilla y sin
contra indicaciones. Volcarse en el sufrimiento ajeno y dejar el propio en
segundo plano.
Esta cura del dolor por el olvido de sí mismo, provoca una natural
alegría que se produce cuando alguien hace algo bien. El mal ajeno cura el
nuestro.
La esencia del Cristianismo no tiene que ver con la risotada pagana ni
con el miedo a la vida sino con la alegría permanente que se cura a sí misma al
volcarse en los otros.
Es el sufrimiento de Cristo que resuelve la contradicción.
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