Todo es opinable pero en las cosas del nacer y del morir, estamos todos
bastante de acuerdo.
Visto desde la platea o desde el anfiteatro, si utilizamos un visor que nos
permita ver de golpe unos cuantos siglos en sucesión rectilínea, la línea de
pronto se derrumba y unos cuantos millones de seres humanos, desaparecen del escenario. Como si las
cataratas cayeran en un pozo sin fondo.
Bien pensado, sólo se mueren los vivos. Una paradoja porque de los vivos,
sólo cabría esperar que vivan, como de los triángulos que tengan tres lados.
El forense certifica los restos, pero de lo otro - de lo vivo - no puede
certificar nada.
El asunto se presenta como un drama entre el aparecer y el desaparecer. A
ese nivel de percepción sensible, cabe la certeza de que la persona, antes
aparecía y ahora no aparece.
Pensemos que en el escenario estamos esperando a Godot. Van pasado ordenadamente
un acto después de otro y al final, ya se sabe: Godot no aparece y por tanto
tampoco puede desaparecer. Se acaba la representación. Hay aplausos y baja el
telón. Los espectadores dejan el teatro y se van a sus casas.
¿Todo acabó?.Evidentemente que no.
Permanece como si nada, el libreto de la obra, de Becket pero sigue en la
memoria de los amantes del teatro.
Todo eso no es esencial. Lo que sí parece inconmovible es que Godot -
existió, en la obra. Existió tanto que existe hoy.
¿Todo se juega en las ficciones del tiempo y en las fijaciones de la
memoria?
El tiempo y la memoria, son cazuelas de barro que sirven para contener
realidades, la fabada, el potaje o el plato alpujarreño. No se puede recordar
lo que nunca existió. Sólo se puede imaginar. A la vez, lo que imaginamos,
sabemos que nunca existió.
Nuestras facultades buscan lo real como la cazuela sus alimentos. De este
modo las leyes de la realidad, las podemos descubrir pero no crear.
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Si nos colocamos fuera del flujo del río de la vida, ésta aparece y
desaparece como las fuentes del Guadiana. El pensamiento racional verifica lo
que los sentidos evidencian. Fuera de ese flujo, de esa vida precaria que
aparece y desaparece, quedan las leyes del flujo y el Observador.
No hay observación sin observador y el mundo real del que sólo percibimos
una pequeña parte, es una totalidad, en donde el Observador parece ausente.
Sólo, lo parece, porque el Observador no puede ser observado, pero existe,
contemplando la totalidad del Cosmos que no está a nuestro alcance.
Cualquier obra dramática no tiene sentido sin espectador. Cada uno de
nosotros es espectador de sí mismo y de un trocito de mundo. Nos observamos,
observamos a los demás y al mundo, pero nosotros mismos no podemos ser
detectados empíricamente.
Cuando por escaneo, neuroimagen o resistencia magnética, se captan
reacciones y variaciones correspondientes a la alegría, a la tristeza, no hacen
más que registrar el efecto observable, no al Yo, que ríe o llora.
El Yo que ata todos los nudos de la conciencia siempre está detrás de lo
observable, entre bastidores.
No hay autor sin obra, ni obra sin autor.
A veces nos asustamos ante la muerte, porque no la pensamos
suficientemente. No querer pensar para “no amargarse”, es poner la cabeza bajo
el ala.
Hay muchas clases de vida que no responden a la definición biológica. La
vida de los números, de las ecuaciones, de las leyes físicas, la vida de la
obra de arte que queda para siempre. Más vida tiene la ley por la que surgen
las estrellas que las propias estrellas.
Ese yo que el nihilismo y el relativismo quisieran borrar y disolverlo en
la madre naturaleza- como las cenizas
que se esparcen en el océano- es el que obra el bien y el mal, el que tiene una
vida frustrada o una vida lograda, una libertad y una responsabilidad.
Es un asunto muy serio, ese del “yo” porque siendo imposible que no haya
existido mi yo, no es lógico que no responda de sus actos. En el mundo de las
apariencias, ya se ve que no responde. En el mundo de los números donde se hace
el balance de cuentas, es de sentido común.
Las religiones y las filosofías han mantenido constantemente ese punto de
vista. La ideología mecanicista y sus derivados no saben explicarlo. Todos admiten
y aceptan que las deudas hay que pagarlas y que,de no hacerlo,se produceun
desorden social.
Todos reconocen que sobran alimentos en el mundo y que, a la vez, sobran
hambrientos. Alguien es responsable. Y “Alguien” como el avestruz no quiere informarse
de nada que tenga que ver con eso de la inmortalidad del alma.
Estos argumentos no afectan a nuestro sentimiento o sensibilidad sino a la
cabeza y por eso no convencen a muchos. Me conformo con que hagan pensar a
algunos.
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