Artículo publicado en el periódico Ideal, en Enero de 2024
En otros tiempos no tan lejanos, se exaltaba las figuras del héroe, del
caballero y hasta del caudillo mamporrero que de sus rapiñas edificaba
reinos.
Las películas y las series televisivas abundan en escenarios de guerra,
chorreando sangre y crímenes sin cuento.
Hay muy buenos films (“Fauda”) que, aunque realizados con
anterioridad a la actual guerra de Israel y Hamas, cuentan al detalle los
mismos hechos que cotidianamente informan las últimas noticias.
¿Cómo es posible que anticipen el futuro?
Simplemente porque se lo saben de antemano y la Inteligencia
israelita, el Mossad, no sólo conoce todo por sus infiltrados, sino que
colabora con los mismos en los que se infiltra.
El error más grave de Netanyahu fue no querer enterarse de los planes
de Hamas, con quienes se cocían bien en el mismo caldo.
Lo esencial es que la guerra, en general, no tiene ninguna belleza y que
la idealización que se hace de ella o es propaganda o es un revuelto de
instintos.
Es una cosa fea, un modelo de feísmo porque la esencia de lo bello
consiste en ser lo que debe ser. Por ello, el arte y la filosofía, la ciencia y
la ingeniería tienen como denominador común y objetivo, conseguir lo
que debe ser en cada campo de la actividad humana.
En todas las guerras-salvo la legítima defensa- se borran todas las
líneas de lo bueno y lo bello. Incluso Goya, nos dejó en “los desastres de
la guerra” una verdadera serie pictórica de lo fea que es la guerra en este
caso, la nuestra de la Independencia, una guerra legítima sin duda, para
librarnos de un ocupante injusto que como es habitual, enarbolaba la
bandera de la libertad.
Las guerras siempre se envuelven en grandes ideales. Hasta los
pandilleros hacen su revolución traficando con droga y todos siguiendo
aquel lema infecto de que “el fin justifica los medios”, que escribía el
catequista de la mentira, Nicolás Maquiavelo.
Debemos ser comprensivos con las épocas y tiempos. Si echamos una
mirada global desde las invasiones bárbaras hasta la Ilustración, lo que
resta es la progresiva, aunque lenta humanización de las costumbres,
gracias al Cristianismo que para sobrevivir tuvo que hacer de todo pero
que el influjo de hombres eminentes como Tomás Moro, Erasmo y otros
muchos, consiguieron en Westfalia desterrar las guerras de religión de
entonces.
Las guerras de religión de hoy a pesar de tantas revoluciones en
Occidente son tan terribles como las antiguas y con la religión quieren
legitimarse en toda África, en Oriente Medio e incluso en la Rusia del
Patriarca Kiril.
La pasión, la ambición hace “tomar el nombre de Dios en vano” con
mucha frecuencia y la máxima de que “el fin justifica los medios” viene a
ser la norma constitucional de nuestro tiempo. Un tiempo en el que ser
fiel a la palabra dada se lee como inmovilismo, como si el agua que tanto
nos falta, fuese reaccionaria por componerse de dos volúmenes de
Hidrógeno y uno de Oxígeno.
Es importante que se hable de la paz porque las palabras iluminan las
cosas y las contagian de su bondad y su maldad intrínseca. Cuando se
habla mucho de algo, guerra, sexo, droga, lo que estas palabras
significan, crea un ambiente de contaminación moral pues las palabras
son la avanzadilla de la Historia.
Entre otras razones, las palabras del papa Francisco para rebajar la
tensión de guerras y conflictos que, aunque el Papa no tiene misiles en el
Vaticano, impregnan el ambiente de los medios de comunicación, de
sensatez y sensibilidad.
No son los puños los que hacen la Historia sino las ideas.
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