Artículo publicado en el periódico Ideal, octubre de 2017
Hay gente que
sigue amarrada a la infalibilidad de las leyes de la historia y del progreso
indefinido. No importan las evidencias en contra: el Muro de Berlín, la caída
de la Unión Soviética, el 11 S y el avance del islamismo, o la precariedad
salarial e incluso en España.
Los
argumentos que justifican la excepcionalidad de estos sorprendentes hechos que
nadie previó, no debilita la fe inquebrantable de quienes aseguran que vamos a
mejor “por definición”.
En algún
sentido, también los cristianos, creemos que vamos a mejor: Vamos a mejor si
nos comportamos honestamente, amando realmente a los demás como a nosotros
mismos; una fórmula que Kant asumió así: “no tratar a los demás nunca como
medios sino como fines”.
El Papa
Francisco, aunque habla muy bien italiano, no es italiano sino argentino. La
espontaneidad, la expresividad, el sentimiento que abre todo su interés
prioritario por los pobres y los débiles, son no sólo cualidades de un buen
cristiano sino que en él, es el sello de la personalidad de su pontificado, un
período dinámico, conflictivo y lleno de claros y sombras.
El residir en un hotel y no en los palacios vaticanos
ya lo dice todo. En su momento explicó: “es una cuestión de psiquiatría”.
En una
reciente entrevista publicada en el “New York Times”, Francisco, tomando el
toro por los cuernos ha dicho que “no tiene miedo a los cismas” y añade en otro
lugar de la entrevista: “Lutero fue condenado tarde cuando ya el protestantismo
estaba extendido en Europa”.
Ocurre que en
los países ricos y por más de una razón, Francisco suscita recelos.
Unos, lo
consideran cercano al comunismo, otros, intransigente con el pansexualismo y
demasiado tradicional en la cuestión de la admisión de las mujeres al
sacerdocio. En esos países en donde la jerarquía goza de financiación estatal o
está bien dotada económicamente, no dejan de disminuir el número de fieles.
María, la
Madre de Jesús, que era una fiel laica, como su marido José, era “una del
grupo” de los discípulos de Jesús, la primera en la piedad filial de sus hijos,
y que huyó con Juan cuando arreció la persecución de Herodes que decapitó a
Santiago.
En María, la
Iglesia primitiva veía lo más cercano a Jesús y no sólo por cercanía de sangre
sino de espíritu.
Nadie en la
Iglesia más alabada, la más santa entre todas las criaturas pero nunca se le ocurrió
decir Misa, la fracción del pan, porque no le tocaba y punto.
Las leyes de
la historia, dicen, que siguen su paso irresistible y debe haber cambios porque
si no se cambia, se queda uno inmóvil y nada más inmóvil que un muerto. Piden
un cambio de estructura de funcionalidad y de personas pero no un cambio de
conciencia, de conversión de las personas.
En la Iglesia
se puede cambiar de boina, de carruaje y otras muchas cosas que se supone que
se deben cambiar para no asustar a los niños. Hay cosas que son los muros
maestros de la comunidad y de la que en
la prensa protestataria se habla poco: oración y sacramentos.
Cuando se
pierde la fe, las catedrales se venden, los monasterios se cierras y sólo queda
una sombra de piedad: la política eclesiástica.
Cuando se
vive la fe, los seminarios se llenan, las vocaciones llueven y se abren monasterios
de clausura. Así lo vemos en África, la India e incluso el Viet-Nam o en Lerma.
La Iglesia
sólo es Iglesia si es una en su diversidad. Cualquier otra opción se autoexcluye
de la comunidad de los Doce, con Pedro a la cabeza.
Es una
cuestión de profesionalidad.
En la Iglesia hay muchos oficios y ministerios
que no se adquieren en concurso público sino por vocación. Son los pastores
llamados por Dios mediante la designación de la autoridad legítima. Cada uno
ocupa el lugar que tenía cuando fue llamado. Si los doctores se hicieran
misioneros, nos quedaríamos sin doctores, si los misioneros aspirasen a ser
miembros de la Curia, no habría misioneros, si las mujeres quisieran ser
hombres, no habría probablemente ni mujeres ni hombres.
Los laicos
somos llamados a ser laicos y no clérigos o asimilados a clérigos. Bastante
tiene cada uno en hacer progresar su propio oficio y tarea. Somos los
destinatarios de las funciones ministeriales. No nos preocupa en absoluto no
celebrar misa como tampoco lo hicieron José y María.
Nuestro
apostolado tiene la misma independencia y libertad que tiene nuestra profesión.
El horizonte
de los laicos es un mar sin orillas.
En cuanto
bautizados somos ungidos como reyes y profetas y como sacerdotes que participan del sacerdocio común, no del
ministerial. Son los atributos de todo bautizado que no se hace visible por
distinciones y honores sino con obras.
¿Quién soy yo para opinar sobre el celibato o sobre sacerdocio
femenino? No tengo ese don ni lo deseo porque
bastante tengo para mantener la lucecilla de la fe en un lugar oscuro. Aquello es cosa del Magisterio
¿Tan difícil
es comprender que no hay dignidad en la Iglesia superior a la de ser bautizado?
Todas las demás son sólo servicios que se edifican sobre el Bautismo.
¿A qué viene,
querer ser más?
El desorden
es la marca del mal, lo propio de toda descomposición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario