Artículo publicado en el periódico ideal, octubre 2022
Cuantas veces no nos hemos
preguntado ¿es la estructura la que hace al hombre o es, a la inversa, el
hombre quién hace a la estructura.?
Si preguntamos a un
ingeniero, no le cabe duda: Es él en persona, el que elabora estructuras. Un
empresario respondería igualmente: su empresa, grande o pequeña es un sistema
económico, una estructura ya no material sino social y económica.
Los historiadores y los
teóricos de la historia contestarían según la ideología que les respalda.
Estamos asistiendo estos
días al funeral de estado de la Reina Isabel II, la abuela del mundo.
Es un ejemplo, una
“muestra” privilegiada que nos puede ayudar a reflexionar sobre el asunto
principal con que hemos iniciado el artículo.
Una dama que ha gobernado a
través de tantas épocas y circunstancias, parece que está más allá de los
tiempos, por lo menos parcialmente.
De Churchill a Boris
Johnson, no es que haya mucha diferencia, sino que el mundo de uno y otro,
parecen mundos distintos. Sin embargo, en el caso inglés, hay un cemento de
unión entre ambos mundos que es, podríamos llamarla así: “la tradición
aceptada”.
Los usos y costumbres de
los pueblos germánicos, que no padecieron la Revolución son una ley no escrita
que nadie se atrevería a romper, simplemente porque no sería “correcto” (proper)
En el gobierno de un país
anglosajón, lo incorrecto no se perdona. Fue el caso de Nixon, de Eduardo VIII,
tío de Isabel II o del mismo Boris Johnson.
Para que este sistema
funcione es preciso que el pueblo lo asuma como propio que es, la suprema razón
de legitimidad de todo gobierno.
El pueblo lo asume hasta
tal punto que sería, hoy por hoy, incorrecto, plantearse un referéndum sobre la
Monarquía.
A ello se añade que la ejemplaridad
no sólo de esta reina sino de su Padre Jorge VI han marcado casi un siglo de
historia.
¿Podemos sacar alguna
enseñanza útil para nuestra propia situación?
A la pregunta sobre la
estructura, el general Franco en persona, se inventó literalmente una
estructura que no sobrevivió a su desaparición, porque las instituciones no se
inventan, sino que nacen y con más o menos longevidad, desaparecen.
La Monarquía constitucional
que vivimos nació por aclamación unánime tras ser votada y refrendada, en 1978.
Y la verdadera pregunta es
¿El pueblo español la asume como propia o no?
Esta pregunta no se mueve
en el área de las leyes o incluso de la Constitución, sino en lo más profundo
de las conciencias y los sentimientos.
En España hay muchos
republicanos, pero su república es nostálgica y /o especulativa.
Con la pura racionalidad se
puede discutir qué forma de gobierno es mejor o peor sobre el papel que lo
aguanta todo, pero sobre la vida real, no.
En la vida real no se pide
al monarca que baje los precios, porque ni puede ni es lo suyo. Se le pide que
encarne en su persona, el sentir del pueblo del cual representa su unidad, su
estabilidad y el funcionamiento de sus instituciones.
Nuestra historia abunda en
reyes con personalidades distintas y en algún caso, complicadas. Introducir
otro sesgo “ad experimentum” o impostar otra dinastía como el caso de Amadeo de
Saboya; eso aquí no funciona.
Cuando las cosas funcionan,
por lo menos dentro del caos europeo como decía Ignacio de Loyola “En tiempos
de tribulación, no hacer mudanza”.
Observad, en Inglaterra ha
habido escándalos. La institución resiste.
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