Artículo publicado en diciembre de 2020 en el periódico Ideal
“La
política-ha dicho Pablo Iglesias en TV- es el arte de lo que no se ve” Es una
gran metáfora que indica el talante poético del autor, aquel talante que hace
de las palabras las armas de la revolución.
Toda
revolución se ha hecho con palabras que impregnan la conciencia de la gente,
que repetidas una y mil veces quedan normalizadas en el subconsciente
colectivo.
De todos modos
en las revoluciones hay siempre un hilo conductor que lleva al corazón y en
este caso, el corazón habla de justicia, entendida como igualdad.
Dadas las
enormes desigualdades que se dan entre los pueblos, las culturas y las
personas, predicar la igualdad es predicar el cambio y para quienes no tienen
nada que perder, el cambio parece ser de justicia, término que es en definitiva
lo más parecido a la verdad.
Hay un recurso
fácil para intentar desmontar ese montaje ideológico construido con mimbres tan
humanos y tan llenos de metafísica: Mostrar la incoherencia de los
predicadores. Ese recurso es muy barato porque en razón del pecado original
todos, absolutamente todos somos desiguales e injustos y además, padres de
familia.
El fondo del
asunto es que en general los predicadores de lo que no se ve, porque la
igualdad es precisamente lo que no se ve, tienen una fe irrebatible en que las
leyes de la Historia van a darles la razón porque eso lo dice la Ciencia de la
Historia.
No importa que
las revoluciones fracasen una tras otra dejando atrás montañas con millones de
muertos, mucho sufrimiento y desolación porque el final está asegurado y se
trata de retrocesos elásticos que decían los estrategas de Hitler.
Todos los
revolucionarios son iguales en esto y todos son desmentidos por la prueba de
fuego de la historia que es la piedra filosofal de si una idea vale o destruye.
En el contexto
de nuestra actual situación calamitosa por la pandemia y por la ausencia de
liderazgo efectivo, dichas palabras podrían indicar que algo se cuece entre
bastidores. Tal vez estemos ante una paranoia conspirativa que complace a
tantos por espíritu “masoca”.
Me gusta ver
el lado noble de esa ideología que iguala, arrasando. Me gusta ver como la mente
humana vive justamente de pensar posibilidades que no existen y que no se ven
pero que llevan tras de sí la carga de lo imposible.
Esta es la
cuestión: las infinitas posibilidades si se aplican al espacio-tiempo, se
convierten en imposibles salvo en un caso: que se acierte en aquella posibilidad
que además de ser posible, es factible.
Si comparamos
la España de 1936 con la actual salvo la
tortilla de patatas y la paella valenciana, es difícil ver parecidos
importantes y sí grandes desemejanzas que asombrarían a nuestros padres y
abuelos.
La columna
vertebral de la patria es un complejo de empresas profesionales integradas en
alianzas internacionales. La soberanía nacional viene a ser una autonomía entre
otras veintisiete, dentro de la Unión Europea.
El número de universidades se ha multiplicado
por cuatro y la renta per cápita-a pesar
de la pandemia-algo parecido. La agricultura es un sector minoritario y el
analfabetismo de existir es genético o voluntario.
Ahora, veamos,
Sr. Iglesias como funciona la contradicción principal y las secundarias y qué
método vamos a utilizar para que un golpe de estado pase por ser un mero golpe
de mano. Veremos lo que de hecho cabe hacer porque la política no es como decía
Bertrabd de Jouvenel, el arte de lo posible sino el arte de lo factible, lo
cual exige acercar la infinitud de los deseos a la limitación del terreno en
donde no sólo estoy yo y mis metáforas sino los otros que piensan distinto de
mi y que no pretenden tener toda la verdad y menos creer que la historia es
previsible.
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